Santiago Abascal ha hecho una campaña extraordinaria. Allá donde va llena auditorios o plazas de toros, convertido casi en una estrella del rock, aunque la música que suena en sus mítines sea el Viva España de Manolo Escobar o el himno de la Legión.

En un panorama político dominado por el hiperliderazgo, Abascal no tiene competencia. La gente vibra cuando le ve aparecer en el escenario. Agitando banderas españolas, sus incondicionales escuchan sus mensajes directos, simples, machacones, contundentes, como encandilados por este predicador laico de lo políticamente incorrecto.

El deslumbramiento es interclasista. Va desde el obrero de Leganés al financiero de La Moraleja. Los descontentos con la vieja política ya no dudan, tienen decidido su voto a Vox, el partido nacional populista que puede dar la gran sorpresa en estas elecciones.

A Abascal no le ha hecho falta acudir a los debates televisados, más bien le ha beneficiado. Esa ausencia forzada le da argumentos para vender su imagen de proscrito, de figura antisistema. Las similitudes con el fenómeno Podemos son evidentes.

El deslumbramiento es interclasista, va desde el obrero de Leganés al financiero de La Moraleja

El líder de Vox no sólo ha hecho un impresionante road show en estas últimas dos semanas, batiendo récords de audiencia, incluso atreviéndose a contraprogramar el debate Atresmedia con un llenazo en el coso de Las Rozas, sino que ha cuidado a sus clientes Vips de forma especial.

Las casas bien de los barrios residenciales de Madrid se han convertido en los últimos meses (tras la sorpresa de Andalucía) en foros privilegiados para poder compartir mantel y sobre mesa con un hombre al que pocos conocían y al que querían ver de cerca, escuchar su voz para poder entender mejor su éxito. Abascal acude a estos encuentros acompañado en ocasiones por Rocío Monasterio e Ivan Espinosa de los Monteros. En alguna de esas reuniones exclusivas se llegó a limitar la asistencia, ante la demanda de comensales.

Algunos de esos ricos, no sólo de Madrid, apoyarán este domingo a Vox, con algo más que su voto.

Además, Abascal ha contado con un extraordinario equipo de redes sociales, que ha convertido en virales sus frases, sus vídeos, los memes que Vox ha fabricado para ridiculizar a sus adversarios.

No importa que la gente no conozca su programa ¿Qué más da? Si en los dos debates televisados los cuatro líderes de PP, PSOE, Ciudadanos y Unidas Podemos ni siquiera han hablado de Europa o de tecnología o del lugar que debe ocupar España en el contexto internacional; cuando lo más relevante de esos encontronazos en prime time ha sido el intercambio de golpes, no se le puede pedir a Vox que argumente su ideario. Abascal no tiene empacho en reconocer que no tiene ni pajolera idea de política internacional y en cuanto a la economía opina que con bajar impuestos está todo arreglado.

Abascal no tiene empacho en reconocer que no tiene ni pajolera idea de política internacional y en cuanto a la economía opina que con bajar impuestos está todo arreglado

Como hizo Donald Trump en su rutilante campaña presidencial, Abascal ha despreciado a los grandes medios de comunicación. Es más, el líder de Vox ha trazado una línea roja infranqueable para todos aquellos que considera enemigos de su causa "¡Dales caña!", le animan sus fieles.

En Moncloa agitan el fantasma de Vox para movilizar el voto útil de la izquierda, aunque al PSOE le viene bien el mordisco que le va a dar el partido verde al PP. Ese miedo se vive de forma diferente en Génova, o incluso en la sede de Ciudadanos. Tanto los populares como el partido de Rivera contemplan con inquietud los trackings de campaña en los que Vox crece hasta alcanzar cotas que podrían darle hasta 40 escaños.

Lo verdaderamente preocupante del populismo es que su ascenso está directamente relacionado con el deterioro del crédito de los partidos tradicionales, sean de derechas o de izquierdas. Podemos sólo pudo crecer a costa del hundimiento del PSOE; Vox sólo puede hacerlo a costa del PP, ya tocado por la irrupción de Ciudadanos.

Los problemas reales a los que se enfrenta España no se solucionan agitando banderas o suprimiendo las autonomías

Mucha gente votará el domingo a Vox ante la seguridad de que Abascal no tiene opciones de ser presidente. Le votan por cabreo o porque creen que Vox forzará al PP a ir por el buen camino. Es un voto correctivo, de advertencia, pero, en todo caso, desinhibido.

Al igual que la recesión económica fue el caldo de cultivo de Podemos, la crisis de Cataluña ha sido el acelerador de Vox. Pero, a diferencia de lo que ocurrió con la crisis, cuyos efectos se diluyeron con el crecimiento que proporcionó la gestión del gobierno del PP, no es probable que la inflamación en Cataluña se reduzca en el corto o medio plazo.

Los cientos de miles de personas que hace un par de años ni se planteaban votar a Vox y que ahora están deseando que llegue el domingo para depositar su papeleta verde en la urna creen que su apuesta no tiene coste. Pero se equivocan. Los problemas reales a los que se enfrenta España, la desaceleración económica, la obsolescencia del modelo económico, la baja calidad en la educación, la quiebra del sistema de pensiones, la construcción de la Unión Europea tras el Brexit, etc.  no se solucionan agitando banderas o suprimiendo las autonomías.

Los liberales deberían ser los primeros interesados en desenmascarar a Vox. Su caudal de votos no fortalece una alternativa a un gobierno de izquierdas, sino que la debilita, la contamina, la hace vulnerable.