«Como las palabras, las apariencias pueden leerse también y, de entre las apariencias, el rostro humano constituye uno de los textos más largos»

John Berger

Reconoce Miriam Escofet (Barcelona, 1967) que la primera impresión que captó de Isabel II fue “su aura resplandeciente”. “Antes de encontrarme con ella, todo el mundo me dijo que tenía una piel increíble y una luz… Yo pensaba: 'Qué rollo'. En este país aman tanto a su familia real que todos hablan como si fueran seres mágicos”, rememora. “Pero era cierto. Cuando la vi, brillaba y eso me pareció algo increíble. Tenía un aura especial”.

Escofet, una artista catalana que cambió el Mediterráneo por el Támesis cuando apenas tenía 12 años, es la última retratista conocida de la reina británica. En 2019 recibió el encargo de pintarla. Fue Sir Simon McDonald, por aquel entonces subsecretario de Estado permanente para la Oficina de Asuntos Exteriores y de la Commonwealth, quien le hizo llegar la petición.

A lo largo de dos visitas a las dependencias reales, de una rigurosa hora de duración, Escofet compuso un cuadro que Isabel II no llegó a contemplar en vivo. El que sigue es su relato, en tres actos, de sus encuentros con la reina fallecida este jueves.

12 de julio de 2019. Castillo de Windsor

Escofet es escoltada hasta la sala en la que se ha pactado el desarrollo de la primera sesión de trabajo. Ya conoce la estancia. “Hasta el encuentro con la reina hubo un proceso muy largo: muchas conversaciones y citas con el personal del palacio, que son muy amables”, rememora. “Había ido varias veces a ver la sala donde hicimos la sesión de posado para tenerlo todo muy preparado, porque era un tiempo tan corto con ella que no podía distraerme en otros detalles… Para ella sería muchísimo, pero para un artista una hora no es nada”. La pintora hispano-británica accede aquella mañana de julio por un laberinto de habitaciones. “Al dirigirme a la sala, pasé por las cocinas, situadas en el sótano. Eran enormes. Resultaba bastante impresionante. Me di cuenta de que el palacio es como una fábrica, como una ciudad en sí”.

Puntual, Lilibet aparece por la sala cuando el reloj marca el mediodía. Escofet la espera frente a un sillón de tonos dorados. Ha escogido para ella el vestido y la composición. “Me dijeron que pasaría a las doce del mediodía por detrás del biombo para acceder a la habitación y así sucedió”, comenta. “Lo primero que noté de ella es que era una persona pequeñísima. Tenía entonces unos 94 años. Yo soy muy alta y la diferencia era impresionante. Se la veía con una fuerza vital increíble. Yo también fui observada. Hubo un momento en el que parecía que me estaba chequeando, buscando una impresión”.

La reina dijo un par de cosas bastante divertidas. Fue la que habló y creo que lo hizo para tranquilizarme

No se produce ningún contacto físico entre ambas. No hay, en ningún caso, besos ni abrazos. Escofet se sitúa a unos cuatro metros de distancia y aprovecha la sesión para registrarlo todo. “Tomé muchísimas fotos porque al principio me dijeron que tal vez solo sería una sesión de una hora máximo. 'Si se cansa serán 20 minutos', me avisaron. ¿Qué voy a hacer en 20 minutos?, me interrogué con angustia. Llegué a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era compartir la atmósfera con ella para intentar captar qué tipo de persona era”.

Durante aquel primer encuentro, es la reina la que habla. Otras tres personas de palacio le acompañan en todo momento. Por exigencia de la Casa Real la conversación no puede ser revelada. “Al llegar, sonrió y se presentó muy amable. Me cayó muy bien como persona”. A Escofet le aterra su posible reacción. “Tenía que contar, además, con la parálisis de pintar a alguien tan importante. En realidad, todos los retratos son diferentes pero, en este caso, hubo un proceso de trabajar completamente distinto a mi manera de pintar un retrato”. Consciente del trance, la reina quiebra el silencio y comienza a hablar. “Tenía un sentido de humor que siempre estaba justo abajo de la superficie. Dijo un par de cosas bastante divertidas. Fue la que habló y creo que lo hizo para tranquilizarme”.

