Tanto bien hizo la Constitución a los españoles en estos cuarenta años que bien merece un reconocimiento explícito. Ante una realidad cargada de faltas de respeto y mucha descortesía con todo lo que supone, bien está que se refuerce la verdad que guarda. Los hechos de cada día así lo recomiendan, especialmente ante quienes han pasado cobijados en ella toda su vida.

Sorprenden los hechos, pero mucho más las interpretaciones que de ellos se hace. Da la sensación de que se olvida que las cosas son como son, aunque parezcan otra cosa. Pero ya se sabe que las apariencias engañan. Hoy tengo la sensación de vivir en un engaño continuado. Si sorprende lo que pasa, más sorprende lo que no pasa a continuación. Se discute si son galgos o podencos, si son sediciosos o rebeldes quienes quieren romper las reglas del juego, acabar con una Constitución que todos los servidores públicos están obligados a cumplir y hacer cumplir, los militares además con lealtad al Rey (q.D.g.).

Los hechos son inequívocos pero las interpretaciones son “a según” quien los mire. La contundencia de los dichos en la calle se traducen en un guiso de palabras que cuesta trabajo comprender y que sirven para abrir discusiones vanas. Una “puñalá mortal” se traduce en “una herida inciso contusa incompatible con la vida” donde se puede discutir sobre si es contusa o no, incisiva o no, compatible con vivir o no.

En los asuntos de leyes, la intención del legislador se retuerce con la palabrería de un reglamento. La rectitud de la ley se enmaraña con la sinuosidad de los reglamentos, o cuando se modifican a conveniencia momentánea. Creo recordar que era Romanones quien decía eso de hagan ustedes la ley y déjenme a mí el reglamento.

Está claro que hay profesiones en la que la interpretación de los hechos es parte insustituible de su tarea. En el mundo de los juristas, o de los jurídicos, interpretar los hechos y encasillarlos en el articulado de una ley es faena incuestionable, por eso juzgan en lugar de opinar. Adentrarse en ese mundo de las leyes sin la debida cualificación es caer en un error, en la osadía de los ignorantes. No obstante, como toca cumplir y defender y descartar la interpretación, queda el margen de la opinión. Y por ahí van mis pasos.

La realidad de los hechos contrasta con la imagen que proporciona la palabrería. La interpretación da vuelos a la imaginación y, para algunos, esta acepta como realidad que todo lo que pasa forma parte de la libertad de expresión. El asunto esta en que se valora positivamente solo la libertad de unos y se silencia la de otros. Realidad e imaginación son elementos esenciales para resolver cualquier problema. Analizar la situación la pone frente a las realidades, te dice donde estás. Elucubrar con imaginación sobre el futuro te permite reducir la posibilidad de ser sorprendido.

Contrastar realidades con elucubraciones ayuda a encontrar la salida hacia delante más favorable. El riesgo de este procedimiento es mezclar realidades y elucubraciones, creer que las palabras bastan, hacen olvidar el dicho romano de facta non verba que es el baremo por el que se miden los resultados. La conclusión es un autoengaño, primer síntoma de haber perdido la iniciativa y que la realidad pueda sorprender por cualquier parte.

Vuelvo a la Constitución. Para quienes anduvimos por la mar, cuando el temporal arrecia, ya sea cuando se remolca o se atraca en puerto, la primera medida que se toma es reforzar los cabos, las estachas en el léxico marinero. Son los medios materiales que a buen juicio darán seguridad a la maniobra.

Por demás, cuando se afronta una operación complicada, se refuerza la seguridad con una medida inmaterial más, la coraza que proporciona la ley, lo que se da por llamar “la estacha del auditor”, el soporte jurídico de la bondad de lo que se hace. El éxito de la operación, el buen remolque o el amarre lo proporcionan los hechos, el buen uso de los medios materiales, por más que se imagine que solamente con “estachas de auditor” ya es suficiente para superar el temporal.

Bienvenidas sean las estachas del auditor, pero convendría recordar que son insuficientes, que hay que reforzarlas con hechos para hacer que los españoles seamos libres, iguales y responsables de toda nuestra patria y que todo eso pasa por defender la Constitución que hoy cumple cuarenta años.


Javier Pery Paredes es almirante retirado.