El sonido de aquella puerta se había convertido en el acceso a su infierno, al de ella y sus dos hijas. Cuando él la abría se hacía de noche, oscura y fría. “Cuando oíamos abrirse la puerta, la sensación de miedo que teníamos las tres no se la deseo a nadie. Nos poníamos a temblar”. El ya había advertido a su hija que si no dejaba a aquel chico con el que había empezado a salir “lo mataría”. La vigilancia se había convertido en asfixiante, “por tierra, mar y aire”. Intentó atropellarle, le agredió y la violencia física contra ellos para que sus exigencias religiosas se impusieran no dejaron más salida que preparar la huida y pedir el divorcio. Aquel hombre no era ya el mismo que con el que se casó, se había transformado demasiado desde la muerte de su padre.

En otro hogar, en otra familia de ese mismo país… también todo comenzó a cambiar a la muerte de un suegro. “Fue entonces cuando la religión entró en nuestras vidas”. Hasta entonces, él apenas cumplía los preceptos básicos, el Ramadán y algunos rezos, nada extremo. Sí observó que su marido comenzó a acudir con mayor frecuencia a la mezquita para orar por el alma de su padre. También que había empezado a llevar a sus hijos a orar y que más tarde llegó a plantear que las clases de música que impartían en la escuela iban en contra del Islam. En casa, comenzarían a estudiar el árabe que hasta entonces prácticamente desconocían.

Después llegaron aquellos horribles vídeos. Acciones del ISIS degollando “infieles” que el padre obligó a ver a su hijo pequeño: “Yo le decía que no me parecía bien, que no quería verlo porque tenía pesadillas. ‘Da igual, cállate, siéntate y mira’, me decía. Después me preguntaba qué me había parecido, le respondía que no me parecía bien, ‘pues te lo tiene que parecer porque esa gente es buena’”.

En otra familia, en otro hogar de ese mismo país… se ultimaba un matrimonio concertado. Nadie tuvo en cuenta la opinión de la hija, que no tardó en oponerse: “Un día me desperté con un cuchillo en el cuello. Lo hizo para que viera que iba en serio, que ponía en riesgo mi vida y la honorabilidad de la familia”. Antes del viaje a Marruecos, donde debía conocer a la que estaba llamada a ser su familia política, huyó.

Camino del Estado Islámico

Su historia se repetía en otro hogar, en otra familia de ese mismo país... una niña de 14 años acababa de ser ofrecida como esposa para un joven de 28 años. Sus padres habían cerrado el acuerdo. El plan pasaba por conocerse los dos próximos veranos en sus estancias en Marruecos y después celebrar la boda. La niña que se mostraba rebelde en las aulas, que reaccionaba al clima insoportable que vivía en su casa, vio en su maestra la única salida posible. Su apoyo fue esencial para abandonar aquel entorno, evitar el matrimonio concertado y recuperar la libertad.

En otro hogar, en otra familia de ese mismo país... aquel domingo de 2015 en el que se despidió de su madre diciendo que se iba a la mezquita a rezar lo han repasado una y otra vez. No regresó. Su hermano tampoco supo decir dónde estaba. La cada vez mayor preocupación por los preceptos del Corán que mostraba no les habían hecho sospechar lo que acababa de ocurrir. Tampoco los cambios producidos en los últimos meses, aquella barba, el abandono del tabaco o el modo en el que había memorizado el libro sagrado. Aquel mismo día su hijo se lo contaría por teléfono. Llamó desde Turquía, camino de Siria, para comunicarle que había decidido unirse al Estado Islámico.

Su hermano lo relata aún entre lágrimas. No entiende cómo ocurrió, cómo no fueron capaces de intuir el grado de radicalización que había alcanzado y avanzaba ante sus ojos. Su principal sospecha siempre estuvo en el imán de la mezquita que frecuentaba y que tras ser investigado terminó siendo retirado. Tiempo después, su hermano les relató que se había casado y que tenía un hijo. En España tenía otra familia, otra mujer y dos hijos más. La última noticia que tienen sobre él es que la esposa con la que se casó y el hijo que tuvieron murieron a consecuencia de una bomba, de él, no tienen más información.

En otros hogares, en otras familias de ese mismo país… el temblor ya no lo provoca el sonido de la puerta al abrirse. Ya no es él, está en prisión. Las visitas a la cárcel se han espaciado, casi han desaparecido, el miedo, no. En el juicio él juró venganza. “Me sentenció que iba a ser mi enemigo toda la vida”. Las hijas han tenido que cambiar de colegio. En el centro escolar el arresto de su padre provocó un revuelo que las convirtió en ‘las hijas del terrorista yihadista’. El cambio de colegio apenas logró hacer desaparecer ese estigma.

Patrón de radicalización

La secuencia de testimonios, de vivencias, refleja bien algunos de los elementos que definen los procesos de radicalización yihadista vividos en nuestro país. Son hogares españoles en los que la irrupción de las corrientes más extremas del Islam han provocado la ruptura no sólo del seno familiar sino que han puesto en peligro la vida de alguno de sus miembros. El Centro Memorial de Víctimas del terrorismo, en colaboración con la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, ha editado un trabajo de investigación en el que se analiza el impacto de los procesos de radicalización de un familiar en el seno del hogar.

