Franco llevaba ya tiempo dándole vueltas al tema de su sucesión, pero fue seguramente en 1968 cuando se dieron las circunstancias propicias para que tomara una decisión a favor de Juan Carlos de Borbón, por entonces tan sólo príncipe.

A principios de ese año, el 30 de enero de 1968, nació en una clínica de Madrid el tercer hijo y el primer varón del príncipe Juan Carlos y la princesa Sofía. El príncipe se apresuró a llamar al Pardo, la residencia del dictador, para comunicarle la noticia. "¿Es machote?", preguntó Franco. "Sí, mi general. Machote como su padre", contestó Juan Carlos. Según todos los presentes, el príncipe estaba claramente eufórico.

Franco, al otro lado de la línea, suspiró de alivio. El dictador había cumplido los setenta y cinco años hacía menos de un mes, el 4 de diciembre. Llevaba casi treinta años ejerciendo el poder absoluto como “Caudillo”, el título que se había puesto a sí mismo, y aunque se encontraba bien de salud, era bastante obvio que estaba envejeciendo muy rápido y que ya padecía los primeros síntomas del Parkinson.

Uno de sus ministros, Manuel Fraga, responsable entonces de Información, llevaba tiempo advirtiendo de que el dictador estaba menguando físicamente por minutos y, aunque nunca se atrevió a decirlo en público, también debió pensar que sus facultades mentales se estaban resintiendo. Según explicó Paul Preston, sus paranoias sobre supuestos complots de comunistas y masones para derrocarlo iban en aumento, y no había día en que no se quejase amargamente de las acciones “revolucionarias” de los estudiantes universitarios y los “curas rojos”. 

La pregunta que todos se hacían

El propio Franco, aunque reticente a asumir sus limitaciones, se daba cuenta de que ya no era el mismo y había llegado al extremo de reconocer a uno de sus primos que no llegaría a cumplir los noventa. Semejante revelación hizo que muchos en su entorno se planteasen una pregunta que, por aquel entonces, nadie sabía exactamente cómo contestar: ¿y después de él, qué? ¿Qué pasaría una vez muerto Franco? Y, sobre todo, ¿quién lo iba a suceder?

Hacía cuatro años, en 1964, el Régimen había celebrado por todo lo alto el veinticinco aniversario del fin de la guerra civil. Se organizaron festejos, desfiles, actos multitudinarios y grandes exaltaciones de apoyo a Franco para “agradecerle” lo que, oficialmente, se denominaba “veinticinco años de paz”. Muchos en el entorno de El Pardo, la residencia oficial del dictador, dieron por hecho que Franco aprovecharía aquel momento para nombrar a su sucesor. Pero no lo hizo. Aunque en algún discurso perjuró que a su muerte la dictadura seguiría intacta, no dio pistas sobre quién estaría al mando cuando él ya hubiese muerto. 

Al menos, no en público. En privado, sí que Franco comentó a algunas personas que esperaba que el príncipe Juan Carlos de Borbón aceptase algún día el cargo “y jurase los principios del Movimiento Nacional”. Y en un gesto muy elocuente hizo que el príncipe estuviera a su lado en el desfile de la “Victoria Militar” que se celebró el 24 de mayo de 1964. La princesa Sofía acompañó a Carmen Polo, la esposa del dictador. Pero más allá de ese gesto, Franco no quiso confirmar públicamente nada.

"El tenía el reloj y él decidía la hora"

Y así, sin que dijera nada, pasaron los años. La entonces princesa Sofía explicó a su biógrafa oficial, Pilar Urbano, que "Franco tenía el reloj y él decidía la hora". Lo dijo con calma, pero no hay duda de que debieron ser años angustiantes en que Juan Carlos y Sofía no estaban en tierra de nadie. En cualquier momento, Franco podía nombrar sucesor a cualquier otra persona (y hubo muchas presiones para que lo hiciera) o incluso enviarlos al exilio. La Ley Fundamental del 26 de julio de 1947, una de las leyes fundamentales sobre las que se establecía el franquismo, establecía que España era un "reino católico, social y representativo", por lo que muchos dieron por hecho que a Franco le sucedería un rey, pero Juan Carlos no era el único candidato viable. Estaba también su primo, Alfonso de Borbón Dampierre, casado con una de las nietas de Franco.

