Page sigue enfadado y solemne como una gárgola de palacio o un cura de bautizo, con un enfurruñamiento interno, eterno, mineral, profesional y hasta ahora inútil, como la gárgola que no asusta a nadie o el cura que sermonea a borrachos. Enfurruñado y amoscado entró Page al Comité Federal del PSOE, donde parecía que habían repartido ácido y que todos flotaban dentro de un submarino amarillo; y enfurruñado y amoscado salió, mientras el partido seguía machacando semillas y viendo aureolas, paramecios y elefantes rosas alrededor de la figura de maharishi de chiringuito de Sánchez.

Page va a presentar un recurso de inconstitucionalidad contra la amnistía, uniéndose a las comunidades del PP, pero eso, como mucho, lo convierte en igual de ingenuo o benigno que el PP de Feijóo. Los dos pretenden ganarle a Sánchez en los tribunales que el propio presidente ha formado con su cuerpo de baile, su escalera de servicio y sus mariachis enjaezados. Si es que acaso quieren ganarle, claro.

Page y Feijóo parecen dos hermanas solteronas de pueblo de las de antes, con el luto preclaro y la batalla perdida contra la vida, como las que describía Delibes, pisando charquitos y estirando su rebeca como venganza o castigo bobos.

Sánchez ya no necesita nada ni a nadie, ni la verdad ni las Cortes, sólo necesita una pérgola y sus santos pies descalzos para que todo el partido, y todos los que dependen del partido, le arrojen coronas de margaritas o bragas de flores. Es algo inexplicable, como lo era lo de Jesulín, o es lo que ocurre cuando la política se ha desprendido ya de cualquier valor y mérito salvo la obediencia, cima de este sistema que es al fin y al cabo, como sentenció Alfonso Osorio, “una oligarquía de los gabinetes de los partidos”.

He dicho muchas veces que Sánchez no tiene ningún poder real, que depende de mil chantajistas y acreedores, que sólo tiene el colchón y la neverita de la Moncloa, como un cuñado gorrón, y el heráldico y freudiano Falcon, como un Lamborghini mangado por un aparcacoches, el aparcacoches enchaquetado que parece Sánchez. Pero quizá pensamos en el poder demasiado convencionalmente.

Page y Feijóo pretenden ganarle a Sánchez en los tribunales que el propio presidente ha formado con su cuerpo de baile, su escalera de servicio y sus mariachis enjaezados

Page y Feijóo interponen serios recursos y dan entrevistas con la papada apretada, como Ábalos con servilleta de mesón, y me parecen como dos hermanas de cura que protestan en la hoja parroquial. Quiero decir que no hacen daño a Sánchez, cuyo poder no es convencionalmente político, sino diría que puramente físico: el poder de seguir ahí como una gran pilastra que ya no sostiene nada, sólo a sí misma, pero que nadie puede mover. Creíamos que un Gobierno que no pudiera mantener ni sus promesas ni su coherencia ni sus principios, que no pudiera aprobar leyes, que no pudiera hacer nuevos presupuestos, que no contara con una mayoría parlamentaria sólida; un gobierno así, en fin, caería. Pero Sánchez no cae, todo eso le da igual, o sea que su poder es la indiferencia, la insensibilidad, que es un poder escalofriante, como el de un muerto viviente. Page y Feijóo son como dos solteronas contra un zombi (parece algo de Álex de la Iglesia), o algo igual de ridículo e inútil.

Sánchez, sin embargo, no hace magia con los calzoncillos, ni hipnosis con sus ojos como dos dados rojos. Su poder, este poder físico, arquitectónico, de mantenerse él de pie sobre un zapato de charol y de mantener de pie la Moncloa ante todos los huracanes, se lo da el dinero. No ese presupuesto que es una ley futura o un proyecto político y económico de viruta para el país, sino el presupuesto actual, el dinero presente y contante que se puede repartir y que Sánchez, por supuesto, sabe repartir. Mientras el PSOE, los escalafones decisorios del PSOE y los pesebres adyacentes al PSOE sigan pensando que pueden “vivir del presupuesto”, que dijo el gran Félix Bayón, Sánchez parecerá que tiene superpoderes, que es el Superman en albornocito con el que lo comparaban esos bots que también cobraban del presupuesto. A la vez que reparte y resiste, eso sí, va tomando las instituciones, con lo que no sé si pretende llegar a la autocracia pero sin duda, al menos, sí inclinar el tablero a su favor. Busca así el segundo milagro, que a mí me parece mucho milagro pero a algunos creyentes no.

El PSOE piensa en la supervivencia, y de momento ganan los que creen que pueden sobrevivir con Sánchez mejor que metiéndose en un motín de monjas. El trabajo de Page no es ante un Constitucional que es como el mueble bar de la Moncloa con su caoba y sus tapetillos, sino en el partido. Sánchez no puede pagar a todos, ni a todas las comunidades, ni a todos los curas, ni a todos los acreedores ni a todas las majorettes. Y no parece una apuesta muy inteligente creer en el segundo milagro por los pelos de Sánchez, después de las barbaridades que estamos viendo en esta legislatura de la Segunda Venida y la Segunda Fuga (de Puigdemont). Ni después de haberle tomado el pelo al españolito virgueramente, rizando el rizo de guapo. Mucha ceguera me parece ya, incluso en este PSOE de acólitos, esclavas de pandereta y babilonios de paipái.

Page, serio, preocupado, mosqueado o sólo reseco, tiene que trabajar en su partido, no ante los micrófonos y los crucifijos, como esa folclórica de luto que parece siempre. Y no tanto con ese discurso que suena a canalón sino con el ejemplo y el hecho, o sea con un enfrentamiento directo y abierto con Sánchez en el PSOE y por el PSOE. Eso, si lo suyo no es otra manera de estar con Sánchez, o sea una rebeldía que le asegura seguir ganando en su pueblo, mucho más cómoda que una guerra a pedradas. En cuanto a Feijóo, eso es más complicado, pero creo que también tiene que ver con el partido. Cuando sepamos qué quiere hacer Feijóo con el PP, sabremos qué quiere hacer con España, y eso ayudará. Eso, si quiere ganar a Sánchez, y no retirarse a su pueblo a hacer botijos y que lo dejemos en paz. Mientras, parece que Feijóo va con Page de misa antisanchista, agarrados del brazo santiguador y arrastrando las alpargatas negras, buscando más el mal fario que la gracia o el perdón.