En la primera sesión de control de la anterior legislatura andaluza, con Sánchez ya mandando en el partido y Susana con cara de cabo degradado a las cocinas, la presidenta ridiculizó a Moreno por ser el cuarto portavoz del PP con el que debatía en dos años. No era un reproche personal, ni fruto de la rabia del momento: es que así habla lo eterno a lo efímero, las estatuas a los mortales. Todo cambia, todo es como vegetación a su alrededor, pero el PSOE, como el río nutritivo de una civilización, permanece. Ésta era la verdadera anomalía andaluza, un partido más orogénico que imperial, la roca sin la que Andalucía se hundiría en mares de hule.

No se desgajó Andalucía como un iceberg, con su andaluz pobre, con su andaluz náufrago ahí a la deriva

En la investidura de Moreno se rompía una especie de mito atlante. Todos esperábamos quizá que tras la votación algo crujiera, se rompiera un sello templario y las columnas se abatieran bíblica u operísticamente, con los ángeles de la iglesia atrapados por un ala como una cigüeña. No ocurrió nada de eso. No se desgajó Andalucía como un iceberg, con su andaluz pobre, con su andaluz náufrago ahí a la deriva, despidiéndose de la vida agitando la cucharilla que antes metía en la Junta. La eternidad, pues, no terminaba con grandes crujidos de mármol de fin del mundo, sino con el silencio que le dice precisamente a esa eternidad que nunca existió, que sólo era contingencia ensoberbecida. Igual que Susana, que no era nuestra mamá ni nuestra dueña ni nuestra diosa, sino otra que pasaba, y que ahora se cae de bruces al ver que no tenía peana.

Juanma Moreno ha sido investido presidente de la Junta de Andalucía sin que se abriera el cielo con rayos ni con palomas vaticanas, sólo con un leve polvo de sol abejeado de esperanzas y de dudas. Ahora la política va a ser así, poliédrica o polimórfica, y va a necesitar alianzas con los espejos o con las sombras de candelabro de los dedos de los vampiros, de izquierda o derecha. Moreno se ve cómodo en esa posición central, un poco de fuente del parque o lámpara de araña del teatro. A la derecha tiene a Vox, que aún está centrado en la guerra cultural, en que cale su relato, desplazando la vehemencia con el disimulo. Por eso Francisco Serrano, en el debate, leyó su programa desde el lado suave, queriendo ser portavoz del “sentido común” con la bandera enrollada y endulzada como un pionono. Hasta dijo que el “maltrato es una lacra social”, mientras los malpensados nos preguntábamos si estaría igualando a la mujer y a los galgos. Al otro lado, a la izquierda, está la lucha por liderar la oposición, por ser el cabezabuque de la oposición, o sea Teresa con la vehemencia y Susana con el cinismo.

Codo a codo con Moreno, en una lateralidad movediza o equilibrista, sigue Marín, que quizá sueña con el sorpasso precisamente con cara y voz de sueño, y por eso se queda un poco escondido siempre en las sombras cartujas del Parlamento andaluz. A Marín se le oye, en fin, como esas aguas de las fuentes que parecen hablar. Su tono de gobierno es el mismo que el de acupunturista que usaba con Susana y eso nos confunde y nos amorriña más todavía. Marín intenta estar a la par de Moreno pero se diría que lo acompaña desde la perspectiva de un bajito en sidecar. Repitió mucho lo del gobierno de 47 diputados, quitándose a Vox de encima como una araña. Pero de momento Vox es el que quita protagonismo, se los quita a todos, y por eso no les hace falta ni sacar el trabuco en el debate. Ellos van a su ritmo, que es como el de una gota china.