Tales eran las incógnitas y los desvelos que Juan Carlos llegó a temer que no lo nombraran. También su padre, Juan de Borbón, exiliado en Portugal, llegó a creerlo y le dijo a su hijo que "me apuesto cinco mil pesetas a que no hay tal designación de sucesor". Las tensiones entre padre e hijo ya eran por aquel entonces enormes: los derechos dinásticos a la corona los tenía legalmente don Juan por ser hijo y heredero de Alfonso XIII, pero a Franco semejante detalle le daba completamente lo mismo y nunca disimuló su repulsión por don Juan, a quien consideraba peligrosamente democrático y cercano "a los rojos". A pesar de que muchos se dirigían a don Juan como "el rey" y le dieron el tratamiento de Majestad desde la muerte en Roma de Alfonso XIII, Franco siempre se negó a tal honor y encabezaba sus cartas con un frío "Mi muy querido infante".

Las peleas entre padre e hijo

Don Juan lo sabía y, en su fuero interno, siempre supo que Franco nunca iba a aceptar que él se hiciera con la corona tras su muerte. Pero eso no quería decir que no le doliera y tenía mucha envidia de su hijo, a quien veía con más opciones de hacerse con la corona. Juan Carlos, obviamente, estaba harto de los insultos y los recelos de su padre y en una ocasión, cuando don Juan le acusó de intrigar para conseguir la corona, le echó en cara: "Tú juegas a una carta; y yo estoy jugando a otra, pero porque tú quisiste enviarme a estudiar a Madrid, cerca de Franco". Y tenía razón: durante toda su vida, Juan Carlos había sido un mero peón en el juego de ajedrez que jugaron don Juan y Franco.

Finalmente, a mediados de junio de 1969, Juan Carlos fue a El Pardo para despedirse del dictador antes de partir de vacaciones a Estoril. Fue una conversación banal, como siempre, pero al final, Franco le preguntó: "¿Cuándo tenéis pensado regresar, Alteza?". A lo que Juan Carlos contestó: "El 12 o el 13, mi general. En todo caso, estaré de vuelta para el desfile militar del 18 de julio". "Muy bien", apuntó Franco. "Pero venid a verme en cuanto regreséis, porque tengo algo importante que deciros".

Juan Carlos no le dio importancia al tema. Al fin y al cabo, Franco siempre hablaba con elipsis y misterios. Pero don Juan sabía que El Pardo estaba tramando algo gordo. Madrid estaba lleno de rumores y personas bien informadas, como Miguel Primo de Rivera, daban por hecho que Franco iba a nombrar sucesor a Juan Carlos. La tensión en Estoril fue enorme aquellos días, pero lo peor estaba por venir.

"Sofi, ya está"

De regreso a Madrid, Juan Carlos fue a ver al dictador. La audiencia estaba programada para las cuatro de la tarde. En cuanto estuvieron cara a cara, Franco le comunicó que le nombraba su sucesor. Juan Carlos contestó: "Si tiene que ser así, lo acepto como un servicio a España". Según reveló la propia Sofía, Juan Carlos regresó directamente a la Zarzuela y le dijo: "Sofi, ya está: Franco acaba de decirme que si acepto ser el sucesor". No lo dijo con euforia, sino con preocupación. Estaba muy preocupado por cómo iba a reaccionar su padre. Y la verdad es que don Juan reaccionó mal. A partir de aquel momento, padre e hijo no se dirigirían la palabra en meses.

A Franco, obviamente, el cabreo de don Juan le dio completamente igual. Es más, hay quien cree que incluso debió disfrutar de lo lindo con todo aquello.

La noche del 21 al 22 de julio de 1969, prácticamente nadie durmió en España. No por lo que estaba a punto de suceder, sino porque los astronautas Armstrong, Collins y Aldrin estaban a punto de hacer historia y pisar la luna. En Zarzuela, Sofía y Juan Carlos también lo vieron por televisión.

Al día siguiente, el 22 de julio de 1969, España seguiría pegada al televisor. Franco dio el paso y comunicó a las Cortes que había decidido nombrar a Juan Carlos como su sucesor. Juan Carlos se pasó la noche sin dormir de nuevo, pero esta vez porque le preocupaba tener que jurar los principios del movimiento. Su discurso no acaba de gustarle y requirió decenas de borradores y horas de trabajo.

El día 23 de julio, hoy hace 53 años, Juan Carlos, ojeroso, aceptó la designación de Franco como su sucesor a título de rey.