Si ha habido una aristócrata por antonomasia en la historia reciente de España, esa fue Cayetana Fitz-James Stuart y Silva o, como se la conocía, Cayetana de Alba, la duquesa, la mujer con más títulos nobiliarios del mundo (incluso salía en el Libro Guinness de los récords), una señora que atesoraba nada menos que cinco títulos de duquesa, dieciocho de marquesa, veinte de condesa y podíamos seguir así durante un buen rato.

Los poco entendidos en esto del protocolo y la heráldica aseguraban que, si se encontraban la duquesa de Alba y la reina de Inglaterra, ésta última era quien tenía que hacerle la reverencia a la otra, y no al revés. Era un absurdo, por supuesto (el título de reina está por encima de todos los títulos de duquesa del mundo), pero a muchos les gustaba, al parecer, repetir la farsa. Comentan algunos que, con motivo de un viaje de Estado a España de la monarca británica, Cayetana aprovechó para hacerle una aparatosa reverencia para así acallar rumores. Pero ni aún así lo consiguió.

Cayetana, todo hay que decirlo, era mucha Cayetana, una mujer de armas tomar, tan fascinante como carismática. En un mundo donde reinan las apariencias y los formalismos --algunos, absurdos--, a ella le gustaba bailar flamenco, comer gazpacho y estar con el pueblo. Era la imagen popular, cercana y accesible de un estamento elitista y remoto por definición. Se podían decir muchas cosas de ellas, pero esnob, lo que se dice esnob, no lo fue nunca. Más bien al contrario.

Cayetana tenía tanta personalidad que muchos a su alrededor quedaban eclipsados. Y, sin duda, el más eclipsado de todos fue su primer marido, Luis Martínez de Irujo, un aristócrata guapo y alto, siempre impecablemente bien vestido, que ejerció de discreto consorte y cuya historia quedó diluida. Hasta ahora.

El historiador José Miguel Hernández Barral ha tenido un acceso privilegiado a los archivos privados de la Casa de Alba y ha podido elaborar una exhaustiva biografía de quien fuera duque de Alba.

Un personaje prácticamente desconocido

De Luis Martínez de Irujo hasta ahora se tenían pocas referencias: se sabía que había nacido en Madrid en 1919 y que era hijo de una de las familias con más pedigrí de España, los duques de Sotomayor y marqueses de Casa Irujo. Su madre había sido dama de la reina Victoria Eugenia. También se sabía que había recibido una esmerada educación y que, además de ingeniero agrónomo, era abogado. Por supuesto, era conocido que se había casado con Cayetana de Alba y que tuvieron seis hijos. Y que murió demasiado joven por leucemia en la Clínica Anderson, en Houston. Pero poco más.

Para toda una generación, lo máximo que sabían de él era lo que habían aprendido de La duquesa, el biopic que hizo Telecinco en el 2011. Y de eso ya ha pasado más de una década. Incomprensiblemente, no había libros sobre él, ni biografías --autorizadas o no--, y su nombre había caído en una suerte de olvido.

"Su vida transcurrió entre el legado de su suegro Jacobo y la personalidad de su mujer. Luis parecía condenado a palidecer ante estas dos brillantes personalidades", asegura el autor, José Miguel Hernández Barral. "Sin embargo, sus decisiones en distintos ámbitos resultaron decisivas para el futuro del ducado".

En el libro nos encontramos a un hombre muy distinto de la imagen anodina que hasta ahora teníamos de él. Emerge un hombre culto y sensible que se hizo cargo de todo un patrimonio y consiguió modernizarlo y adaptarlo a los nuevos tiempos. También vemos a un mecenas, un auténtico experto en patrimonio cultural que supo conservar el ingente legado de la Casa de Alba.

La reconstrucción de Liria

Muchos expertos aseguraban que el gran logro de Cayetana como duquesa fue la conservación del palacio de Liria, que había sido prácticamente destruido durante la Guerra Civil. Fue una promesa que le hizo a su padre antes de que éste muriera: que no dejaría que se perdiese el palacio. Hubiese sido más fácil acabar de derruirlo y vender el solar por una gran fortuna.

Pero Cayetana invirtió en el hogar de los Alba no sólo una verdadera morterada de dinero, sino también la ilusión de toda una vida. Cayetana hizo lo imposible por recuperar el esplendor de aquella imponente casa señorial diseñada en el siglo XVIII. De hecho, muchos aseguran que lo mejoró respecto a los planes iniciales: creó nuevas salas, como el Salón Estuardo o el Salón Goya, para organizar y exhibir los cuadros, y amplió la escalera central.

La decoración se cuidó al milímetro, con techos de molduras, paredes enteladas, chimeneas de mármol y muebles antiguos. Viendo las imágenes de los salones, pocos podrían sospechar que se trata de una construcción de los años cincuenta: todo parece tener siglos a cuestas, haber sido dispuesto por alguno de los augustos antepasados de la Casa de Alba.

Siempre se ha visto a Cayetana como la única responsable de este proyecto, cuando en realidad Luis también tuvo mucho que ver. Sin él, probablemente, nunca se hubiera llevado a cabo ni con la celeridad ni con la eficiencia que se hizo. En esto, como en tantas otras cosas, su nombre quedó oscurecido.

Un matrimonio que evolucionó con el tiempo

Pero no sería lo único. En el matrimonio de los Alba, ella era la famosa y la que llevaba la voz cantante, y no sólo porque ostentara el título. La suya era una unión que había surgido a través de los cánones sociales: el padre de ella, Jacobo, fue prácticamente quien lo seleccionó para que se casara con su hija. Ella obedeció, aunque con el tiempo llegó a querer sinceramente a su marido.

Su boda llenó portadas de media Europa y fue bautizada como "la boda más cara de mundo". Era el mes de octubre de 1947, en la catedral de Sevilla, y según la prensa del momento, costó la friolera de veinte millones de pesetas de la época. Se dice que ni siquiera la boda de la mismísima princesa Isabel (hoy reina de Inglaterra) fue tan lujosa.

El matrimonio siguió acaparando portadas durante décadas, pero sería erróneo encasillar a Luis Martínez de Irujo sólo como consorte que protagonizaba de vez en cuando reportajes en el Hola. Una de las cuestiones más interesantes del libro es explorar precisamente su faceta más activa y política, como Jefe de la Casa de la reina Victoria Eugenia y su defensa de la monarquía. También su defensa del desarrollo industrial y de la evolución de una España básicamente agraria a una de servicios.

En conjunto, resulta una lectura interesante para entender a toda una clase social y a todo un momento histórico muy determinado. También para entender la personalidad de un hombre que lleva muchos años olvidado pero que fue testigo de excepción de muchos acontecimientos e intentó, en la media en que pudo, aportar su grano de arena.