Teresa Rodríguez no tiene ya tiempo ni ganas de ir calando lentamente en las mentes de los cabreados

Teresa Rodríguez no tiene ya tiempo ni ganas de ir calando lentamente en las mentes de los cabreados. Si se puede salir con el AK-47 de toda la vida de la izquierda, eso debe de ser lo que hizo Teresa, que ametralló a la derecha sin dejar respirar a la canana. Aquel era el gobierno de los ricos, de los financieros, de los terratenientes, de los de las corbatas gordas, y quizá hasta el del que inventó el Monopoly. Sacó hasta el Califato contra los Reyes Católicos como un antiguo ajedrez moruno, cursi, y que no venía a cuento. En fin, una especie de macramé de toda la izquierda folclórica pero con chaqueta metálica. Llamó a Abascal “el niño de las pistolas”, como un vaquero de cuarteto de carnaval gaditano, y les dio bien en lo freudiano llamándolos ofendiditos y acomplejados con las mujeres. Terminó yéndose del Parlamento con una bajada de azúcar o de pólvora, dejando arañazos de espuela por el mármol leonado.

Por su parte, Susana no se hizo un buen entierro. Antes de su intervención, por los patios limoneros del Parlamento, dijo erigirse en defensora de esos ciudadanos que salieron a la calle ayer a protestar. Lo que pasa es que salieron con sus autobuses, autobuses del Movimiento, autobuses con su rosa socialista en el parabrisas como una estampa de San Cristóbal, así que la defensa era más defensa propia que otra cosa. Susana, novia de funeral, quiso casar al PP con la ultraderecha de Vox y a Vox con una especie de satán landista. Citó a mujeres asesinadas, citó a amigos gays, citó hasta un extraño evangelio (“deportaos los unos a los otros como yo os he deportado”), o recordando a Xuxa o a Objetivo Birmania, época de Lola Baldrich (“los amigos de mis amigos son mis amigos”). Amigos peligrosos tienen ahora todos, Moreno y Sánchez, aunque unos están más cerca del pajar y otros están más cerca de la sangre y del golpe de Estado.
“Vox tiene la sartén por el mango”, dijo Susana, antes de declararse o coronarse oposición, como quien se declara jedi.

Aún se reía de Moreno. Yo creo que cuesta más dejar la risa de superioridad que dejar el poder en sí. También reía e interrumpía mucho Mario Jiménez, especie de bocina que tiene Susana detrás, y que se fue del Parlamento como cansado de tocar los platillos. Moreno le dijo a Susana que venía aún con inercias de formas (y de mentón alto, diría yo) y que sólo metía miedo. Algo de miedo sí deberíamos tener. La contención de Vox, que se toma su tiempo como los malos de James Bond, hace pensar en planes de dominación del mundo, siquiera empezando por la Semana Santa sevillana o por la etiqueta requerida para montar en vespa.

Moreno está cómodo en ese centro, parece un árbitro de voleibol, más que Marín, que lo es de verdad. Ha sacado hasta diálogo y talante, como si la coronilla de Zapatero descendiera sobre él desde esa cúpula de iglesia vaciada del Parlamento andaluz. Moreno, con Marín de escudero o de mesita de noche, tiene dos misiones: gobernar de verdad, antes que nada, y luego demostrar que gobernando se puede dejar sin discurso a los de Vox, quizá entretenidos en bordar alguna camisa para su día de gloria. Este modelo andaluz de las tres derechas puede ser exportable, todo el mundo está pensando en eso, pero no sólo por su composición, sino por su resultado. A lo mejor hay quien se da cuenta de que no merece la pena votar a una gente que está ahí como con una zambomba de suvenir mientras el centro derecha soluciona los problemas. El cambio o la gota china, a ver quién llega antes a su objetivo de hueso.

Y Susana, ah. De Susana no sé cómo despedirme. Seguramente porque no deberíamos despedirla. Ahora, sí, le queda la triste mudanza, que es como ver tu hogar tomado por claros de luna y Venecias de pelusa. Pero también la resistencia. Aguantar hasta que caiga Pedro. Volver a asaltar San Telmo. Volver a sobrevolar Madrid. Hoy se fue de su banco verde oliva pensando eso, sin duda, apuntando encargar de nuevo su estatua, quizá acompañada de un Fénix y un reloj de arena. Y más grande, más alta esta vez.