El ingenio del mal en ocasiones rompe todos los esquemas. Bin Laden planeó un atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York desencadenando un torrente de consecuencias que han cambiado para siempre conceptos como la seguridad, la geopolítica, la estabilidad... Las cosas nunca volverán a ser igual que antes del 11-S.

La comparación de lo sucedido el pasado fin de semana con el 11-S es pertinente por muchas razones. El Israel confiado en su supremacía militar y tecnológica nunca pensó que podía sufrir un golpe tan audaz en su territorio. Si humillante fue para Estados Unidos no haber previsto que dos aviones de pasajeros pudieran chocar contra sus emblemáticas torres (otro más se precipitó sobre el Pentágono), tampoco los dirigentes del Estado judío calcularon que un pequeño contingente de 2.000 milicianos bien entrenados y con un plan diseñado con macabra precisión pudiera dejar en ridículo al mejor ejército de Oriente Próximo y a uno de los mejores servicios secretos del mundo.

Hay una responsabilidad evidente en lo ocurrido por parte del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Su política consistía hasta ahora en llegar a acuerdos con algunos países árabes, como Marruecos o Arabia Saudí, ignorando a los palestinos. Soberbia e ignorancia. Creía tener domesticada a la Autoridad Nacional Palestina, que gobierna Cisjordania, y subestimó la capacidad de Hamás: cayó en la trampa al asumir que el grupo terrorista se había tomado en serio la labor de gobierno de Gaza.

Como hemos visto en terribles imágenes, la incursión fue preparada con tiempo, milimétricamente. Es indudable que hubo ayuda y colaboración externa. Si pensamos en los beneficiarios de este golpe al Estado de Israel aparece Irán como primero de la lista. Aunque no es el único. Turquía y Rusia han aprovechado la ocasión para bombardear el norte de Siria. Putin ve con satisfacción como el foco de la atención mundial se desplaza desde Ucrania a Gaza. ¿Seguirán Estados Unidos y la UE ayudando militarmente con la misma intensidad la heroica resistencia de Zelenski?

La provocación de Hamas -lo decía esta semana en estas misma páginas- ha sido tan bestial que Israel no tiene más remedio que dar una respuesta acorde con la agresión. Ahora estamos en la antesala de una invasión terrestre de Gaza. Los masivos bombardeos no han sido suficientes para borrar la afrenta. Israel necesita demostrar que sigue siendo invencible. El Gobierno no les puede fallar a unos ciudadanos que llevan más de medio siglo viviendo bajo la amenaza y que, pese a ello, han decidido vivir allí, no abandonar su tierra, dando la vida si fuera preciso por defenderla.

Israel se enfrenta ahora ante el escenario de una guerra larga, con un gran número de bajas, entre soldados y población civil en Gaza. La alternativa al horror provocado por Hamas no puede ser sólo devolver el golpe.

El pueblo judío que sufrió el Holocausto durante el nazismo, que lleva el sufrimiento grabado en el alma tanto como el orgullo de pertenencia al grupo de los elegidos, no puede permitir que alguien dude de su determinación, de su poder y capacidad de venganza.

Pero la respuesta, por muy justificada que esté desde el punto de vista humano, tiene sus riesgos. Y, sobre todo, no servirá para solucionar el problema, por muy arrasador que sea el ataque.

Las fuerzas armadas israelíes han pedido a la población civil gazatí que huya del norte de la Franja. Hablamos de más de un millón de personas, que sólo tendrían una escapatoria, el paso de Rafah, la puerta al desierto del Sinai. Pero el presidente egipcio, Al-Sisi, se ha negado a dar entrada a los refugiados palestinos. Por su parte, Hamas ha pedido a los habitantes de la ciudad de Gaza que no se vayan de sus casas. Los necesita para que la masacre alcance el paroxismo.

La entrada a sangre y fuego en Gaza puede provocar una catástrofe humanitaria de proporciones desconocidas"

La entrada a sangre y fuego en Gaza puede provocar una catástrofe humanitaria de proporciones desconocidas. Algunos de los países que apoyan a Israel no están dispuestos a respaldar una acción que tendrá como principal victima a la población civil. Por no hablar de la reacción de la opinión pública en los países árabes, de la que ya ayer tuvimos una pequeña muestra.

Israel debe contar con el efecto rechazo en una parte importante de la opinión pública mundial. Así como tener presente que los grupos terroristas instalados en Occidente aprovecharán la ocasión para asesinar sin miramientos a cualquiera que no comulgue con la religión musulmana.

Hay, además, consideraciones militares que Israel debe tener en cuenta. Hasta ahora, el estado hebreo estaba acostumbrado a guerras relámpago, operaciones de castigo en las que sufría pocas bajas. Sin embargo, la toma de Gaza (más de un millón de habitantes) puede suponer semanas o meses de batallas calle por calle, casa por casa. Hamás va a ofrecer una resistencia suicida. El último ejemplo de una guerra de asedio lo tuvimos en Mosul. El ejército de Irak (apoyado por aire por Estados Unidos) empleó más de 100.000 soldados y tardó nueve meses en hacerse con el control de la ciudad hasta entonces controlada por el ISIS. No sólo murieron miles de soldados, sino decenas de miles de civiles.

Israel dependerá a partir de ahora en gran medida del apoyo de Estados Unidos (compromiso asumido por Biden) para sostener una ofensiva y una ocupación de larga duración. Mientras tanto, la economía del país se verá seriamente afectada, ya que los 360.000 reservista movilizados estarán ausentes de sus empresas durante semanas o meses. Otra pregunta: ¿seguirá llegando la inversión extranjera en el volumen que lo venía haciendo hasta ahora hacia sus startups?

Sin olvidar la perspectiva de la extensión de la guerra. Es más que seguro que las milicias de Hezbolá, que hasta ahora se han limitado a lanzar cohetes sobre el norte de Israel, decidan entrar en combate desde Líbano con el respaldo abierto, esta vez sí, de Irán.

La guerra abierta en Próximo Oriente tendrá graves consecuencias económicas, con la elevación de precios del petróleo y el gas como primer pero no único efecto.

La paz en la zona no es posible sin un acuerdo que no condene a los palestinos a vivir como parias sin futuro y dependientes para sobrevivir de las ayudas internacionales. Israel tienen todo el derecho a existir. Palestina, también.

Mientras nos adentramos en un escenario de terror, es obligación de todos los que nos sentimos cerca del pueblo judío apelar a la sensatez, a la esperanza. Israel está ante una encrucijada histórica y sólo podrá salir fortalecido si los palestinos rechazan el terrorismo porque ante ellos se abre un nuevo horizonte de paz duradera.