Con la convicción de que hoy debíamos estar en Barcelona para manifestar nuestra repulsa al desafío independentista y nuestro apoyo a todos esos catalanes que no están a favor de la ruptura, María José, Raúl y yo, como muchos otros, llegamos este domingo a la capital catalana.

Nos vimos sorprendidos por la normalidad que imperaba en sus calles y avenidas. Pocas banderas en los balcones, gente paseando como si nada hubiera pasado en los últimos días, como si no se hubiera producido un asalto tan flagrante a nuestra democracia, a nuestra convivencia, a nuestro Estado de Derecho.

La incertidumbre sobre lo que iba a ocurrir este domingo se despejó ya a primeras horas de la mañana. Desde el primer momento, la impresión fue que la convocatoria iba a ser un éxito.

Antes de las diez de la mañana las calles ya eran un hervidero de banderas españolas y senyeras, y apenas llegaba el mediodía, la marcha por el paseo de Gracia hacia la Plaza de Cataluña no podía avanzar más. Todas las calles, nos decían, estaban colapsadas y los manifestantes tuvieron que mantenerse en sus lugares de pie, al sol, durante las dos horas siguientes, momento en que se disolvería la marcha, de manera tranquila.

Los cánticos se sucedían: “Luego diréis que somos cinco o seis”; “Puigdemont a prisión”; “viva España y visca Cataluña”  y aplausos a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que se hacían más sonoros al paso del helicóptero de la Policía Nacional.

La imagen de una impresionante marea humana que, de manera pacífica, reclama a voz en grito el deseo de que España permanezca unida es sobrecogedora si tenemos en cuenta el lugar y el momento en el que se produce.

Un grupo de Moncada y Reixat reconocía que no se había manifestado jamás en contra del independentismo por temor a ser señalados

Impactantes, asimismo, han sido las confesiones de muchos que se encontraban a nuestro lado. Gentes venidas de diferentes lugares de España pero, sobre todo, de diferentes lugares de Cataluña. Un grupo de Moncada y Reixat, pueblo de poco más de 30.000 habitantes de la periferia de Barcelona, reconocía que no se había manifestado jamás en contra del independentismo por temor a ser señalados. Hasta última hora no sabían si venir.

José, otro manifestante a nuestro lado, reiteraba sin cesar su agradecimiento a los que desde fuera hemos dado el paso de acompañarlos y mostrar el calor que, ahora más que nunca, necesitan. Hemos servido, decía José, de palanca a su decisión de sumarse a esta concentración. “Basta ya”, nos decía, “estamos hartos de estar callados”.

La indignación contra los dirigentes soberanistas era enorme y muchas opiniones coincidían en que el foco del independentismo tiene mucho que ver con la cesión de las competencias en educación y la dejación del Estado en el control de dicha competencia.

Otra participante me decía que en la clase de su hija de nueve años esta semana se jugaba a un nuevo pilla-pilla llamado policías contra votantes

Otra participante me decía que en la clase de su hija de nueve años esta semana se jugaba a un nuevo pilla-pilla llamado policías contra votantes y que los partidos de fútbol de los niños eran independentistas contra unionistas. Con una mezcla de tristeza e indignación afirmó: “Me he tenido que dar de baja de algunos chats de whatsapp porque no soporto más la presión de algunos padres de compañeros de mis hijos. Nunca hubiera imaginado que iría a comprar una bandera de España y me iría con ella a la manifestación”.

Las muestras de agradecimiento nos han conmovido: “No nos dejéis solos”.

Al llegar a la estación de Sants para regresar a Madrid, personas que allí se encontraban, desconocidos, nos despedían: “Gracias por venir”. Igualmente, a los policías nacionales destacados en la estación, junto a los furgones policiales, se le acercaban grupos de personas para hacerse fotos con ellos y decirles “gracias por todo”.

Después de hoy Cataluña es más española y España más catalana.