Los soberanistas han conseguido llevar el debate sobre Cataluña al terreno europeo. Carles Puigdemont sabe que en Bélgica cuenta con el apoyo de los independentistas flamencos y con un sistema judicial muy garantista que le puede permitir prolongar durante meses su estancia en Bruselas, incluso aunque en primera instancia el juez acepte la orden de extradición que pesa sobre él y los cuatro consellers que le acompañan.

Puigdemont dijo en su primera comparecencia en la capital belga tras la aplicación del artículo 155 que la decisión de marcharse había sido acordada por el Govern en la noche del viernes 27 de octubre. Añadió que se había pactado una especie de división del trabajo: una parte del gobierno se quedaba en Cataluña para luchar por la recuperación de las instituciones; otra, encabezada por él, se trasladaba a la capital de Europa para internacionalizar el conflicto.

Aunque no se diga abiertamente, en algunas cancillerías no han gustado las detenciones de ex miembros de la Generalitat

Esas afirmaciones no coinciden con lo que han dicho algunos consellers que ahora están en la prisión de Estremera y con lo manifestado por sus abogados sobre los perjuicios para sus defendidos de la decisión del ex president de irse a Bruselas para eludir la acción de la Justicia.

El caso es que Puigdemont ha cambiado radicalmente su posición respecto a lo que iba a hacer en un futuro inmediato: de rechazar de plano la posibilidad de ir en las listas de su partido, a postularse (con apoyo del PDeCAT) para repetir como presidente de la Generalitat. El ex alcalde de Girona ha hecho de la necesidad virtud: ante la posibilidad de ingresar en prisión condenado por graves delitos, ha optado por dar un nuevo salto mortal para que, si le sale bien la jugada, tratar de evitar esa posibilidad esgrimiendo la fuerza de los votos.

Pase lo que pase, el futuro político de Puigdemont y de la causa independentista depende en gran medida de que el conflicto se enquiste y de que en Europa se resquebraje la, hasta el momento, sólida posición de apoyo al gobierno español.

La diplomacia española va a tener que emplearse a fondo. El ministro del Interior belga, el separatista flamenco Jan Jambon, se descolgó el domingo en el canal de televisión VTM acusando al gobierno de Rajoy de haber "ido demasiado lejos" con las detenciones de ex miembros de la Generalitat. Aunque a renglón seguido fue desautorizado por su colega de Exteriores, el francófono Didier Reynders, la cuestión catalana se debatirá en el parlamento de Bélgica el próximo miércoles, como consecuencia de varias preguntas de diputados flamencos dirigidas al primer ministro, Charles Michel.

Mientras tanto, Puigdemont no está quieto. Ayer publicó un artículo en el periódico británico The Guardian advirtiendo de que lo que se dilucida ahora en Cataluña "no es la independencia, sino la democracia".

En los próximos días y semanas veremos ruedas de prensa, artículos y entrevistas en los principales medios europeos sobre el asunto. La ofensiva no sólo tiene por objeto lograr movilizar el voto de cara al 21-D, sino, sobre todo, convertir a Cataluña en un problema de la Unión Europea que perdurará tras esos comicios.

Afortunadamente, el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker ha salido en defensa de España para situar a los independentistas del lado de los que "no respetan el Estado de Derecho". El gobierno respiró tranquilo en un día que no pintaba nada bien.

La pregunta que se hacen muchos ciudadanos es: ¿cómo de sólido es el apoyo de Europa a las posiciones del gobierno respecto a Cataluña?

La clave está en Francia. El presidente de la República, Emmanuel Macron, se ha convertido en el principal baluarte de la posición española en el seno de la UE.

Algunos jefes de Estado o primeros ministros europeos llegaron incluso a plantearse la posibilidad de una mediación, como se pedía desde la Generalitat

Macron no tiene ninguna duda de que la separación de Cataluña sería no sólo un ataque al Estado de Derecho en España, sino el principio del fin de una Europa que él pretende cada vez más sólida y más unida.

No se puede decir lo mismo de algunos jefes de Estado o primeros ministros europeos, que llegaron incluso a plantearse la posibilidad de una mediación, como se pedía desde la Generalitat. Macron aguanta firme y Merkel hace lo propio. Con ese respaldo Rajoy puede estar tranquilo... de momento.

Los riesgos que ponen a prueba esa posición están claros. El encarcelamiento de una parte del gobierno de la Generalitat -aunque nadie lo diga abiertamente- no ha gustado en las cancillerías europeas. Como tampoco gustó la acción policial llevada a cabo durante el referéndum ilegal del 1 de octubre.

El gobierno debe plantearse en serio una solución política para después del 21-O, día en que vence la aplicación del 155. Mantener un conflicto enconado con una parte importante (sea el 45% o el 47%) de la población en Cataluña sin un horizonte de solución no parece una alternativa inteligente.

El peligro para el gobierno es que el sólido bloque con el que cuenta ahora comience a romperse. Lo mismo podría decirse del apoyo de Pedro Sánchez, que tiene fecha de caducidad.