En la democracia sobra mucha gente. Seguramente, la mayoría. Tanto tiempo buscando la democracia verdadera, la nueva democracia, con la chavalería durmiendo en iglús por las plazas, con los yayoflautas alzando contra nuestras conciencias sus loterías familiares y sus cóndilos de titanio, con las mujeres invadiendo como bayas salvajes la vieja y derruida civilización del macho, con eso de la transversalidad que sonaba a rumor de diosa alada y señorita de Avón… El 15-M, los movimientos, los colectivos, las mareas, el podemismo, la nueva política. Y Carmena con sus fideos, e Iglesias con su puñito de gato chino. Y hasta Sánchez con su sonrisa como una blanca ancla en La Moncloa y en la España mediana y perezosa del biempensante. Todas esas montoneras de pancartas y hashtags y causas y pintalabios radiactivos y gente volcada en las calles como un camión de nabos, y resulta que lo que había que hacer era echar de la democracia a la mitad del personal, a la mitad de enfrente, que es lo más antiguo de la política y por supuesto no es democracia, pero siempre ha sido bastante útil.
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