Si yo fuera Silvio González (el baranda de Antena 3) tendría un cabreo de mono. Consigo que los cinco líderes de los partidos políticos que, según todas las encuestas (incluida la oficial del CIS), tendrán una mayor representación parlamentaria tras el 28-A, Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Santiago Abascal, acepten venir a mi cadena para el que, en principio, iba a ser el único debate de una de las campañas más inciertas de la democracia. Me aseguro un notable éxito periodístico y empresarial, con una audiencia que puede batir récords. Después, una resolución de la Junta Electoral Central (JEC), ante un recurso de los partidos nacionalistas, bloquea la asistencia del líder de Vox y me echa por tierra el plan inicial.

Ante esa dudosa decisión de la JEC (por más que la ley electoral la ampare no deja de ser un contrasentido que se impongan criterios políticos similares a televisiones públicas y privadas), el presidente del gobierno, que había quedado mal ante RTVE al optar por un canal privado, precisamente por su interés en meter a Vox en el ajo y poder jugar a "las tres derechas", rectifica y dice que no irá a Antena 3, sino que hará el debate en la cadena del estado.

Para rematar el desastre, la directora general del Ente, la sumisa Rosa María Mateo, cambia el día previsto para el evento (22 de abril) y lo retrasa al día 23, fecha en la que Antena 3 tenía programado el suyo. Casado, Rivera e Iglesias montan una bronca más que justificada, porque la decisión de RTVE se había tomado sin consultarles y por voluntad expresa del presidente del gobierno. Los trabajadores de RTVE, también justificadamente, montan en cólera ante tamaña muestra de falta de equidad y respeto a la profesionalidad del medio. En fin, por la vuelta al pasado, al blanco y negro, a la tele pública al servicio del gobierno... Como siempre.

Este rigodón de los debates ha reflejado mejor que cualquier argumentario la concepción utilitaria que del poder tiene el presidente del gobierno

El lío es tan morrocotudo que Sánchez decide rectificar y ¡acepta acudir a los dos debates, haciendo cambiar a RTVE el día anunciado, forzándole a trasladarlo, de nuevo, al 22 de abril!

Conclusión: los sufridos ciudadanos españoles verán dos debates televisados, con los mismos representantes políticos y, se supone, que para discutir sobre los mismos temas, en tan sólo 24 horas. Eso sí, el primero se verá en TVE-1, que cederá la señal a todas las televisiones que lo deseen, y el segundo en las televisiones de Atresmedia: Antena 3 y La Sexta ¿Cuántos expectadores que hayan visto el primer debate verán el segundo al día siguiente? No me digan que no es para estar enfadado.

Pero este rigodón, como lo calificaría Rajoy, de los debates ha reflejado mejor que cualquier argumentario la concepción utilitaria que del poder tiene el presidente del gobierno. Aupado al liderato indiscutible por las encuestas, Sánchez ha hecho de lo que debería ser una obligación en democracia (los debates públicos antes de una confrontación electoral) un arma de campaña a su servicio. Y lo ha hecho sin ningún rubor. Se ha negado a debatir en un cara a cara con Pablo Casado, que, a día de hoy, comanda el primer grupo político del Congreso y que va segundo en las encuestas. Ha aceptado un debate a cinco para poder meter en el mismo saco al PP, Ciudadanos y Vox. Y cuando le ha interesado ha utilizado su poder en RTVE para modificar la programación, como si manejara sin control el mando a distancia desde Moncloa.

Esa muestra de soberbia no sólo pone de manifiesto una forma de entender el gobierno, sino que ha puesto de relieve que no las tiene todas consigo

Esa muestra de soberbia no sólo pone de manifiesto una forma de entender el gobierno, vamos la cosa pública, sino que ha puesto de relieve que no las tiene todas consigo. Porque a Sánchez no le basta con ganar, sino que necesita una mayoría suficiente como para no depender de los independentistas para gobernar.

El fantasma de la negociación con el soberanismo catalán le persigue desde el acuerdo de Pedralbes y es, de hecho, su punto más débil en esta campaña, acortada también a su antojo al hacer coincidir sus primeros días con la Semana Santa.

Según el sondeo que publicamos hoy en El Independiente y en los diarios de Editorial Prensa Ibérica, un 45% de los españoles piensa que el presidente ha cedido frente a los independentistas. Y muchos creen que lo volvería a hacer si los necesita para mantenerse en el poder.

Ni Jordi Sánchez (candidato de JxC), ni Oriol Junqueras (ERC), en sendas ruedas de prensa desde la prisión de Soto del Real, le han hecho un favor al presidente en ese aspecto. El primero ha dado por hecho que Sánchez aceptará un referéndum de autodeterminación. El segundo, además de mostrarse inflexible en la reivindicación de un "referéndum pactado", ha afirmado que ERC hará todo lo posible para evitar un gobierno de extrema derecha. Es decir, que le ha ofrecido su apoyo en la investidura si lo necesita.

Los debates pueden marcar un punto de inflexión en esta campaña en la que la gran duda es si, por fin, España tendrá un gobierno estable

Ahora muchos entienden por qué los líderes del PSOE no pueden responder a la pregunta: ¿Indultará el gobierno de Sánchez a los líderes del procés si estos son condenados por el Tribunal Supremo?

A ocho días de las elecciones todo está por decidir. El número de indecisos sigue siendo muy alto y todo parece indicar que el PSOE no sumará con Podemos para alcanzar la mayoría absoluta.

Los debates pueden marcar un punto de inflexión en esta campaña en la que la gran duda es si, por fin, España tendrá un gobierno estable o se constata que el 28-A no es más que la continuación de un ciclo que comenzó con el descalabro del PP aquel ya lejano 26 de junio de 2016. El aprovechamiento al máximo del poder por parte del presidente y una legislación inadecuada han hecho imposible el establecimiento de debates con todos los protagonistas y con una separación temporal suficiente como para no empachar al sufrido votante.