“Soy todo lo que fueron antes que yo”. Francisco Ferrer Guardia, pedagogo español, nacido en 1859 ya sentó las bases de una educación librepensadora, laica, contraria a la autoridad, fundador de la Escuela Moderna, pionero en la coeducación, intentando no fomentar la competitividad, acercándose al arte, al teatro, el desarrollo global del alumnado con acercamientos a la naturaleza, y atendiendo a las disciplinas científicas y humanistas con la misma importancia.
Por su condición de anarquista e incitador de la revolución a través de la no violencia, pero sí de las huelgas, es acusado de ser el instigador de las protestas que abocan en La Semana trágica de Barcelona. Es detenido y acusado y lo condenan sin pruebas, sin darle más que 24 horas a su abogado para preparar su defensa de un sumario de 800 folios. Y con testimonios falsos, y sacando a colación hechos acaecidos bastante tiempo atrás.
En Francisco Ferrer. ¡Viva la Escuela Moderna!, se da cuenta de este proceso y nos presentan al educador, interpretado por un estupendo Ernesto Arias, con la calma, el aplomo y la inteligencia muy por encima de sus detractores. Por mucho que insistan en ‘volveremos sobre ello’, le dará igual, porque da la impresión de que ya se le ha condenado antes de ser juzgado. Francisco Ferrer insiste en que su vida poco vale, pero que deben prevalecer las ideas, la educación, erradicar el analfabetismo y, sobre todo, propagar las ideas que nos permitan pensar y actuar libremente.
‘El hombre es bueno, la educación, la mala educación, lo hace malo’, insiste el personaje. Y precisamente le acusan de actos violentos en esa Semana Trágica donde la contundencia gubernamental fue terrible. Él mantiene la idea de la inutilidad de la violencia.
La puesta en escena está presidida por un muro. Un muro que impide el progreso intelectual, un muro donde serán ejecutados quienes no acepten el poder establecido, un muro contra el que chocan las ideas progresistas porque el poder de la iglesia es demasiado grande.
Con dirección de José Luis Gómez, y texto de Jean-Claude Idée, la representación se muestra elegante, cálida y emocional, en algunos momentos documental, fehaciente, creíble, con la suavidad que sobresale por encima de la inquina y la cerrazón de su carcelero.
Los demás intérpretes asumen a la perfección sus roles, Jesús Barranco, David Luque y Lidia Otón que pone voz a diversos personajes.
Nos cuentan esta historia, hoy, que hay recortes en educación, que la credibilidad de los planes de estudio está en entredicho, que se habla de la falta de respeto del alumnado con relación a sus profesores, que no se puede presumir de un alto nivel de conocimiento ni de educación activa. Y no nos damos cuenta de que, como dice el protagonista, ‘soy todo lo que fueron antes que yo’, de que ‘estoy hecho del ruido de los demás’, de que solamente debe haber un camino, el de la esperanza y la libertad.
Y de que ‘cada día, la eternidad es ahora’, cuando Francisco Ferrer está a punto de morir.
Si queremos una sociedad mejor, comencemos por la educación en las aulas y con una forma de manifestarse, que es a través del teatro, como en este montaje.
'Francisco. ¡Viva la Escuela Moderna!', de Jean-Claude Idée, con dirección de José Luis Gómez. En el Teatro de la Abadía
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