Tuvo Radiotelevisión Española la genial idea de organizar un debate electoral el día de Todos los Santos, fiesta nacional, que caía en viernes, de puente, con la temperatura invernal aún por llegar. Por si estos no fueran suficientes incentivos como para apagar el televisor, la cita enfrentaba a siete candidatos, en uno de esos formatos a varias bandas en los que no hay preguntas y cada detalle está pactado, lo que convierte al moderador en una especie de relojero que sólo tiene que mirar los cronómetros y ser diplomático en la presentación y la despedida.

Así debaten los partidos en este país, en un formato rígido y soporífero que ni pone en especiales apuros a ningún participante, ni les obliga a improvisar. Los más experimentados lanzan las soflamas con cierta naturalidad. Los que atesoran menos talento, como Gabriel Rufián o Inés Arrimadas, se aprenden sus intervenciones de memoria y las recitan de carrerilla. El resultado es un batiburrillo de ideas inconexas en el que se lanzan soflamas que difícilmente pueden ser rebatidas. Cuando le llega el turno al descontento, el espectador ya no se acuerda del mensaje que quería contestar. Otros, como Aitor Esteban, van directamente a lo suyo: si pasa por debajo de Álava o a la izquierda de Vizcaya, a mí ni me lo cuente. ¿Tiene sentido de veras que en un debate sobre España estén representados partidos que sólo hablan de una porción de su territorio?

Dice mucho que uno de los momentos más intensos de un debate sobre el futuro del país haya tenido que ver con el consentimiento sexual, pero, en el fondo, es una buena muestra del sino de los tiempos

Dice mucho que uno de los momentos más intensos de un debate sobre el futuro del país haya tenido que ver con el consentimiento sexual, pero, en el fondo, es una buena muestra del sino de los tiempos: en un momento en el que la izquierda tenía dificultades para movilizar a su electorado, sobrepasada por la crisis económica y sus consecuencias (que aún humean), se entregó al feminismo y al ecologismo. Y subió el tono. Sus reivindicaciones sobre estos dos puntos las lanza con palabras gruesas, pero también han comenzado a ser replicadas con dureza. Esta noche lo ha hecho Cayetana Álvarez de Toledo, quien ha contestado el eslogan del “no es no” con uno de su propia creación y forma de trabalenguas: “No todo lo que no sea un sí necesariamente es un no”. E Irene Montero ha montado en cólera y le ha exigido una rectificación. También Gabriel Rufián. No ha habido un punto más interesante en el bloque de política social.

Confusión al espectador

Asuntos de interés secundario, como éste, cobran protagonismo en campaña a las puertas del brexit, con la amenaza de la sombra de la desaceleración económica, en plena guerra comercial y en un momento en el que cualquier traspiés diplomático puede afectar a las cuentas del Estado. Lo cual explica la endeble salud de la política española y la causa que ha llevado a la repetición de estas elecciones. En el debate de este viernes, se han dado pinceladas sobre algunos de los grandes problemas del país, como la cuestión catalana, el futuro de las pensiones, los salarios y la competitividad de las empresas, y se ha hablado largo y tendido de las diferencias partidistas entre las principales formaciones políticas, lo que certifica que el bloqueo político no es ni mucho menos un imposible tras las elecciones que se han convocado para intentar sortearlo.

Asuntos de interés secundario cobran protagonismo en campaña a las puertas del brexit, con la amenaza de la sombra de la desaceleración económica

Como era de esperar, Adriana Lastra (PSOE) -muy floja- ha defendido la España de las autonomías mientras trataban de acorralarle con el concepto de la plurinacionalidad. Inés Arrimadas (Cs), ha apostado por el fin de los nacionalismos; Cayetana Álvarez de Toledo, por la caída de un Gobierno que fomenta la desigualdad entre Cataluña y el resto del Estado; Rufián, por la amnistía para los responsables del referéndum del 1-O; Irene Montero (Unidas Podemos), por el diálogo, Aitor Esteban (PNV), por el reconocimiento de que en España vive gente que no se considera española; e Iván Espinosa de los Monteros (VOX), por la prohibición de los partidos independentistas. España es un país con muchas realidades y aristas. Y Cataluña, más.

En economía, Lastra ha ensalzado el crecimiento del PIB sin detenerse en su ralentización; Álvarez de Toledo ha hablado del desastre que ha ocasionado el procés en Cataluña y del “pésimo” dato de paro. Y Espinosa de los Monteros e Irene Montero, se han referido a lo grande -el primero- y pequeño -la segunda- que es el Estado. Y a lo mucho y lo poco que gravan los impuestos a los empresarios. Son realidades muy distintas, deformadas en cada uno de los extremos, que están alejadas de la moderación y que causan confusión en el ciudadano. Un objetivo habitual en campaña, pero convengamos que poco honrado.

Intercambio de golpes

Dentro del bloque dedicado a los pactos post-electorales, lo de siempre: nadie tiene la culpa de que el 10 de noviembre los ciudadanos tengan que volver a votar. Quizá lo que más ha llamado la atención es la poca virulencia de los ataques entre Lastra y Montero, las portavoces de las fuerzas políticas que se lanzaron los trastos a la cabeza durante y tras la infructuosa negociación. Espinosa de los Monteros acusó al PNV de xenófobo y la contraparte le llamó franquista. Nada nuevo bajo el sol.

El debate ha contado con 14 intervenciones de 1 minuto de los portavoces. Una por cabeza al principio y una por cabeza al final, lo que dice mucho de su poca agilidad y utilidad. Mucha grasa y poco magro. Mucha paja y poca sustancia. Intervenciones propias del dúplex de un programa de actualidad, pero no de un debate en el que los ciudadanos exigen respuestas. Si esta noche no se hubiera celebrado esta cita, los ciudadanos no hubieran perdido mucho.