Pablo Iglesias camina como por el huerto de Getsemaní, solo, con los árboles como capachos del crepúsculo. Sonríe leve, sabia, cursimente, con el sol en la espalda, con el disco solar de los egipcios (es decir, la aureola de los santos) prendido en la coleta como una peineta china. “La historia la escribes tú”, acaba de decir su voz en off, su voz de mentalista, su voz de Cristo de Marcelino, pan y vino, poderosamente, sin que se le muevan los labios, antes del fundido en negro y el fin del vídeo electoral. El vídeo ha ido desde la obscenidad del capitalismo y la guerra del pueblo contra él hasta la figura de resucitado de Iglesias, con algo de Autopista hacia el cielo. “La historia la escribes tú”, cuando uno creía que iba a decir “yo soy el camino, la verdad y la vida”. “La historia la escribes tú”, mientras hay palomas que posan en sus hombros el armiño ardiendo de la puesta de sol. Ustedes me perdonarán, pero es que el vídeo te pone épico y lírico y no sé si diurético.

Se nos ha olvidado Pablo Iglesias entre las dudas de Narciso y los resbalones de Charlot de Pedro Sánchez. Iglesias sale como el león de la Metro en los vídeos, pero no está en los carteles, donde sólo hay cabezas por detrás, esa gente de plaza y montonera que parece haberlo aplastado ya como contra el quiosco del cuponero o el madroño de Sol. Pablo Iglesias, posible vicepresidente, ministro del Interior o quién sabe, deja a la gente la tarea de conducirlo al poder, como todos los caudillos, que parecen llegar obligados. A pesar de haber hablado tanto sobre derribar el “régimen del 78”, ahora va con un ejemplar de la Constitución como un misal de la Regenta, confundiendo derechos fundamentales con principios rectores para decirle así al pueblo que el Estado les tiene que dar todo lo que quieran, y que con él eso será posible.

La gente escribe la historia pero la historia termina en él, como una profecía redonda

Lo vemos recitar ese poema de Neruda sobre el cielo de los perritos, comiéndose los morros con las mascotas como una señora de palco y caniche, porque el voto animalista o rabanista también cuenta. Su pareja y heredera de la dinastía, Irene Montero, habla del “adultocentrismo” y pide el voto a los 16 años y no sé si la convalidación de la edad del pavo. Es decir, están en el folclorismo infantiloide y en el buenrollismo de tío guay. Pero hay que ver el vídeo, el que termina con la resurrección fluorescente de Iglesias. La gente escribe la historia pero la historia termina en él, como una profecía redonda, entre rayos dorados.

Hay que ver el vídeo, que es como una teletienda. “El capitalismo más insaciable se devoraba a sí mismo”, dice la voz de Iglesias sobre imágenes de hienas persiguiéndose el culo con los dientes. Así se retrataba la crisis, que provocaba paro y desahucios y escenas de Las uvas de la ira. “Muchos perdieron, pero unos pocos ganaron”, sigue, con las caras de Rato o Bárcenas. “Afirman que la suya es la única verdad, pero no contaban con que habíamos despertado”. Y ahí aparece el 15-M, otra advocación más de la revolución, claro. El análisis es el del comunismo de siempre, con más o menos universidad, con más marxismo o posmarxismo. El perverso capitalismo, causante de todos los sufrimientos y males. Salvo, claro, los sufrimientos y males, mucho peores, que han causado todos los demás sistemas que no son el capitalismo.

A la épica leninista sólo le faltaba la épica de los espartanos de sauna y tabletón de chocolate

El 15-M es el pueblo tomando conciencia revolucionaria en la fuente municipal. Podemos nace de esa conciencia, como un bulto, y ya, por supuesto, todos esos males (los del capitalismo, no los de los comunismos y socialismos que existieron y existen) van a desaparecer por el poder de la simple voluntad. No hay más. Sólo “la tenacidad de un puñado de valientes convocadas a defender de nuevo el paso de las Termópilas”. Eso dice, tal cual, en lo que parece el anuncio de un videojuego. A la épica leninista sólo le faltaba la épica de los espartanos de sauna y tabletón de chocolate. “Siempre nos han dicho que era imposible. Pudimos, a un ritmo más lento del que nos hubiera gustado, pero estamos pudiendo”, se intenta convencer.

“Estamos pudiendo”, la voluntad como única política, una voluntad lenta pero decidida que sólo necesita más voluntad para cumplirse. Luego, todo llegará solo, con leer bien los versículos amorosos de la Constitución, con sentarse en círculo, con besar a los cachorros y con camelar a los adolescentes zangolotinos. Seguramente sólo los adolescentes pueden creer a Irene Montero cuando habla de “una banca pública que financie los pequeños negocios que la banca privada no apoya por no considerarlos rentables”. Brillante inventar ahora las Cajas de Ahorro, las que reventaron bajo el control político y nos dejaron ese agujero, ese rescate, que ellos achacan alegóricamente a la perversa banca, a los banqueros capitalistas y avaros como budas del dinero, y no a los partidos, todos, de derecha e izquierda.

Luego esa voluntad deja a la economía tiritando en el trueque, en la cartilla de racionamiento

“Que se puede. Que sí se puede”. Es una apelación, en realidad, a la fe. Es una manera de pensar puramente religiosa y específicamente milenarista. La voluntad es su nombre y toda su política. Luego esa voluntad deja a la economía tiritando en el trueque, en la cartilla de racionamiento y en el dinero valiendo menos que su papel, pero el poema de la gente y de su líder, un líder a la vez fuerte y algodonoso, el profeta de la caricia pelusera que habla como un rapero, está ya compuesto. “Que se puede. Que sí se puede. Pese a lo que te dicen, la historia la escribes tú”. Y entonces sale Pablo Iglesias peinándose con el sol como una Virgen de villancico. Ahí aparece el que será seguramente vicepresidente con Sánchez, ministro de algo que sin duda sonará espeluznante, mientras vuelve otra crisis de la que culpará no a sus políticas comunistas, sino de nuevo al capitalismo que le impidió llegar a tiempo con su revolución. Ahí aparece Iglesias, con los árboles hechos racimos reventones de luz, entre Salvador, espartano canijo de las Termópilas y anuncio de Scottex, a cámara lenta, hacia la eternidad, la ridiculez y la ruina.