Cansel Bellur cruza una calle por la que solía transitar en el pasado pero que ahora le resulta completamente irreconocible. “Me siento frustrada porque todo sigue reducido a escombros”, dice la joven. A duras pena vincula las fachadas desvencijadas y los esqueletos al aire con la otrora animada arteria de cafés y bazares que una vez albergó el centro histórico de Antioquía, una ciudad turca repleta de historia que fue una de las zonas más afectadas por el terremoto que hace un año se cobró 55.000 vidas en Turquía y otros tantos miles al otro lado de la frontera, en territorio sirio.

Es una mañana soleada de febrero y Bellur aprovecha el tiempo apacible, en mitad de los rigores del invierno, para pasear por las ruinas de lo que un día fue el corazón de Antioquía, en la provincia de Hatay, fronteriza con Siria. “Mi hermana sobrevivió de milagro al terremoto. Estaba en el último mes de embarazo y el edificio junto al que vivía colapsó aquella mañana”, recuerda.

Unos 20.000 muertos solo en Antioquía

Doce meses después de uno de los seísmos más devastadores de los últimos siglos, el callejero de la urbe sigue desparramado por el suelo. Más de 3.000 edificios se derrumbaron el 6 de febrero de 2023, segando unas 20.000 vidas en los confines de Antioquía. “Lo hablábamos ayer con unos amigos. Después de un año, no hay reconstrucción. Todo permanece en el suelo. Como si el tiempo se hubiera congelado”, desliza Bellur.

A pesar de la promesa de las autoridades locales y del propio presidente Recep Tayyip Erdogan de acometer una rápida reconstrucción, la magnitud de la catástrofe sigue siendo perceptible en Antioquía y otras urbes del país. El temblor afectó a 11 provincias y provocó 1,9 millones de desplazados. Las cifras de los daños proporcionan una idea de la dimensión exacta de la catástrofe: el Banco Mundial la cifró en 34.000 millones de dólares y las autoridades locales la elevaron a 148.800 millones de dólares, cerca del 10% del PIB.

Las grúas comparten horizonte con los carteles que empapelan la ciudad y anuncian la  próxima construcción de nuevas zonas residenciales

Cientos de miles permanecen realojados en cientos de campos hechos de contenedores de transporte que jalonan la ruta hacia el epicentro sísmico. En la propia carretera, las estructuras agrietadas y abandonadas y los solares que una vez acogieron viviendas proyectan una imagen fantasmal en mitad de comercios que han vuelto a reabrir, en busca de clientes. Las ceremonias de recuerdo a las víctimas en el primer aniversario del desastre han estado mezcladas con las protestas por el ritmo de la reconstrucción.

En Antioquía, la ciudad de 300.000 habitantes salpicada de minaretes y campanarios, las grúas comparten horizonte con los carteles que empapelan la ciudad y anuncian la  próxima construcción de nuevas zonas residenciales o la rehabilitación de los monumentos que quedaron seriamente carcomidos por el terremoto. Las excavadoras siguen con la demolición de manzanas enteras, envueltas en nubes de polvo, y sobre las fachadas de algunas viviendas sus propietarios han dejado escrito su nombre y teléfono de contacto junto a la advertencia “por favor no derribar”.

"Arrastramos el trauma"

El gobierno turco se ha comprometido a construir 850.000 unidades residenciales y comerciales, pero un año después sólo han comenzado a levantar un 25 por ciento de lo proyectado. Pocos son los que han optado por regresar a Antioquía. Algunos curiosos merodean por lo que queda de las calles y otros buscan chatarra entre las pilas de escombros. Más de un millón de personas siguen necesitando asistencia gubernamental. "No importa las dificultades que encontremos o que experimentemos por causas ajenas a nuestra voluntad, para nosotros no hay parada ni descanso hasta que hagamos de Antioquía una ciudad más bella, segura y vibrante que antes", manifestó Erdogan hace unos días durante su discurso en un centro deportivo recién inaugurado.

Los dos terremotos iniciales –el primero de 7,8 y con epicentro en Gaziantep (Turquía)- y decenas de réplicas dejaron inhabitable una vasta sucesión de barrios de la ciudad donde los fallos de construcción y deficiencias arquitectónicas se llevaron por delante miles de vidas. Un año después, pocos se han sacudido el terror de aquella jornada. “La gente sigue arrastrando el trauma. La salud mental continúa siendo un problema”, confirma Bellur, que ha buscado refugio en el norte del país pero dice estar decidida a retornar a casa cuando los servicios sean restablecidos.

Campo de desplazados en el noroeste de Siria.

La calamidad siria

La situación es aún más precaria en Siria, el otro país alcanzado por el seísmo y devastado ya antes por una guerra civil que cumple 13 años en marzo. “En la última semana he visitado muchas de las ciudades que se vieron afectadas en el noroeste de Siria. Los escombros se han retirado pero no se han iniciado los esfuerzos de reconstrucción de las casas y edificios destruidos y dañados”, comenta a este diario Bachir Tajaldin, director en Turquía y Siria de la Syrian American Medical Society Foundation.

El trauma psicológico y la falta de esperanza son evidentes

“Conduciendo durante más de tres horas, se pueden ver campos de desplazados internos, asentamientos informales y centros colectivos por todas partes a ambos lados de la carretera. Hablando con la gente de allí, el trauma psicológico y la falta de esperanza son evidentes. Miles de niños no van jamás a la escuela, no han vivido nunca en una casa o bajo un techo”, agrega.

Con el foco puesto en la guerra en Gaza, el olvido y la falta de asistencia -junto al acceso limitado a calefacción o agua potable- se ciernen sobre los supervivientes del terremoto en Siria. “Un año después, los efectos del terremoto siguen causando dificultades a muchas comunidades del norte de Siria, con 2,9 millones de personas desplazadas y 800.000 de ellos viviendo en tiendas de campaña. El seísmo agravó una crisis de desplazamiento ya de por sí grave. Tras más de 12 años de conflicto, Siria es hoy el segundo país del mundo con mayor número de desplazados internos. Sólo en el noroeste hay 2,9 millones de desplazados, de los cuales 2 millones viven hacinados en campamentos”, detalla Nicole Hark, directora para Siria de la ONG Mercy Corps. “El hambre va en aumento, exacerbada por la subida de los precios y la depreciación de la moneda, lo que hace cada vez más difícil cubrir las necesidades básicas”.

La magnitud de las necesidades en Siria hoy no tiene precedentes

Un tsunami de necesidades que el terremoto ha multiplicado. “Siria es cada vez más una crisis olvidada, y la respuesta humanitaria ha estado sistemáticamente infrafinanciada, incluso tras el peor terremoto de la región en un siglo. Los sirios nos dicen que están perdiendo la esperanza de que el mundo se preocupe por su sufrimiento. La magnitud de las necesidades en Siria hoy no tiene precedentes. No podemos arriesgarnos a perder formas eficientes y eficaces de llegar a las personas necesitadas. Necesitamos un acceso humanitario sostenido para mantener la respuesta humanitaria que salva vidas”, desliza Hark.

Una inquietud que también persigue a Bachir. “Los principales desafíos son los altos niveles de desnutrición, la falta de agua potable, la inseguridad alimentaria y las duras condiciones climáticas. En cuanto a la salud, el acceso a los servicios sanitarios es difícil, muchos centros de salud no funcionan debido a los ataques anteriores, a los efectos del terremoto y, lo que es más importante, a la falta de financiación para su funcionamiento”, concluye.