Según una de las leyendas ecuatorianas más populares, Santa Marianita de Jesús Paredes, la azucena de Quito, predijo en uno de sus éxtasis místicos luego de largas jornadas de cilicio, rosarios y ayuno frente al ataúd y la calavera que decoraban su habitación, que el "Ecuador no será destruido por los terremotos sino por los malos gobiernos". Aunque la predicción en origen no se refería al Ecuador –ella murió 185 años antes de la fundación oficial del país–, los ecuatorianos tenemos muy interiorizada la predicción y, como si de una maldición se tratará, nuestros gobernantes parecen empeñados en que se cumpla, a pesar de que el país esté atravesado por esa maravilla de la naturaleza conocida como la Avenida de los Volcanes que en cualquier momento desata su furia tectónica.
El gobierno de Daniel Noboa no parece ir a la zaga de sus predecesores. Así, en medio de una de las peores crisis energéticas del país, con apagones de hasta 14 horas, una de sus mayores preocupaciones ha sido evitar que la vicepresidenta Verónica Abad ejerza como encargada del poder cuando él tenga que dejar el puesto para hacer campaña de cara a su reelección. Es algo a lo que se ha dedicado con ahínco desde su llegada al poder y que ha conseguido gracias a una sanción por incumplimiento de obligaciones laborales. Una aberración desde todo punto de vista que debilita, aún más, a las instituciones del país.
La mayoría de las iniciativas de política pública de Noboa han sido particularistas y electoralistas. Su última medida estrella, anunciada en un reel de instagram, fue la creación de una "paguita" de 400 dólares durante tres meses para 80.000 jóvenes con el fin de que participen en inexistentes programas para frenar el cambio climático. Esta iniciativa lo retrata, aunque ya se había puesto en evidencia cuando, nada más alcanzar el poder, presentó un proyecto de ley para condonar impuestos que podría beneficiar a su familia en casi 100 millones de dólares.
Si bien la contención de la violencia y la inseguridad mediante la militarización del país generó un espejismo sobre las capacidades del presidente, sus debilidades se han ido apreciando en distintos momentos: desde la gestión de distintas crisis, como la eléctrica, hasta la improvisación en el nombramiento de ministros y otros altos cargos de su inestable gobierno. Significativa ha sido la torpeza de su política exterior, con hitos como la incursión policial en la Embajada de México en Quito o la Cumbre Iberoamericana de Cuenca, en la que no participó ningún otro presidente latinoamericano. El gobierno de Ecuador tuvo menos capacidad de convocatoria que el Principado de Andorra en la cumbre posterior a la Covid de 2021.
La performance del presidente no sorprende si se toma en cuenta su falta de experiencia como gestor público, así como la ausencia de un partido sólido o grupo de personas experimentadas que puedan gobernar con él y que le apoyen en la Asamblea Nacional. No pretendo cargar toda la responsabilidad sobre los ciudadanos –en la línea del votar bien o votar mal de Vargas Llosa– sino, más bien, propongo mirar los incentivos que genera la forma de gobierno presidencial o la oferta de candidatos como parte del problema: para las elecciones presidenciales del año próximo hay 15 candidatos, de los cuales, cerca de dos tercios se presentan por primera vez a un cargo público.
A diferencia de lo que pasa en los países parlamentarios como España, en los presidencialismos el jefe del Estado y de Gobierno es elegido por voto directo del electorado, siendo más fácil que lleguen al poder líderes personalistas que se presentan como "salvadores del pueblo", sin mayor experiencia en la gestión pública ni un partido de respaldo. Por eso, bajo determinadas circunstancias, pueden resultar elegidos presidente, como primer cargo público que ocupan, líderes del estilo de Trump –a pesar del filtro del Colegio Electoral– o Milei.
Esto implica una necesaria curva de aprendizaje que, en algunos países, se suple con la existencia de organizaciones estatales fuertes que cuentan con una burocracia y una tecnocracia que pueden facilitar la concreción de las iniciativas presidenciales. Pero no es el caso del Ecuador, mucho menos después de la inflación que tuvo el Estado durante la época del boom del petróleo y su posterior reducción sin orden ni concierto. De los cinco últimos presidentes del país, tres de ellos accedieron a la Presidencia como primer cargo electo de sus carreras. Los otros dos tampoco tenían mayor experiencia electoral.
Otro rasgo del presidencialismo es que los legisladores se eligen de forma separada del presidente. De ahí que, en la casi totalidad de sistemas presidenciales –la mayoría de América Latina–, el presidente no cuente con los votos suficientes para aprobar sus propuestas en el Parlamento. Cabe recordar que el presidente Lasso, depuesto con el mecanismo constitucional que tiene el país para convocar a nuevas elecciones, era el líder de un partido que solo tenía 12 de 134 diputados. Este sistema no genera incentivos de cooperación de los diputados con el gobierno a medio y largo plazo. Al contrario, fomenta el particularismo y la búsqueda del beneficio individual inmediato, lo que desemboca muchas veces en casos de corrupción.
A los problemas de diseño institucional se suma la polarización del país en torno al expresidente Rafael Correa. Su partido es el más grande, mejor organizado y el que cuenta con más personas con experiencia de gobierno. No en balde ha ganado la primera vuelta de las elecciones presidenciales y ha obtenido mayoría parlamentaria en todas las elecciones desde 2009.
Ahora bien, en las dos últimas elecciones, debido a que en Ecuador se elige presidente con sistema mayoritario de segunda vuelta, llegaron al poder dos candidatos que no eran la primera opción de la mayoría de los electores, pero que aglutinaron a todos aquellos que, con una especie de voto de rechazo, querían evitar la vuelta al poder del partido de Correa. Esto es algo que no solo ocurre en Ecuador, sino en todos los países donde la política ha dejado de ser punto de encuentro del pluralismo para convertirse en un espacio maniqueo del conmigo o contra mi.
En teoría, las segundas vueltas deben funcionar como un sistema de construcción de coaliciones entre partidos que aportan sus votos a cambio de participar en el gobierno o poner en marcha sus propuestas, pero esto es una quimera en países sin partidos y con electores altamente volátiles.
La tradición caudillista o la perspectiva cristiana del líder que guía y salva al pueblo habrían favorecido la construcción de una visión personalista de la política"
Cuando se habla de instituciones hay que tener presentes los contextos específicos donde operan y, en los casos de América Latina, se han señalado aspectos culturales que podrían influir en su desempeño. Aunque es muy difícil establecer su incidencia real, no cabe duda de que la tradición caudillista o la perspectiva cristiana del líder que guía y salva al pueblo habrían favorecido la construcción de una visión personalista de la política desde la que el elector solo considera a la persona, sin plantearse la necesidad de un grupo de gobierno que la apoye. Y también pesa, sin duda, una perspectiva patriarcal que normaliza que el presidente Noboa use como argumento político el tamaño de sus testículos o su virilidad medida en el número de coitos que puede mantener de forma seguida.
Francisco Sánchez es director del Instituto Iberoamericano de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer todos los artículos que ha publicado en www.elindependiente.com.
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