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El último 'niño español de Rusia': "Creímos que se acabarían las guerras para siempre. Fuimos unos ingenuos"

A punto de cumplir los 90 años, Ángel Gutiérrez reivindica la memoria del menor español que acabó en la Unión Soviética, con el trasfondo del conflicto ucraniano. "Yo sufro mucho con todo esto", reconoce

Ángel Gutiérrez, uno de los últimos "Niños de la Guerra", aquellos menores españoles que fueron enviados a la URSS cuando estalló la Guerra Civil

Ángel Gutiérrez, uno de los últimos "Niños de la Guerra", aquellos menores españoles que fueron enviados a la URSS cuando estalló la Guerra Civil Ignacio Encabo

“Era de noche y estábamos en el muelle de Gijón, al lado del mar. Hacía un frío espantoso. Caían las bombas sobre la ciudad. Se oían gritos y llantos de niños. Mis hermanitas también lloraban, a lágrima viva. ‘¿Dónde está mamá?’, decían. ‘Ya veréis como viene’, respondía. Mamá no llegó nunca y a nosotros nos colocaron un número y nos subieron por la pasarela del barco”, rememora Ángel Gutiérrez. Han pasado más de ocho décadas de aquel desgarro, pero el protagonista no ha extraviado ningún detalle porque, precisa, “las cosas que ocurren en la infancia las llevas hasta la muerte”.

Ángel fue uno de los tres mil niños de la Guerra Civil que, en mitad de la contienda, fueron evacuados a la entonces Unión Soviética. A punto de cumplir los 90 años, es uno de los últimos supervivientes de aquel éxodo. Hoy reside en el norte de Madrid, junto a su esposa de nacionalidad rusa, una artista “que vino a buscarme cuando retorné a España en 1974”. Un nuevo conflicto en los confines que conoce como la palma de su mano ha vuelto a llenar de espanto a quien sobrevivió a varias guerras, incluido el cerco de Leningrado. "Y no he sobrevivido de cualquier forma. Dios me dio la vida para poder hacer cosas buenas. He podido crear el sueño de mi vida".

De 'pastorcillo' en Asturias a la Ópera de Leningrado

“Yo sufro mucho con esta nueva guerra. He pedido que me pongan un canal de televisión ruso, pero no puedo verlo, porque rusos y ucranianos son hermanos. Los ucranianos de Kiev son primos, hermanos o padres de los rusos de Moscú o San Petersburgo. Son pueblos unidos por siglos de una misma cultura”, desliza Ángel, que recibió una exquisita formación más allá de los Urales y llegó a codearse con la élite cultural del país como afamado director de teatro.

Hoy, con su segunda patria cada vez más aislada del mundo, Ángel sigue sintiéndose en deuda. “Siempre lo estaré. Es un pueblo muy bueno. Yo descubrí allí el amor. Me preguntaba a mí mismo cuáles eran las razones para que me abrazaran tanto y me regalaran tantas flores. Mi madre no me quería. Nadie me había querido así. Y, de pronto, esa gente desconocida de otro planeta me quiere. ¿Será un error?, me interrogaba”, evoca. Ángel nació “millonario” en Cuba, pero los renglones se torcieron al año y medio de vida. “Nos fuimos a Asturias. Fue una infancia difícil, dura, pero yo era feliz. Me fui de casa a los cinco años. Y empecé a trabajar como pastor”, esboza.

Ángel Gutiérrez, uno de los últimos "Niños de la Guerra", aquellos menores españoles que fueron enviados a la URSS cuando estalló la Guerra Civil

Siempre estaré en deuda con los rusos. Es un pueblo muy bueno. Yo descubrí allí el amor

De sus quehaceres ganaderos recuerda las canciones que entonaba en su peregrinar con las ovejas. “Mariano, el pastor, me dijo que cantara para mitigar el miedo que sentía al bajar la montaña de noche. ‘Si cantas como tú sabes, los bandidos se asustarán”. Un año después, a finales de septiembre de 1937, Ángel fue embarcado junto a su hermana mayor en el buque “Dairiguerrme”, de la compañía “France Navigation”, con transbordo al Kooperatzia en Saint Nazaire (Francia). Viajaban 800 menores de edad.

Ángel Gutiérrez, de niño.

De aquellos instantes de los que no ha perdido la sensación de frío y dolor, Ángel recuerda especialmente a su hermana pequeña. “No la dejaron subir al barco por la edad y se quedó en un coche en el muelle. Me la arrancaron de mis brazos un hombrón muy rudo. No volvimos a saber nada de ella. Debió morir allí mismo”, murmura. “Esa noche dejé de llorar. Nunca más lloré en mi vida. Ese niño de seis años se convirtió en hombre, hermano mayor y padre”.

“Recién llegado de España, me encontré en el palco del teatro de la Ópera de Leningrado, viendo una obra. Yo, un pastorcillo descalzo. ¿Cómo era posible aquello? A la semana siguiente en el concierto de Rachmaninoff y Tchaikovsky. Nos llevaban a los palacios de los zares. Era todo una cosa increíble”, recuerda. La biografía de su periplo soviético, fruto de una memoria prodigiosa que en agosto cruzará el umbral de los noventa años, quedó capturada en “A la mar fui por naranjas”, el guión de una película que nunca pudo llevar a la gran pantalla.

