Si a los europeos les preguntaran por el político ruso al que más admiran, evocarían a Mijail Gorbachov, el último líder de la Unión Soviética. Entendió que la Historia pedía paso y facilitó los cambios más trascendentales de finales del siglo XX en Europa. Para los rusos es un ídolo caído. Su zar, Vladimir Vladimirovich Putin, atrincherado en su dacha infernal, es quien representa la Rusia que quieren, una Rusia fuerte que desafía a Occidente.

Gorbachov soñaba con la casa común europea, del Atlántico a los Urales, en la que la naciente Federación Rusa y sus Estados vecinos tenían cabida por sus valores comunes. Putin ve a Europa como el enemigo, en realidad una amalgama de Estados divididos y vasallos de Estados Unidos. Pero supone, por el mero hecho de existir, una amenaza.

La UE, sostiene Putin, está detrás de las revoluciones de colores, de la sublevación en Ucrania, y busca que esos levantamientos contra el poder estallen en territorio ruso. Además, no reconoce la anexión de Crimea, cuyo cuarto aniversario hizo coincidir con las presidenciales. Parece convencido de ese asedio, y muchos de los más de 56,2 millones que le han votado también. El nacionalismo y el enemigo exterior se han alíado para aupar a Putin a lo más alto.

Muchos de los gobernantes de la UE se quedaron mudos tras la aplastante victoria de Putin. Pese al fraude, que hubo, nadie duda de que los rusos confían en su liderazgo

Es tanta la distancia entre los rusos y los europeos ahora que muchos de los gobernantes de la UE se quedaron mudos tras la aplastante victoria del presidente el domingo. Tras 18 años en el poder, Putin se impuso por más del 76,6% de los votos, el mayor porcentaje de la Historia, con el 67% de participación. Pese al fraude, que hubo según ha denunciado la propia OSCE, nadie duda de que los rusos confían en su liderazgo. Es un líder en guerra.

Ha recibido felicitaciones del presidente chino, Xi Jinping, del venezolano, Nicolás Maduro, entusiasta, y de los líderes de Cuba, Irán, Kazajstán, y Bolivia. El presidente Trump se ha desmarcado de las potencias occidentales y ha hablado con Putin, sin referirse al caso Skripal. Trump no puede evitar su admiración por el líder ruso, con quien se verá en fechas próximas.

En Europa, sin embargo, el portavoz de la canciller, Angela Merkel, ha recordado “las grandes diferencias que mantienen sobre Ucrania o Siria”, antes de enviar un telegrama cortés pero sin efusiones. Incluso el ministro socialdemócrata de Exteriores, Heiko Maas, ha expuesto sus dudas sobre la limpieza de los comicios. Hay división entre los europeos, pero sobre todo estupefacción ante la prueba de fuerza del zar ruso.

Entre los más cercanos a Putin en Europa occidental están los vencedores en Italia, tanto la Liga de Matteo Salvini como el Movimiento 5 Estrellas de Luigi Di Maio. Al igual que Alternativa por Alemania, que también simpatiza con el zar ruso. Euroescépticos, populistas y nacionalistas convergen en Rusia.

Desinformación como arma de distracción

La crisis sobre el ataque con gas nervioso en suelo británico, la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que Europa sufre un acción tan grave, es un ejemplo del abismo que separa a Rusia de su vecina Europa. Desde el Reino Unido aseguran que hay pruebas de la implicación rusa (el gas se fabricaba en Rusia, según científicos que participaron en su creación) y demandan respuestas, tras un ultimátum que Moscú ignora.

Pero Putin ignora los llamamientos, y tras su victoria, replica que es “un disparate” pensar que puede ser Moscú. Entonces el Reino Unido acusa a Moscú de orquestar una campaña de desinformación. Es un arma de distracción eficaz. El patrón se repite cada vez que hay sospechas que llevan a Rusia. Negación tras negación hasta que el asunto se evapora en el olvido.

Pero las expulsiones de diplomáticos (o agentes) no son algo que haga daño a Putin. Es más, su portavoz aseguró que las acusaciones británicas y las medidas aplicadas explican que la participación fuera al final mejor de lo esperado.

El propio Putin dio pistas sobre su talón de Aquiles. “Es un sinsentido pensar que lo hicimos en víspera de elecciones y con el Mundial”, aseguró. Si realmente el Reino Unido y sus aliados tienen pruebas y están convencidos de que el Kremlin está detrás del envenenamiento del ex espía Skripal y de su hija, tendrían que promover un boicot al Mundial. De equipos, no solo de visitas oficiales.

A Putin le gusta sobrepasar las líneas rojas, una y otra vez. Sabe que puede hacerlo y por eso lo hace

Putin busca ser el foco de atención mundial durante la competición del deporte que entusiasma a millones de personas en todo el mundo. Dejarle fuera de juego sería una respuesta contundente e inesperada. Quienes conocen bien Rusia también apuntan que cualquier medida contra los oligarcas y sus familias puede ser una muestra de fuerza.

A Putin le gusta sobrepasar las líneas rojas, una y otra vez. Sabe que puede hacerlo. Y por eso lo hace. Ni siquiera los europeos que hablan ruso y han leído a Dostoievsky, como la canciller Merkel, saben cómo desenvolverse con el espía-en-jefe. Ahora tendría que acometer reformas, como hizo Gorbachov, para que su país diera un salto adelante. Pero no quiere correr el riesgo de terminar sin poder y sin riqueza. Bajo la lápida de la Historia.

Putin no respeta las mismas reglas de juego que la UE. Muchos creen que tiene mentalidad de jugador de ajedrez o de luchador de judo. Pero realmente su estrategia responde al Go, un juego de origen chino en el que los participantes han de conquistar el mayor territorio posible. Mueve sus piedras y trata de mantener sus dominios sobre el vecindario y más allá. Cree que quien tiene enfrente, las potencias occidentales, hacen lo mismo, expandirse. Y por ello, el conflicto será permanente. Con Putin al frente y los millones de rusos que le consideran su zar. Dueño y señor de su dacha.