Esa vez no se ausentaron, les echaron. Desde primera hora ocuparon los escaños en la institución a la que, como todas las demás, habían decidido no participar en señal de protesta. Aquel 4 de febrero de 1981 no era una jornada cualquiera en la Casa de Juntas de Gernika. Todos lo sabían. Los dirigentes de la izquierda abertzale también y no estaban dispuestos a dejar pasar la ocasión para expresar su rechazo a la monarquía y al Jefe de Estado de España que por primera vez visitaba Euskadi en acto oficial.

En la bancada, los principales dirigentes de Herri Batasuna. Sobre ellos, las miradas del resto de grupos y la vigilancia de los servicios de seguridad, los de la Casa Real y los del Gobierno vasco, los 'Berroci' el germen de la Ertzaintza. El riesgo de que pudieran boicotear el acto era elevado y se confirmó sólo minutos después. Concluida la alocución del entonces lehendakari, Carlos Garaikotxea, el Rey Juan Carlos tomó la palabra. Apenas había comenzado su discurso, los representantes de la izquierda abertzale, puño en alto, comenzaron a cantar el ‘Eusko gudariak’, el canto al soldado vasco, impidiendo que el monarca continuara su discurso.

La mirada del Rey era la de quien estaba preparado para que eso ocurriera. Incluso bromeó con que no se les escuchaba suficientemente. Los gritos de “¡fuera, fuera!” del resto de representantes políticos de las instituciones vascas, los aplausos -incluidos los representantes del PNV- y algunos vivas al Rey, pronto dejaron paso a un tumultuoso desalojo de los representantes de HB. En la lista de representantes de la izquierda abertzale expulsados figuraban nombres como los de Jon Idígoras, Santiago Brouard -que ocho años después murió asesinado por los GAL- o el abogado Miguel Castells.

Tensión social

El Rey retomó poco después la palabra para proclamar que frente a quienes proclaman la “intolerancia, desprecian la convivencia, no respetan las instituciones ni la libertad de expresión” él quería proclamar “mi fe en la democracia y mi confianza en el pueblo vasco”. Aquella mañana en la Casa de Juntas de Gernika simbolizó no sólo la recuperación de las instituciones vascas y la relación de estas con las altas instituciones del Estado en plena transición, sino también el complicado clima político y social que se vivía en Euskadi.

Mientras el Rey fue interrumpido, ETA mantenía aún secuestrado desde hacía cinco días al ingeniero de la central nuclear de Lemóniz, José María Ryan. El chantaje de su demolición a cambio de la liberación del ingeniero no fue aceptado y la banda terrorista lo asesinaría dos días después.

Cuando el Rey visitó Euskadi, faltaban sólo dos semanas para que el intento de Golpe de Estado en el Congreso hiciera contener la respiración a todo el país.

Absueltos

Meses más tarde, 19 de los representantes de HB fueron juzgados acusados de desórdenes públicos y de injurias. La fiscalía llegó a pedir hasta 7 años de cárcel para la mayoría de ellos. Finalmente, sólo fueron condenados a cuatro meses de cárcel por desórdenes públicos. Poco después el Tribunal Constitucional anularía el juicio por defectos de forma y obligaría a su repetición. En la nueva vista celebrada en 1993 el Tribunal Supremo absolvió a todos los acusados y aseguró que los hechos correspondían a un legítimo derechos de libertad de expresión.

Han pasado casi cuatro décadas y el rechazo de la izquierda abertzale a la monarquía ha vuelto a escenificarse esta semana en el Congreso de los Diputados. Esta vez con una ausencia de la sesión de apertura de la legislatura tras la lectura de un manifiesto -junto a ERC, JxCat y BNG- y afirmando que “no tenemos Rey”.

En estos años el entorno de Bildu siempre ha mostrado un claro rechazo a la monarquía y ha reivindicado su perfil republicano y su aspiración por una república vasca. El portavoz de Bildu en las Cortes, Oskar Matute ha subrayado estos días que una democracia real “no es posible “ sin la ruptura con la figura del Rey, “una persona que no ha sido elegida por nadie” y que es “incompatible con una sociedad moderna”.