Ya no es el corazoncito de bizcocho o de goma de borrar de nata de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, alumno de 6ºB o huerfanita con ojos de cisne de Los ricos también lloran. Como estaba previsto desde el diván de desmayos, ricamente preparado como un túmulo o un lecho nupcial, ya se trata de toda la democracia, de salvar en Sánchez, ese pajarillo cojo, toda la democracia. Se han ido uniendo ministros con sonajero, tertulianos con cucharón y socios con libreta de ditero para pedirle a este Sánchez de corazón y mandíbula de cristal lo que ya sabíamos que le iban a pedir, que se recomponga, que se quede, que luche, porque de eso depende toda la democracia. Lo que ocurre es que la democracia no consiste en que un país tenga que pararse a sorberle los mocos a un solo hombre, como a un principito resfriado, ni en que los corazones adultos no sufran con la vida ni con la política, que en eso consiste ser adulto y ser político. Consiste más bien en que a tu señora la pueda investigar un juez sin obligar por eso a toda España a la agonía, a la incertidumbre y al chantaje.

Ya no es el corazoncito de paloma o de soldadito de plomo de Pedro Sánchez, abierto como unos labios o una granada, porque la verdad es que nunca se trató de eso. En estos cinco días bíblicos, de inframundo o de crisálida, se va a ir trasladando un mundano problema judicial a un plebiscito casi revolucionario sobre nuestro sistema, con un llamamiento que requerirá, por supuesto, un mesías revolucionario que en esos cinco días seguro que cría barba, rabia y hambre de justicia, como un cautivo de Dumas. Esto lo ha usado desde el chavismo a Trump, porque ya digo que el síntoma preocupante no es que un juez investigue a alguien para perseguir sus delitos, sino que un acusado persiga a la justicia para salvarnos del mal. Es más probable que un hombre o una mujer delincan, torpeen o se equivoquen alrededor del poder que no que todo sea una conspiración con fondo de palacio de estalactitas de Satán o Fu Manchú.

No se trata de la ultraderecha que denuncia (lo punible de lo denunciado no depende del denunciante), ni de la fachosfera radiactiva que dirige, sino de un simple juez que se levanta cada día, como el cartero, a hacer su trabajo. El juez hace su trabajo, abre diligencias previas o incluso endebles, pero en cualquier caso es la justicia la que tiene que decidir hasta dónde llega la cosa (de momento, la Fiscalía, donde han sonado campanas toledanas, ya ha pedido el archivo). Además, como dice la Santa Constitución, más santa que la santa de Sánchez, es un trabajo que sólo los jueces pueden hacer. Sólo los jueces, recalco, no los políticos en asamblea o en comandita, ni los funcionarios de la planta noble, ni los criados a la sombra de un teléfono rococó, alto, recargado y endeble como un trono, ni menos que nada una guillotina de cuchilla o de papel en las plazas con botijo o porrón. Por lo menos lo de Begoña Gómez lo lleva un juez, no un ministro con teléfono veneciano, como los ataques a la familia de Ayuso o de Feijóo (se diría que ellos no tienen familia, sólo cómplices).

Sánchez, como todos los narcisistas, parece que está inaugurando en sus carnes el sufrimiento del político y del varón. No vamos a volver al maromo de Ayuso, ni a la esposa de Feijóo, a quien el presidente de corazón de oro y la vicepresidenta con corazón andaluz apuñalado de Viernes Santo acusaron y acosaron, ni siquiera a los políticos que se han tenido que ir por dosieres filtrados o vídeos mafiosos. Es mucho más desolador comparar el dolor de corazón de Sánchez, tan cerca del dolor de próstata, con el dolor que han sufrido, y siguen sufriendo, los políticos disidentes y sus familias en el País Vasco o en Cataluña, desde la lejía o los cubos de mierda al asesinato. Si nos quedamos en los presidentes, antes de que a Sánchez le rompieran el corazón de Porcelanosa con unas simples diligencias previas a su señora, a Rajoy casi le parten las gafas de un puñetazo y a Aznar casi le parten el pecho con una bomba. Y ninguno se retiró a peinarse las trenzas mientras decidía si se quedaba o se marchaba como si decidiera entre don Mendo y don Pero.

Ya no es el corazoncito de jabón o de melón de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno o pastorcillo de égloga, sino que se trata de ir transfiriendo la sustancia de la democracia a la sustancia íntima de su persona

Ya no es el corazoncito de jabón o de melón de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno o pastorcillo de égloga, sino que se trata de ir transfiriendo la sustancia de la democracia a la sustancia íntima de su persona, de sus entretelas y de la mujer de sus entretelas, que no sé por qué los grandes demócratas siempre terminan reduciendo la democracia a su corazón, a su dedazo, a su huevera o a su bolsillo. Pero la democracia no tiene que ver tanto con que Sánchez se sienta a salvo haciendo la cucharita, sino más bien con que nadie, ni siquiera Sánchez, sea intocable. Aquí nadie es intocable, o nadie debería serlo, ni la santa de Sánchez ni la santa de Urdangarin, ni los cuñados del concejal ni los cuñados del rey (ni el rey mismo, con empaque de ladrón de marfil o de oficial y caballero, aunque de momento no sea así), ni los santones ni los ministrones (todavía están desfilando ministros de Aznar por los tribunales, como viejos cocheros pasados de moda y de años). Aquí han caído duques y tesoreros, banqueros babilónicos y empresarios zumbones, ministros todopoderosos y bestias sagradas de todas las ideologías y blasones. No, no hay más conjura contra Sánchez que la de la verdad.

Ya no es el corazoncito de tiza de Sánchez, presidente del Gobierno o amante de Teruel, tonta ella y tonto él. Sánchez saldrá el lunes a ponerse toda la democracia en la pechera, como un nardo, y con una moción de confianza o sólo con el nardo levantado se dispondrá a luchar contra la ultraderecha y la mentira por el bien de la democracia. Lo que pueda pasar a partir de aquí es inimaginable. Desde un leve impulso propagandístico para las campañas a tremebundas leyes contra los “bulos” o la “desinformación”, o al acojonamiento o la toma de todo el Poder Judicial. Eso si es que no está atrapado entre Francia y el Mosad por lo de Pegasus, y estos días de pupa o sepulcro los pasa sólo negociando los daños y la salida. Pero ya verán que no cae la breva ni se derriten el corazón de cera ni la cara de piedra de Sánchez.