Enemigo de la 'Pasionaria'

“Estuve diez años intentando luchar para hacer esa película. Luego supe que había sido Dolores Ibarruri la que la había censurado. Tuve varios encontronazos con 'La Pasionaria’. Yo era un hombre libre, un libre pensador. Y ella y los que estaban con ella no eran tan libres pensadores. Un artista siempre es molesto en un régimen totalitario”, advierte, víctima consciente de las mordazas. “No sé cuáles eran sus motivos para vetar mi obra pero ella siempre decía que los españoles habíamos sido felices en la URSS. No concebía que pudieran morir o pasar hambre. Ella sí que no pasó hambre ni nada, pero los españoles se morían de hambre, de tuberculosis o en las cárceles en Rusia. Ella no lo aceptaba…”.

El guión que guardó el polvo de décadas no fue la única represalia. En la década que precedió a su marcha definitiva, Ángel debió armarse de estoicismo ante la cascada de vetos y prohibiciones que sufrió sobre los escenarios. “Me prohibieron cinco espectáculos, entre ellos ‘La Casa de Bernarda Alba’ y el musical ‘El hombre de la Mancha’. Se inventaban cualquier cosa. Decían que aquellas representaciones no ayudaban al pueblo soviético a luchar hacia el comunismo. Eran todas cosas absurdas. Me amenazaban con llevarme a Siberia por ser anti soviético”.

Ecos de "unos pequeños refugiados españoles"

Sobre estas líneas, un recorte del periódico Le Phare de la Loire que se hace eco de la travesía que realizaron unos 800 menores españoles, entre ellos, Ángel y su hermana. Está fechado el 26 de septiembre de 1937. “En la jornada de ayer, tras una excelente noche, los pequeños refugiados trajinan en el puente del Cooperatzia en medio de sus maletas”, reza el pie de foto. “Después del transbordo de los pequeños refugiados españoles, efectuado, como hemos relatado, durante la noche del viernes al sábado, el transatlántico ruso Cooperatzia debía dejar Saint Nazaire con la marea de la mañana. Finalmente, el navío pasó el día en el muelle, junto al Dairiguerrme. No fue hasta la marea de la tarde, a las 18 horas, cuando se hizo a la mar, por sus propios medios, sin ayuda de ningún remolcador. Los 1.400 pequeños refugiados de Gijón iban a bordo. Sólo quedaron en Saint-Nazaire 38 pasajeros, sordomudos en su mayor parte, que serán repatriados a España”.

El dramaturgo, que observa Rusia con la gratitud de quien se considera vuelto a nacer en tierras lejanas, padeció las sombras del experimento soviético. “Tuve la suerte de conocer la primavera rusa, tras la muerte de Stalin. Aquello fue una explosión de luz, esperanza, paz y libertad. Éramos soñadores”, relata. Fueron tiempos en los que entabló amistad con el director de cine y actor Andréi Tarkovski o artistas como Vladímir Visotski o Valeri Zolotujin, iconos aún hoy de la cultura rusa. “Sentí muy pronto la traición que se cernía, la de esos jóvenes sonrientes que estaban gateando hacia el poder y que con el carnet del Partido Comunista prohibían los espectáculos. Eran capaces de vender hasta su madre. De hecho, terminaron vendiendo la Unión Soviética”.

“A mí me parecía insoportable y tomé la decisión de tirarme sin paracaídas. Decidí regresar a España. Recuerdo que tenía pesadillas con el retorno. Pensaba que me iban a pisotear y no iba mal encaminado”, narra. Aterrizó en el último año de Franco y se topó con una sociedad que le miraba con recelos. “El ruso, me llamaban”, balbucea. “Recibí amenazas escritas. Primero de Cristo Rey: ‘Hijo de puta [sic], vuélvete a casa o te matamos. Y a los dos o tres días, del Grapo: ‘Como digas algo malo de aquello, te cortamos la cabeza’. Yo era el enemigo del pueblo y venía a entregar mi vida”.

El “niño de la guerra” logró hacerse un hueco en la enseñanza teatral española. Fundó el Teatro de Cámara Chéjov de Madrid y fue maestro de Eduardo Noriega o Imanol Arias. Un desahucio acabó hace más de un lustro con su aventura. Todavía hoy sabe bien quienes son sus cómplices. “Estoy muy agradecido al pueblo ruso y al pueblo español pero no, por ejemplo, a la profesión teatral española. Me cerraron todas las muertes”.

Ángel Gutiérrez sostiene su libro
Ángel Gutiérrez sostiene su libro

Memorias bajo el plomo

“Me da igual que me llamen ‘niño de la guerra’. Yo soy simplemente un niño que nació en Asturias. Soy asturiano, español de pura cepa. Amo mi tierra, pero Dios hizo que por la maldad de los hombres me llevaran al paraíso, para que yo, dentro de esa pobreza de hambre y miseria, de pronto encontrará el amor”, asevera, enfrentado hoy a las instantáneas de otro conflicto, el de Ucrania, que ha obligado al éxodo de más de 6,6 millones de personas, entre ellos, decenas de miles de menores. “No pasarán. Y no pasarán hoy tampoco”, replica.

Cuando regresé a España, yo era el enemigo del pueblo y venía a entregar mi vida

“Creíamos en la victoria y trabajamos para la victoria contra el nazismo. Y qué felices fuimos cuando terminó la II Guerra Mundial el 9 de mayo. Estábamos seguros que nunca jamás en la tierra habría guerras. Éramos ingenuos. Teníamos tan solo 12 años”, maldice. Un candor que hoy, desde la meseta, sigue evocando cuando armas y tanques vuelven a deslizarse por los límites de la tierra donde fue feliz. Como la canción popular asturiana que Ángel continúa canturreando, como si estuviera aún en aquel muelle de Gijón bajo el plomo: “Ay mi dulce amor,/ ese mar que ves tan bello/ Ay mi dulce amor,/ ese mar es un traidor”.

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