Llegaba Albert Rivera con urgencias al debate electoral y se ha pasado de frenada. El domingo por la tarde sacó a la palestra un perro. En el primer bloque del debate, un adoquín, y en el segundo, un cartelito con tres siglas: I.C.B. “Impuesto sobre la Corrupción del Bipartidismo”. También mostró un rollo enorme de papel, un folio con un mapa de España y una noticia en la que aparecía la fotografía de una mujer embarazada. “Vamos a hacer de este país un mejor lugar para las familias”, dijo. Desconozco si este enorme despliegue de cachivaches servirá para movilizar a quienes votaron a Ciudadanos en abril y están pensando si renovar su apoyo. Pero, desde luego, no debería valer para ganar un debate medianamente serio.

Como Mediaset renunció a emitir el coloquio entre los candidatos a la presidencia del Gobierno, en Telecinco se ha ofrecido esta noche el programa Got Talent, pues a Paolo Vasile le gusta eso de salirse por la tangente. En el intermedio del primer bloque, de 10 minutos, había unos niños andaluces que bailaban con una canción de Rosalía. Ellas, de faranduleras. Ellos, de pilotos de avión. Tenían menos cosas entre manos que Rivera, lo cual lo dice todo. Contaba anteriormente que el político catalán se ha pasado de frenada porque no ha medido bien al rival que tenía enfrente. Porque su actuación efectista ha contrastado con la de Santiago Abascal, con quien se disputará una parte del voto y quien se ha expresado con más entereza y sosiego, esa cualidad que parece haber perdido Ciudadanos.

La impresión es que el líder de Vox ha iniciado el debate en la ultraderecha y lo ha terminado como el padre de las derechas. Parece mentira que los reputadísimos expertos en comunicación política que preparan este tipo de citas no hayan reparado en que, en el principal debate de la campaña del hastío, el tono era tan importante o más que el mensaje. Y Pablo Casado y Rivera han perdido a los puntos en este punto. Quienes piensan que la participación de Vox en el debate sirve para blanquear un extremismo, se llevarán las manos a la cabeza. Quienes consideran que Ciudadanos y el PP tenían una oportunidad de arrebatarle votos, quizá hayan apagado el televisor, desilusionados.

Y Manuel Campo Vidal

En un país en el que cuesta tanto que los candidatos debatan, la liturgia de este tipo de citas tiene todavía el encanto de la bisoñez, pese a que han pasado 26 años desde 1993, cuando se celebraron los dos cara a cara entre Felipe González y José María Aznar. Uno de ellos, por cierto, moderado por Manuel Campo Vidal, que ya no ejerce de presentador ni de presidente de la Academia de Televisión -la organizadora-, pero que allí estaba esta noche, sin renunciar a salir en la foto. Mientras tanto, los politólogos se explayaban en las mesas de debate televisivas y hablaban de los candidatos: todos acudieron en vehículo negro, menos Iglesias, en taxi. Todos lo hicieron con corbata, menos Abascal. Tres con nudo perfecto y uno -Iglesias- con nudo flojo. Cuatro con chaqueta, menos el de Podemos. “Y Rivera, sin alzador bajo el atril”, explicaba una tertuliana.

Este lunes ha habido más confrontación e intercambio que en la cita de la semana pasada, pero la impresión es que los más perjudicados han sido los dos que más han bajado al barro

Decía uno de los siete participantes en el debate del pasado viernes en TVE que este tipo de coloquios a varias bandas son un guirigay insoportable, dado que los turnos de palabra están tan espaciados que resulta casi imposible dar réplicas coherentes y oportunas. Este lunes ha habido más confrontación e intercambio que en la cita de la semana pasada, pero la impresión es que los más perjudicados han sido los dos que más han bajado al barro: Pablo Casado y Albert Rivera. Y entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez resulta difícil elegir a un ganador.

El discurso de Unidas Podemos es mucho menos efectivo actualmente -por desgaste- que en los años más complejos de la crisis. Y Sánchez debería entender que no se puede acudir a un debate sin intención de debatir, recitando como un papagayo las propuestas escritas en un papel. Pese a haber sido incapaces de llegar a un acuerdo de Gobierno el pasado verano, tampoco se puede decir que se hayan tirado los trastos a la cabeza.

Cataluña...como siempre

Como era de esperar, Cataluña, Franco, la unidad de España, ETA y la situación económica han sido los temas que más choques han provocado entre los candidatos. Albert Rivera se ha dirigido en varias ocasiones a “las familias”; Pablo Iglesias, a “los trabajadores”, y Santiago Abascal, a los españoles que no comulgan con las políticas “progres”. Pablo Casado ha advertido en varias ocasiones sobre los desaguisados que crean los socialistas en las cuentas del Estado cuando gobiernan. Y Pedro Sánchez se ha detenido en el crecimiento económico, la transición ecológica y su agenda de género, cosa importante, parece ser, pero para el resto de los ciudadanos, pues, como bien ha indicado Ana Blanco, en el plató no había paridad.

Convendría también reparar sobre la labor que realiza la Academia de Televisión en estas ocasiones. No sólo porque ejerce una escasa resistencia a los caprichos de los partidos durante las semanas previas a estas citas -no dejan hacer ni preguntas-, sino porque el formato del debate es largo y rígido. Y el decorado bien podría ser de la televisión de Europa del Este antes de 1989. ¿Y por qué se escucharon aplausos un par de veces, desde fuera del plató? Buena pregunta.

En unas horas trascenderá la audiencia del debate. En las redes sociales, ha sido el protagonista. Más que por su contenido, por ocurrencias como el adoquín de Rivera; o por el lapsus línguae de Pablo Iglesias, quien se iba a referir a las “manadas”, ha confundido una letra y, bueno... el resultado ya lo sabe usted.