Junqueras habló entre el incienso de sus propias glándulas, porque eso es lo que hacen los moralistas. El moralista está en el mundo como en la sauna de su moral, en ese vaho compartido por su espíritu y por su carne, que además invade nuestros espejos y nuestras gafas. Los moralistas son un coñazo porque llevan consigo la plaga pegajosa de sus prejuicios, sus creencias o sus neuras, que se expande gaseosamente haciendo de todo una catedral, un botafumeiro, una cantata de sus olores corporales o mentales. Pero ante la justicia, fría como un quirófano, todo ese vaho se hace lluvia meona, sentimental y ridícula, que es lo que le pasó a Junqueras. Junqueras se deshizo en su vaho, como los adioses en los espejos.
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