Boceto del retrato de la reina Isabel II. Miriam Escofet

Durante su primera hora con la reina la pintora queda impresionada. “Era una combinación de una persona extraordinaria y muy ordinaria al mismo tiempo. Lo que noté de ella es que era una persona sin ego. Y eso me sorprendió porque todos tenemos un ego y la gente cuando la retratas siempre hay ese momento de preocupación. Quieren ver cómo las estás representando. No sé si es que después de una vida tan larga en la que la han retratado tantas veces, ya no le importaba nada como la representaran, pero no creo que fuera eso. Más bien era que carecía de ego”.

“Era una persona bastante tímida. Se sentía como una ancianita, con las manos cogidas. Se percibía una persona muy normal y cálida, pero al mismo tiempo con mucha distancia por su rol. Si lo piensas bien, esto es una vida difícil de vivir”, agrega. Para entonces Escofet ya ha detectado los desafíos de trasladar al óleo a una de las principales figuras del siglo XX, retratada previamente en decenas de obras. “Tenía una fisonomía un poco rara, que era difícil de captar. Hay muy pocos retratos de ella que la hayan captado bien y es en parte por las complicaciones de pintarla”, comenta.

Miriam en su taller en Londres. Miriam Escofet

14 de febrero de 2020. Palacio de Buckingham

Escofet accede al recinto londinense por una de las puertas traseras. “No me preguntes qué puerta era porque debía haber como diez puertas traseras. Me llevan por todo el edificio y pasas por túneles y ascensores. Estaban realizando obras de restauración muy importantes en el palacio e hicimos un recorrido rarísimo. Al llegar a la sala donde te vas a encontrar con la reina, ya no sabes ni dónde estás ni quién eres, porque había dado como diez vueltas por el edificio”.

La artista ha logrado que le concedan un segundo encuentro. “Robé una segunda sesión y me la dieron, pero tuve que esperar bastante tiempo”, evoca. La reina llega nuevamente puntual a la cita, también a mediodía. Dos personas más se hallan en la estancia. A mediados de aquel febrero el mundo ignora aún los dramáticos meses que aguardan, con la rápida propagación del coronavirus. “Recuerdo que estaban ya construyendo el hospital de Wuhan y comentamos el hecho. Todos sabíamos que algo raro estaba pasando, pero no sabíamos en qué grado”.

Le comenté de las obras en Buckingham y ella me dijo: 'Es que es la oficina de la familia real, un lugar para trabajar'

Aunque son las mismas protagonistas, el tempo, en cambio, es distinto. Escofet habla más que durante la primera sesión. Isabel II escucha. “Le comenté de las obras en Buckingham y ella me dijo: 'Es que es la oficina de la familia real, un lugar para trabajar'”. “Fue una sesión mucho más relajada porque ya me conocía y le dije que sólo me tenía que enfocar en la cara. No teníamos que replicar la sesión con el vestido”.

“Durante la segunda sesión quería captar y concentrarme realmente en su cara. Ya tenía el cuadro casi todo pintado y, como tiene una cara muy particular y un poco difícil de captar, pensé que si establecía una conversación con ella tendría de ella una cara más alegre”. “En general lo que quieres hacer es captar la esencia de la persona, su alma, y es como un proceso de alquimia, vas pintando y pintando y pintando hasta que llega un momento en el que el cuadro empieza a respirar y puedes tener una conversación con el personaje que estás pintando”, asevera.

Y la artista despliega su táctica. “Empecé a hablar como una cotorra, que no es lo que hace normalmente un pintor. Normalmente estás muy callada y trabajando. Le conté que venía de Barcelona, que nos mudamos a una casa… y la vi como muy interesada y me di cuenta que en el fondo era alguien muy interesado en otros países, en su relación con el Reino Unido. Nadie sabrá nunca cuál fue su opinión sobre el Brexit. Es una tragedia que la Reina acabó su reino con ciertos puntos finales un poco tristes, como el Brexit. No me imagino que fuera fan de eso. En cualquier caso, se interesaba por gente de otras procedencias. A su marido también lo trataron como un extranjero cuando se casaron y la familia real inglesa no es tan inglesa. Tienen en su ADN eso”.

