Observa desde hace décadas las arenas movedizas del norte de África y sus relaciones, siempre complejas, con la otra orilla del Mediterráneo. Khadija Mohsen-Finan, politóloga e historiadora de origen tunecino, mira con cierto recelo la dirección que ha tomado Marruecos, enzarzado en una profunda crisis con Argelia e inmerso en un regreso a un nacionalismo que condiciona su política exterior.

“Las relaciones entre Argelia y Marruecos atraviesan una grave crisis, que se ha vuelto estructural”, advierte Mohsen-Finan en una entrevista con El Independiente. En agosto de 2021 el régimen argelino dio por rotas las relaciones diplomáticas con Rabat alegando “actos hostiles”, entre ellos, el espionaje a altos cargos argelinos a través de Pegasus. El largo contencioso del Sáhara Occidental se hallaba como trasfondo. La analista no descarta incluso el escenario de una escalada militar, avivado por “la posible infravaloración por parte de Marruecos de las fuerzas de su rival” y las tensiones internas en Argelia.

Unos lazos entre países limítrofes completamente deshechos que ha acabado salpicando a otros actores, desde España a Túnez. “Túnez es muy dependiente de Argelia en lo que respecta a su energía, su economía y la seguridad de sus fronteras. El país ya no tiene medios para ser neutral. Bourguiba había hablado de neutralidad positiva, es decir, que Túnez podría eventualmente servir de negociador entre las partes. Pero hoy la aproximación tanto de las autoridades marroquíes como de las argelinas es: 'están conmigo o están contra mí'. Y ésta es una situación muy difícil para Túnez, porque no quiere enemistarse con Marruecos, pero tampoco con Argelia”.

La nueva era con España

Un escenario similar se aplica a España y el giro copernicano en el contencioso del Sáhara como precio para reconducir la interlocución con Rabat. “La española es una decisión política basada en una intensa asociación económica entre los dos países. La pregunta es si se trata de una decisión definitiva y todos los actores en España han optado por Marruecos. Las consecuencias son visibles y se traducen en la crisis entre España y Argelia. La amistad entre Marruecos y España no debería ir en detrimento de otro país del Magreb como Argelia. La clave de bóveda, la esencia de todo esto, es que la solución del conflicto del Sáhara Occidental es absolutamente necesaria”.

Las relaciones entre países vecinos no deben construirse sobre la inmigración o sobre el reconocimiento del Sáhara

A su juicio, la ecuación que ha impuesto la diplomacia marroquí produce relaciones diplomáticas basadas en el miedo a una respuesta airada del vecino. “Cuando decidieron abrir las puertas a la emigración, Marruecos y España eran enemigos declarados. Ahora son amigos. Son lazos demasiados frágiles. Las relaciones no deben construirse sobre la inmigración o sobre el reconocimiento del Sáhara. Deben basarse sobre fundamentos que resultan mucho más estables. Debe haber valores y un reconocimiento común. La cuestión que habría que responder es si hoy las relaciones hispano-marroquíes son lo suficientemente buenas gracias al Sáhara”.

El Sáhara como medida

La analista admite que, en la coyuntura actual, el equilibrismo para contentar a Marruecos y Argelia resulta “imposible” y que parte de una estrategia diseñada en los despachos del majzén. “Mohamed VI ha dejado claro que el prisma a través del cual se ve a los aliados es el reconocimiento de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara. Una vez que dijo eso, dividió a los países en dos: países amigos y enemigos. Creo sinceramente que esto es muy perjudicial para la forma de concebir las relaciones internacionales”.

En el trasfondo subyace una diplomacia marroquí que ha optado por jugar todas sus cartas, llevando al límite sus reivindicaciones. “Es una política contraproducente. La concepción que tiene hoy Marruecos de sus relaciones internacionales y de sus relaciones de vecindad significa que todo pasa por el Sáhara Occidental. Y para mí, ésta no es una buena forma de concebir las relaciones internacionales ni las relaciones de vecindad”, replica Mohsen-Finan, miembro del consejo de redacción de la revista Orient XXI. “Vincular ambas cuestiones conduce a una escalada. Impide que países que podrían ser amigos o aliados tengan una postura de aparente neutralidad. Se trata de un asunto que debe ser abordado en la ONU. Cualquier intento de sacarlo de este marco puede tener graves consecuencias”.

Israel puede ayudar a Marruecos a ser la potencia regional que aspira a ser en el Magreb, África Occidental y el Mediterráneo

La alianza con Israel

Al otro lado del Estrecho, la política exterior bajo los auspicios de su ministro de Exteriores Naser Burita busca adhesiones a una causa que trata de abortar el proceso de descolonización de la ONU sobre el Sáhara, la ex colonia española ocupada por Rabat desde 1976. A su creciente agresividad, recopilando supuestas muestras de adhesión a sus postulados, ha contribuido el aldabonazo de Donald Trump y la normalización de relaciones con Israel, que le ha abierto nuevas puertas en la adquisición de armamento.

“La mayor baza de esta cooperación con Israel para Marruecos es, en primer lugar, estratégica. A través de su tecnología, y de su armamento en particular, Israel puede ayudar a Marruecos a ser la potencia regional que aspira a ser en el Magreb, África Occidental y el Mediterráneo”, subraya Mohsen-Finan.

Mohamed VI debe ser visible. Pacifica, reconcilia y reúne. En la cultura política marroquí, se espera al rey

“Esto es lo que Argel percibe como una verdadera amenaza. El enfrentamiento por el liderazgo regional entre Argel y Rabat podría acabar en un éxito para Marruecos, sobre todo porque en el norte del Mediterráneo, Marruecos cuenta ahora con el apoyo de España”, desliza la analista. “El conflicto entre Rabat y Argel cambia entonces de registro. Sigue siendo por el liderazgo regional, pero no mediante las herramientas habituales como las armas, el Sáhara o el derecho internacional sino que se apoya en sus socios. De ahí su enfado por no contar con Francia entre sus partidarios”.

Unas esperanzas que ensombrecen la delicada situación interna. “Atraviesa dificultades por la sequía, la redistribución y la importación de productos debido a la guerra en Ucrania. Todo esto hace que la situación social haya empeorado y se hayan producido manifestaciones”, comenta la politóloga. “Los progresos de Marruecos a nivel internacional y económico deben repercutir en el nivel de redistribución y calidad de vida de los marroquíes”, estima. Unas turbulencias que se suman a las ausencias del rey. “Es un problema porque no estamos ante una monarquía constitucional”, matiza.

“Si lo fuera y la política la hiciera un Gobierno, no supondría un problema. En el caso de Marruecos, la presencia del rey es indispensable para gobernar el país, pero también lo es a nivel simbólico”, explica. “El rey debe ser visible. Pacifica, reconcilia y reúne. En la cultura política marroquí se espera al rey. Se espera que el rey esté presente y que cumpla su papel de árbitro entre las fuerzas políticas existentes en Marruecos”.