Salvador Viada, fiscal del Supremo, se ha jubilado de lo suyo o se ha jubilado de España, que no tiene arreglo. Ayer lo entrevistaba en este periódico Irene Dorta y parecía que no se despedía un fiscal sino un maestro de escuela o un poeta de buhardilla, con la manga manchada de tintero y las gafas manchadas de lluvia, sabiendo que lo había dado todo sin conseguir apenas nada. La Fiscalía y la Justicia podrían funcionar mejor, como podrían funcionar mejor nuestras aulas machadianas y nuestra literatura de hambre o de basura (no hay término medio), si a quien manda le interesara que funcionara mejor, que no es el caso. Al final, ni la Fiscalía ni la Justicia ni nada dependen del funcionario o del romántico que se va a la jubilación o al olvido doblando cuartillas como sábanas, guardando lápices como violines y descolgando un abrigo como un mapamundi. La Fiscalía y la Justicia, y seguramente más cosas cada vez, dependen de quien dependen, y ya me van entendiendo.
"García Ortiz está utilizando la institución para defenderse y proteger otros intereses", decía el titular de la entrevista, una evidencia extrapolable a todo lo público o a toda nuestra época. La entrevista a Viada tiene interés y amargura precisamente por esto, no ya porque se jubile un funcionario más o menos relevante sino porque da la impresión de que se nos jubila el último farolero de gas, llevándose toda la luz de su siglo. Hablar de lo público cuando ya apenas existe lo público nos pone delante un objeto o sujeto casi arqueológico, que no es tanto el funcionario de terracota sino la misma terracota de lo público. Lo público, que debería ser lo común, lo de todos, ya sólo se concibe como botín partidista, desde lo institucional a lo puramente privado, desde un fiscal general del Estado como una criadita francesa de la Moncloa al enchufe de santas esposas o de pilinguis con tanga de leopardo subvencionadas. La verdad es que esto no es nada nuevo, lo que pasa es que nadie, ni Felipe González, que inventó o reinventó el concepto de colonización de lo público, había llegado en democracia tan lejos como Sánchez, que ya ni se preocupa en disimular.
El fracaso de la cosa pública es un fracaso histórico, generacional, siempre viejo y siempre nuevo, de ahí ese humano aire de atemporalidad, como el de un soldado herido, que tiene Viada en la entrevista
Viada aparece en la entrevista como el último ascensorista con sombrerito o como el último camarero de casa de comidas vestido como para practicar esgrima, que no sé por qué los vestían o aún los visten así. Pero él no es un antiguo, sino un clásico, condenado seguramente a la melancolía de los clásicos. Lo que Viada nos dice sobre la primacía de la ley lo podrían decir John Adams o Cicerón, porque seguramente la república no deja de ser un fracaso histórico que en cada época se cuenta y se llora de manera diferente. Por supuesto, lo público no era ni mucho menos idílico ni hace 10 años, ni 40, ni cuando Viada empezó como un aprendiz de camisería, ni con Azaña, ni antes de Octavio. Lo que ocurre es que cada generación va perdiendo un poco la esperanza en su época, de Cicerón a Ortega, ya digo, y la generación de Viada diría que acaba de perderla totalmente, con Sánchez como monstruo finisecular.
La melancolía de Viada, melancolía de maestro machadiano o caminante machadiano, es esa melancolía de que la república (lo común) vuelve a fracasar, como siempre o casi siempre, ante el poder puro, que lo toma todo al asalto. Viada habla de lo suyo, la Fiscalía y la Justicia, pero la situación es automáticamente extensible, porque ese asalto a lo público o es global o es inútil. Primero las instituciones y poderes del Estado, unificados bajo el logo del partido o la carita del líder como bajo un águila de bronce. Y luego lo demás, desde los medios de comunicación a los empresones de herencia franquista, como está haciendo Sánchez con Telefónica. Nada nuevo, aunque ya digo que en la España democrática nadie se había atrevido a llegar tan lejos, igual que Trump en Estados Unidos. Ni nadie, tampoco, había tenido tanto éxito.
El fracaso de la cosa pública es un fracaso histórico, generacional, siempre viejo y siempre nuevo, de ahí ese humano aire de atemporalidad, como el de un soldado herido, que tiene Viada en la entrevista. Viada, fiscal del Supremo, se ha jubilado y se ha llevado quizá ese sombrero duro de los funcionarios, también un poco machadiano (decía Umbral que Antonio Machado gastaba "sombrero de piedra"). Algunos funcionarios llevan ese sombrero de piedra toda la vida, imaginaria o físicamente, un poco losa y un poco aureola, que es el de la función pública, y algunos funcionarios nunca lo tienen, o lo olvidan en casa, o lo cambian por el sombrerito partidista. Criticamos mucho al funcionario, pero el funcionario con sombrero de piedra, jubilación de maestro y fidelidad a la ley como al temario de oposiciones es lo único que nos va quedando, entre esbirros y mandados, para recordar lo público.
Salvador Viada, fiscal del Supremo que uno no conocía, se jubila y a mí me pareció que nos dejaba esa mirada hacia atrás, esa mirada generacional y poética del que se marcha, esa mirada sobre los muros de la patria, la irremediabilidad de la decadencia y la caducidad de la esperanza. Su generación se va dando por vencida, y los demás vamos encaminándonos hacia lo mismo, a colgar o descolgar o enterrar el sombrero y el abrigo para marcharnos a pescar o a morir, pensando que esto no tiene arreglo. No lo tiene seguramente, pero así llevamos toda la historia y el cesarista Sánchez no va a ser más obstáculo que los cesarianos de César. O que ese otro César visionario, su recordado Franco.
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1 Comentarios
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hace 3 días
Inconmensurable como siempre
Acertadisimo lo de que ya les da igual lo de disimular… pa’ que si los suyos son tan idiotas que se dejan engañar y mentir.
Y lo de su recordado Franco es totalmente cierto, habla tanto de él porque quieren parecerse a él y para eso lo conmemorar este año con grandes fastos