Las caras son parecidas, los nombres recuerdan a los de entonces, los actores del tablero político son exactamente los mismos, pero en el camino que va desde el Congreso de 2014 hasta el de este fin de semana en el PSOE parece haber cambiado todo. Incluso Pedro Sánchez, que llegó entonces para ser el adalid de la renovación y llega ahora con idéntico objetivo tras varias vueltas de campana. Gatopardismo puro, que diría Monedero, asiduo a preguntar por la obra de Lampedusa en sus exámenes universitarios. Que todo cambie para que todo siga igual.

En julio de 2014, cuando Rubalcaba cedió el testigo de la secretaría general del PSOE, delante de Felipe González y ante la ausencia de José Luis Rodríguez Zapatero, Podemos era una amenaza incipiente. Apenas cinco escaños en las elecciones europeas que se habían celebrado meses antes, pero 1.253.000 votos que, sumados al millón y medio de Izquierda Unida, hacían presagiar que en la izquierda se avecinaban cambios profundos, nada lampedusianos.

Pedro Sánchez llegaba para combatir eso, para pilotar la transformación de un PSOE que resistiera al envite de la nueva política y consolidase el previsible relevo a Mariano Rajoy en 2015. Ya entonces había estallado el caso Gürtel, ya entonces se conocían los papeles de Bárcenas, ya entonces se habían publicado los mensajes del presidente del Gobierno al ex tesorero del Partido Popular...

Durante los tres años siguientes ese envite evolucionó hasta convertirse en un órdago que Sánchez libró por los pelos. Resistió al sorpasso pero fue incapaz de liderar a una izquierda dividida y enfrentada, que pudo pactar tras las elecciones del 20 de diciembre de 2015 y no quiso, y que se lanzó con el cuchillo en los dientes a las de junio de 2016 como quien libra la batalla final. Pero la definitiva llegó después y fue interna: el sector del PSOE liderado por Susana Díaz, el mismo que impulsó su candidatura en las primarias de 2014, imponía ahora la abstención, el alejamiento de Podemos y la caída de Sánchez en el Comité Federal del 1 de octubre.

Aquel fin de semana, que con el tiempo se ha ganado el acompañamiento del adjetivo "infausto" cuando el recuerdo viene de las filas socialistas, es el que le permite volver ahora al Congreso, otra vez, con el aura de salvador. Pero en circunstancias muy distintas. Para empezar, hace tres años el decisivo apoyo de la federación andaluza que le aupó a la victoria llevaba el sello del aparato, y obligaba a cierta dependencia en su proceder. La victoria en las primarias de 2017 se ha producido sin embargo contra el aparato, y el Sánchez que llega a este Congreso presume de mayor libertad.

Ya no está entre la espada y la pared que le marcaba el Comité Federal tras los comicios: ni PP, ni Podemos. Las intervenciones de su portavoz provisional en el Congreso de los Diputados durante la moción de censura, José Luis Ábalos, han ayudado a clarificar el rumbo del PSOE, ya marcado por el propio Sánchez: entenderse con el resto de la izquierda desde una posición de fuerza.

Pedro Sánchez diseñará un Comité Federal a su medida, sin caballos de Troya como los que Susana Díaz se aseguró de colocar en 2014

Pedro Sánchez diseñará un Comité Federal a su medida, sin caballos de Troya como los que Susana Díaz se aseguró de colocar en 2014 a través de personas cercanas, como el sevillano Antonio Pradas, que fue finalmente el impulsor de las dimisiones en masa que provocaron la caída de Sánchez. Los protagonistas de la nueva Ejecutiva de Sánchez serán sin embargo los que ya le han rodeado durante todo el proceso de primarias y de oposición a la Gestora: el propio Ábalos, Óscar Puente, Odón Elorza, Adriana Lastra...

Pero la Ejecutiva no será monocromática. En ella estará también uno de sus rivales en las primarias socialistas, Patxi López, que ocupará el área de Política Federal, el mismo que Susana Díaz aseguró para Antonio Pradas en 2014. Entonces, ninguno de los rivales de Sánchez, ni Eduardo Madina ni José Antonio Pérez Tapias, aceptaron puestos en la dirección del partido. "Nuestros proyectos son muy diferentes", declaró entonces Madina, que sin embargo protestó: "No ha habido integración".

En este caso, a la presencia de Patxi López se une un guiño al susanismo con la presencia de Guillermo Fernández Vara, presidente extremeño y uno de los más destacados barones cercanos a la presidenta de la Junta, en el Consejo de Política Federal. Para Sánchez, es la manera de ejemplificar la "reconciliación" que ha pregonado durante las últimas semanas, desde su victoria en las primarias socialistas.

La confección inicial de la Ejecutiva no es un tablero ni mucho menos definitivo

Sin embargo, la presencia de Vara es un triste consuelo para Susana Díaz, para quien estos tres años sí han supuesto un cambio radical. En 2014 afrontó un Congreso que debía ser el paso previo a su coronación, a través de un candidato aupado por ella, y en 2017 llega sin embargo derrotada, replegada en la presidencia de Andalucía, con su ex candidato en contra y con el partido encaminado en una línea política opuesta a la que ella defendió durante los últimos meses.

Díaz llega al Congreso debilitada por su fracaso en territorios clave como Cataluña o el País Vasco, que serán también relevantes en el cónclave socialista. Especialmente lo será el encaje del PSC en la nueva Ejecutiva, que contará con la presencia de la alcaldesa de Santa Coloma de Gramanet, Nuria Parlón.

No obstante, si se atiende al ejemplo reciente, la confección inicial de la Ejecutiva no es un tablero ni mucho menos definitivo. Valga el ejemplo de la estructura interna surgida del Congreso de 2014, en la que figuraban César Luena y Antonio Hernando en los cargos más próximos al secretario general. Ambos terminaron fuertemente enfrentados con Pedro Sánchez, del mismo modo que lo hicieron otros cargos de la Ejecutiva como Ximo Puig, Emiliano García-Page, Tomás Gómez o el presidente del parlamento de Andalucía, Juan Pablo Durán.