Opinión | Política

Lo que la crisis iraní revela sobre Europa

Protestas en Irán tras la decisión de Trump de abandonar el pacto nuclear. EFE

Fui crítica con el acuerdo nuclear con Irán porque me pareció que no ponía énfasis suficiente en la apertura y en la protección de los Derechos Humanos. Pero entendía y entiendo los argumentos de quienes lo promovieron: la situación de los hombres y (muy en especial) de las mujeres iraníes no ha mejorado durante los largos años de sanciones y bloqueo, y en cambio el régimen de los ayatolás avanzaba hacia la construcción de su primera bomba nuclear. Sin necesidad de que la lanzaran, ese simple hecho ya habría liquidado la escasa estabilidad que queda en la región.

El presidente Obama tenía sus motivos: como explicó hacia el final de su mandato, Oriente Medio no podía seguir acaparando toda la atención y todo el esfuerzo diplomático y político de Occidente cuando el punto de equilibrio se había trasladado mucho más hacia el este. Si conseguía conjurar la amenaza de un Irán nuclear, dejaría como legado una política exterior mucho más centrada en contener la influencia de China en Asia-Pacífico. No calculó (nadie lo hizo) quién iba a sucederle en el Despacho Oval.

Europa también tenía sus motivos. En realidad, Oriente Medio es un problema mayor para nosotros que para Estados Unidos. No hacen falta muchos ejemplos, bastan los de Siria y Daesh. Se hizo un gran esfuerzo diplomático y se llegó a un acuerdo que, sin contentar a todos, suponía un éxito notable, el primero de calado de la compleja y delicada política exterior de la Unión Europea. Un acuerdo de estirpe liberal, en el que se renuncian a los maximalismos por un logro razonable, por una mejora parcial que no impide perseguir otras más adelante.

Pero en la Casa Blanca no hay ya un liberal, sino un nacional-populista empeñado en demostrar que Estados Unidos prevalece. Ya lo he dicho otras veces: el grito de America first no reclama el liderazgo sino el dominio, la victoria en una supuesta competición de países. No creo que Trump sea consciente de hasta qué punto sus formas y sus acciones subrayan la creciente debilidad de su país en lugar de la fortaleza que todavía conserva. Los verdaderamente fuertes lideran, los inseguros se imponen.

La UE tiene que decidir si quiere ser el hermano pequeño de un gigante inseguro como EEUU, el cliente cautivo de una potencia creciente como China, el vecino atormentado de Vladimir Putin o un actor político de primer orden

¿Qué persigue Trump con este movimiento? Está usando como excusa el dossier de Netanyahu sobre un supuesto programa nuclear iraní, pero la historia reciente nos recuerda que siempre conviene creer a la Organización Internacional de la Energía Atómica, y sus funcionarios no ven motivo para creer que Irán no esté cumpliendo su parte. Además, el presidente de Estados Unidos ya criticaba el acuerdo con Irán antes de que el gobierno israelí hiciera públicos sus documentos. De hecho, lo criticaba incluso antes de ganar las elecciones de 2016. Siempre vio en el pacto un ejemplo de la decadencia de su país, en lugar de la apuesta geopolítica que es. Se podrá criticar la estrategia de Obama, pero al menos tenía una.

La cuestión inminente es qué va a hacer la Unión Europea. De momento, desde Mogherini hasta Macron, han recordado que pacta sunt servanda y que por su parte no hay motivos para abandonar el acuerdo. De qué servirá esto si se descuelga Estados Unidos está por ver, pero hay mucho en juego como para dar pasos precipitados. Sin embargo, la cuestión crucial es el papel que queremos desempeñar pensando en el futuro, por importante que sea esta crisis en particular.

Más allá de Irán, no es fácil encontrar las huellas de la Unión en cuestiones de verdadero calado internacional. No disponemos de una sola voz, los intereses nacionales a corto plazo dificultan y hasta impiden que tengamos un papel acorde con nuestro peso económico, demográfico e histórico. Seguimos supeditados a Washington en materia de defensa, algo que nos resta peso en el crudo mundo de la geopolítica. Ni siquiera está claro que hayamos desarrollado un estilo diplomático propio. Para mí, como sugería más arriba, ese estilo debería ser de corte liberal, impidiendo que los intereses nos cieguen ante los derechos humanos, huyendo de maximalismos y apostando siempre por el diálogo. Así se construyó Europa y así debe vernos el mundo.

Para la Unión, Trump tiene una ventaja respecto a Obama, ya que su brusquedad pone de manifiesto con mayor claridad que es hora de decidir qué queremos ser: si el hermano pequeño de un gigante inseguro como EEUU, el cliente cautivo de una potencia creciente como China, el vecino atormentado de Vladimir Putin o un actor político de primer orden al que no se le pueden imponer decisiones unilaterales como ésta de Irán, que sea capaz de evitar o acabar con conflictos como el de Siria que nos afectan directamente y a la que se escuche en regiones emergentes, desde el Cono Sur hasta Asia-Pacífico pasando por África.

La cuestión no es secundaria ni se puede aplazar demasiado tiempo. Queda un año para las elecciones europeas, de las que surgirá una nueva Comisión. Francia y Alemania han renovado sus gobiernos de signo europeísta. La herida del Brexit sigue abierta, pero se irá cerrando poco a poco. Tenemos doce meses para hablar abiertamente de los pasos que tenemos que dar para que la vieja Europa sea capaz de ofrecer al mundo el liderazgo moral y político de raíz liberal que Estados Unidos ya no está en condiciones de asegurar.

*Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE)

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