Desde hace años, se ha dicho que finalizar la ducha con agua fría es un gesto casi milagroso para la salud. Se relaciona con tener más energía, mejor actitud y un sistema inmune más resistente. Pero la evidencia y los efectos en el cuerpo que pueden provocar el agua fría, también invitan a no llevar a cabo este hábito. La ducha fría no tiene los beneficios que muchos esperan tener y, en algunos casos, incluso puede ser una costumbre innecesaria que conviene evitar. Hay que entender bien qué es lo que ocurre con el cuerpo al final de la ducha y ver si de verdad merece la pena mantener esta costumbre.

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La ducha de agua fría

Cuando el agua fría entra en contacto con la piel, los vasos sanguíneos se contraen. Este proceso hace que el flujo sanguíneo llegue a los órganos vitales y estimula el sistema nervioso simpático. El cuerpo entra en un estado de alerta, aumenta el ritmo cardíaco y provoca una descarga puntual de adrenalina.

Sensación de energía momentánea

Esta activación provoca una sensación de mayor energía y claridad mental, pero no deja de ser una sensación transitoria. El efecto es muy intenso, aunque efímero, y transcurridos unos minutos, el organismo vuelve a la situación habitual y no se producen cambios importantes en la salud general ni en el funcionamiento del sistema inmune.

Los beneficios reales de la ducha de agua fría

Los estudios científicos disponibles demuestran unos efectos muy moderados. Alguna investigación sugiere que finalizar la ducha con entre 30 y 90 segundos de agua fría podría asociarse a menos bajas laborales por enfermedad. Las tasas de infecciones, en cambio, no modifican de manera significativa respecto a la gente que no hace este tipo de costumbre.

Tolerancia al malestar

La solución no radica en una mayor defensa ante virus o bacterias, sino en la percepción del malestar que experimenta la persona. El contraste térmico puede aumentar la resistencia a los síntomas más banales y, en consecuencia, incrementar esa sensación subjetiva de bienestar. Por esto se explica que algunas personas que practican este hábito, no se detengan en su actividad diaria incluso estando enfermas.

Motivos para no ducharse con agua fría

La razón por la que hay que renunciar a las duchas frías es porque carecen de influencia sobre la defensa: no previenen infecciones, no reemplazan dormir bien, llevar un régimen equilibrado o practicar ejercicio de forma habitual. Mantener la ducha fría como pilar de salud carece de fundamento.

Riesgos en algunas personas

La exposición rápida y repentina al agua fría puede ser incómoda o incluso contraproducente en personas que sufren de problemas cardiovasculares, hipertensión no controlada, o problemas circulatorios. Por otro lado, en la mayoría de la población sana tampoco existe una necesidad de someterse a este cambio térmico diario.

Duchas templadas y rutina estable

Elegir una ducha con temperatura tibia ayuda la relajación sin exigir al organismo. El tener un horario adecuado de sueño y realizar una rutina a primera hora de la mañana reporta mejores beneficios a largo plazo, en comparación con un estímulo extremo como puede ser el agua fría de la ducha.

Energía sostenible sin extremos

Una hidratación apropiada, la confluencia con la luz natural y una alimentación equilibrada desde el desayuno, aportan mayor energía y más duradera.

Por lo tanto, hay un motivo de peso para poner punto y final a las duchas con agua fría, aunque para algunas personas es la mejor forma de comenzar el día. Pero sus beneficios reales a largo plazo son mínimos, no refuerzan el sistema inmune, y por tanto, no son un gran beneficios para la salud en general. Habituarse a un estilo de vida sencillo y sostenible presenta una estrategia más sensata para cuidar la salud y para afrontar la jornada con más ánimo y energía.

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