Empecé a hablar como una cotorra, que no es lo que hace normalmente un pintor. Lo habitual es estar muy callada, trabajando. Le conté que venía de Barcelona, que nos mudamos a una casa…

24 de julio de 2020. Oficina de Asuntos Exteriores y de la Commonwealth

Con los estragos aún de la pandemia, se acuerda presentar el cuadro, ya concluido, a la reina. “Normalmente se celebra una presentación muy íntima para mostrar el encargo pero la situación no permitió el encuentro físico”, admite. Los funcionarios británicos acuerdan conectar con Isabel II a través de videoconferencia. “Palacio tiene un programa similar a Zoom y se optó por esa solución. Lo que me impresionó mucho es que la Oficina de Asuntos Exteriores pasó una semana preparando la presentación hasta el último milímetro. Hasta tuve que ir dos o tres veces para hacer ensayos”.

Miriam durante la presentación de la obra a la reina Isabel II. Miriam Escofet

Cuando el día D se establece la conexión, la figura menuda de la reina aparece al otro lado de la pantalla. Escofet, ayudada por un funcionario, retira el manto que oculta el retrato. “A la reina se la vio muy feliz con el cuadro”, recuerda. No hay más reacción. “Nunca sabré exactamente lo que pensaba de la obra. Para el artista es un poco triste. Estábamos esperando que este octubre se pudiera hacer un pequeño acto y que con suerte pudiera venir la reina porque aún no había visto en vivo”.

Un encuentro que jamás se producirá. Sir Simon McDonald, el funcionario que encargó la obra, le había pedido a Escofet “un cuadro íntimo de la Reina”. “No quería un cuadro típico y monárquico, con todos los vestidos, sino uno que captara sus calidades como ser humano. Según él, pocos cuadros habían captado su dignidad como persona”.

La artista ha optado por poner cierta tierra de por medio con el cuadro. “Lo tienes que dejar en un rincón de tu vida, porque si no es como una cruz que llevas encima como artista. Me alegro mucho de haberlo hecho. Fue un regalo del cielo, pero lo tengo que dejar y no tocarlo, no mirarlo. Resulta difícil tener una idea de lo que he hecho. Tal vez en 50 años pueda tener un momento y me lo puedo tomar un poco en calma. Y mirar lo que hice bien y lo que no tanto”.

Pintar a la reina una vez no es suficiente

“Si pintara ese cuadro otra vez lo haría distinto, y no siempre pienso eso con mis obras. Creo que pintar a la reina una vez no es suficiente. Lo quieres hacer de nuevo porque ya te has quitado de encima todas las ansiedades que pudieras tener sobre el tema. Probablemente algún día volveré a pintar un cuadro de ella, de mi imaginación o de lo que sea", promete.

Escofet sostiene que su cuadro "muestra en cierta manera la fragilidad, porque se veía ya una persona frágil". "Y para mí eso se veía mucho en sus manos, porque las manos revelan muchísimo de la gente. No la quería pintar como si fuera 20 años más joven de lo que realmente era, que a veces también se ve eso. Para mí es una falta de respeto, porque es como como decir que la persona que eres ahora no es suficiente. Yo quise pintarla como era, sin clavarle puñaladas. Un cuadro digno de ella”.

Las claves ocultas del retrato

“Quería poner un toque un poco surrealista en el cuadro, pero no me atrevía a hacer algo demasiado raro. Al final opté por reconfiguerar la composición. Todos los elementos en el cuadro estaban en la habitación, pero los he modificado de ubicación. El mayor cambio es la taza de té. Era de flores y cambié su diseño, con un escudo que representa a la Oficina de Asuntos Exteriores. Es lo que le expliqué a la reina cuando desvelamos el cuadro. Ella me dijo: 'Pero no hay té en la taza'. Y llevaba razón. Como queriendo decir: tan lista te piensas pero te has olvidado del elemento clave de una taza de té. La taza se convirtió en un elemento simbólico para mí”.