Ya no es un símbolo en tránsito ni un rostro en pantallas partidas. Ahora está aquí: en Europa, con el Nobel en la mano —literal y metafóricamente— y con la autoridad moral compactada en un objeto que pesa más que un país y menos que la verdad que lo sostiene. La pregunta que sobrevuela todas las capitales desde Oslo hasta Bruselas es inmediata y acuciante: ¿qué va a hacer María Corina Machado ahora que el mundo la reconoce, que camina entre instituciones que la escuchan y gobiernos que ya no pueden mirar hacia otro lado?
La respuesta empieza por los abrazos.
Lo repito sin cansarme porque es más que un detalle: una mujer que pasó dieciséis meses sin tocar ni ser tocada, aislada por un régimen cuya crueldad es siempre física antes que política, ha vuelto al mundo repartiendo abrazos. En plural. Profundos, largos, verdaderos. Abrazos que no se regatean, que no se administran en cuotas, que se regalan con la generosidad de quien entiende que el contacto humano puede ser un acto político en sí mismo. Cuando una líder emerge así, con una necesidad tan limpia de reencontrarse piel a piel con todos los que la sostuvieron desde la distancia, el efecto es inédito: une y restaura.
Yo tuve el privilegio de sentir ese poder en Oslo. Y también formé parte de esa otra cadena intangible que acompaña a María Corina y la entrelaza con el mundo: los rosarios que cuelgan de su cuello, cada uno de los cientos que la gente le dio por toda Venezuela, que han vuelto a colgarle del cuello en Noruega, es una oración puesta en movimiento. No son parafernalia religiosa, sino nodos de una red neuronal de afecto, de resistencia y de memoria colectiva. Un rosario traído desde Goa, gemelo al que llevo conmigo consagrado a San Francisco Javier, cuelga ahora de su cuello también gracias a mi querida Mitzy Ledezma, en nombre de todos los españoles que la protegemos con admiración y afecto infinitos. Y la certeza de que no camina sola.
Ahora, con esa red a cuestas y Europa como base de operaciones, lo que viene es una agenda que no se parece a ninguna otra en la historia reciente del continente. Porque nunca antes una líder democrática, perseguida y excluida en su país, ha llegado a Europa investida con el más contundente certificado de legitimidad moral del planeta. Eso convierte su agenda en un imperativo diplomático para todos: activar a Europa y coordinar al continente
En las ruedas de prensa y múltiples entrevistas que lleva concedidas, María Corina ha sido clara. Este Nobel no es una medalla, sino un instrumento de presión internacional que debe utilizarse con inteligencia, rapidez y propósito. Y quedan igualmente nítidos los cuatro ejes que definió: forzar el aislamiento final del régimen, garantizar una transición sin impunidad generalizada ni venganzas, reforzar la coordinación hemisférica ante la inminente entrada de EEUU en el tablero, y organizar el retorno seguro y escalonado de la diáspora.
Ambicioso, viable, estratégicamente organizado.
Lo que pedirá —y ya está pidiendo— María Corina es que la UE, el Reino Unido y un grupo núcleo de países de América Latina reconozcan oficialmente la ilegitimidad del gobierno de Maduro e inicien medidas coordinadas (sanciones personales reforzadas, bloqueo internacional de movimientos financieros y garantías para quienes dentro del régimen estén dispuestos a romper).
El modelo de transición es construir una salida que permita desmontar el aparato criminal sin incendiar el país"
El modelo de transición es construir una salida que permita desmontar el aparato criminal sin incendiar el país. "Habrá salidas para quienes se aparten de la destrucción. No para quienes la dirigen". Varias capitales barajan discretamente ofertas de acogida para Maduro y su círculo familiar, siempre bajo condiciones: renuncia efectiva, aceptación del proceso de transición y garantías verificables. Maduro quiere un salvoconducto. El mundo quiere que abandone ya.
La presencia creciente de EEUU en territorio venezolano —a través de enviados, operadores y un aparato de inteligencia paralelo que está tanteando opciones de seguridad y explotación económica futura— introduce un riesgo obvio: que la transición venezolana se convierta en un botín geopolítico.
Pero María Corina se muestra firme: "Agradecemos el apoyo, pero Venezuela no cambiará de dueño; recuperará su soberanía". Su objetivo inmediato en Europa es blindar esa soberanía, y articular un bloque democrático que impida que la reconstrucción venezolana sea una transacción.
Para el retorno, corredores, identificación de perfiles profesionales prioritarios y un mecanismo binacional con Noruega para coordinar asistencia. Un modelo, por cierto, replicado con España. "El regreso ya no es un sueño: es un calendario".
Y en el centro de todo eso —de las reuniones, los discursos, los pactos incipientes— están sus abrazos. Estamos ante una nueva forma de diplomacia afectiva.
Está generando un fenómeno que Europa no veía desde la caída del Muro: una política que moviliza emoción sin manipularla"
María Corina no saluda, reconoce. No posa, vincula. Ella abraza como quien firma acuerdos invisibles con cada individuo. Y, por extraño que parezca, eso está generando un fenómeno que Europa no veía desde la caída del Muro: una política que moviliza emoción sin manipularla.
El chavismo no se derrota a gritos ni con tanques. Se derrota exactamente con lo que ella está desplegando: inteligencia estratégica, corazón sin miedo y un mensaje que no se deja secuestrar. Ella misma lo explica con tremenda sencillez: "No vengo a pedir compasión ni a repartir culpas. Vengo a abrir puertas".
Y es eso. El Nobel ha sido la llave. Europa es ahora la cerradura que empieza a girar. Venezuela, el cuarto oscuro que ya huele a luz. Los rosarios —los cientos que cuelgan y los que guarda en sus bolsillos— son las cuentas del futuro. Un futuro tejido a mano, oración por oración, abrazo por abrazo.
Beatriz Becerra es psicóloga, escritora y doctora en Derecho, Gobierno y Políticas Públicas. Ha sido alta ejecutiva y eurodiputada y vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo (2014-2019) y es actualmente vicepresidenta y cofundadora de España Mejor.
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