El trabajo de campo, llevado a cabo con la colaboración de estudiantes de último curso de Periodismo, se basa en la documentación y análisis de los nueve testimonios recabados. El objetivo es poder establecer algún tipo de patrón o elementos repetidos en los procesos de radicalización y su impacto en la familia. En la mayoría de los casos se trata de padres, de esposos. “Intentamos entender cómo se produce ese proceso. Quienes lo viven de modo cercano, de puertas adentro, tienen una información muy relevante y cercana. Es información que puede ser muy valiosa para establecer mecanismos de prevención”, asegura María Jiménez Ramos, coordinadora del trabajo ‘Nueve testimonios sobre la radicalización yihadista: la perspectiva del núcleo familiar’.

Tras analizar los testimonios, el documento presenta una suerte de decálogo de conclusiones con los elementos que habrían incidido en la radicalización. El patrón que se dibuja parte de la existencia de un “punto de inflexión personal” que en muchos casos es el desencadenante. Una circunstancia que precipita el salto a una visión más fundamentalista de la religión. En los casos analizados se apunta a hechos como la muerte de un familiar, el nacimiento de un hijo o la madurez vital los factores que llevan a buscar otras interpretaciones más extremas del Islam.

A esa mayor presencia de la religión le suele acompañar, según los relatos de las familias, el empleo de una “dialéctica de confrontación” y una actitud más excluyente hacia determinados entornos sociales. Posiciones que del “fieles e infieles” –cristianos y musulmanes- da el salto a 2buenos y malos musulmanes”. Actitud que deriva en un proceso para transformar la vida y hábitos familiares a través de la imposición a todos los miembros de la misma.

Un agente extremista

En la mayoría de los testimonios se identifica un “agente de radicalización religioso” como elemento esencial de cambio. Figura que en muchos casos se asocia a un perfil más extremista de imames. Ello hace que una vez radicalizado, el familiar actúa de igual modo con su entorno directo; su mujer, sus hijos, imponiendo los preceptos. La evolución es visible incluso en elementos como el aspecto físico, la vestimenta o en cambios de costumbres hasta entonces cotidianas, como el consumo de alcohol o tabaco o la intensificación de los rezos. El informe del Centro Memorial identifica además cómo se van asentando en el ámbito familiar comportamientos claramente machistas, que en los casos más graves derivan en amenazas y episodios violentos.

El patrón que se define se completa con un progresivo proceso de aislamiento, tanto del individuo radicalizado como de su entorno, alejándolos del ámbito social, laboral o incluso escolar. Es precisamente la educación uno de los elementos de mayor fricción en la familia, cuando el viraje hacia posiciones más extremistas lo sitúan como una influencia negativa que se debe limitar o erradicar. La última fase se alcanzaría cuando el miedo de puertas adentro se convierte en el canal que la persona radicalizada tiene para imponer su autoridad sobre toda la familia.

Un miedo que en muchos casos se perpetúa, incluso aunque el familiar ya no esté. “En muchos casos nos pusieron la condición de que las entrevistas fueran anónimas, por eso no las identificamos con nombres. Muchas han recibido amenazas. Otras temen que dar sus nombres pueda tener consecuencias. En otros casos, saben que su marido, su padre, aunque ahora está en prisión algún día saldrá”.

Jiménez subraya que numerosos estudios, como los del Real Instituto Elcano apuntan a que los procesos de radicalización suelen ser más frecuentes en personas sin un conocimiento ni práctica profunda de la religión. Si lo tuvieran no se radicalizarían, el Islam no es una religión radical, sólo algunas interpretaciones lo son y es de lo que se aprovechan quienes buscan insuflar esas ideas extremas”.

La escuela, salvación y condena

El perfil más común es el de un hombre casado y padre de dos hijos. Y entre sus víctimas, las mujeres, esposas e hijas que deben someterse a su autoridad. La profesora de la Universidad de Navarra y experta en el impacto del terrorismo, apunta que en estos procesos la educación y la formación juega un papel determinante. “La escuela, la lectura, pueden actuar no sólo como vía de escape sino también como un modo de formar a los hijos ante estos mensajes. Por eso la fricción entre un padre radicalizado y su esposa suele surgir con esta cuestión”.

En Europa el fenómeno de radicalización preocupa desde hace años a los Estados miembros de la UE. Un Comité Especial evaluó en 2017 la situación y un año después elaboró un plan de recomendaciones para evitar la radicalización. Estimó en entre 50.000 y 70.000 el número de ciudadanos que defienden posiciones extremas del Islam y que residen en el conjunto de países europeos. Para afrontar esta amenaza, Europa recomienda la creación de un Centro de Excelencia para la Prevención de la Radicalización. También llama a estar vigilantes ante los mensajes que se divulgan en las mezquitas, en particular las afines a las corrientes más extremas. El catálogo de recomendaciones llega a plantear la necesidad de elaborar ‘listas negras’ con los nombres de clérigos extremistas para evitar que puedan extender sus mensajes y evitar así que se divulguen sus mensajes de odio.

Otro de los aspectos a los que se insta a los Gobiernos es a reforzar la vigilancia en las cárceles, donde se considera que se producen muchos de los procesos de radicalización yihadista. Junto a ello, se invita a mejorar la legislación para hacer frente a la nueva amenaza, a mejorar los mecanismos de atención a las víctimas de atentados así como de los procesos de radicalización y a actualizar los procesos de intercambio de información entre los países en la lucha contra la amenaza del terrorismo yihadista.