Al final, se van a cumplir los deseos de Pedro Sánchez. Habrá elecciones de nuevo, que era lo que él había decidido en cuanto comprobó, por una parte, que el acuerdo con Ciudadanos seguía siendo tan imposible como lo había dibujado durante toda la campaña electoral su líder Albert Rivera y, por otra, que las pretensiones de Pablo Iglesias seguían siendo las mismas, ministerio más, ministerio menos, que las que había tenido la desfachatez de plantear en enero de 2016, tras las elecciones generales de diciembre de 2015, justo después de ser recibido por el Rey y mientras Pedro Sánchez estaba todavía en la audiencia con Felipe VI.

En esto hay que reconocerle a Iglesias una contumacia, es decir, una tenacidad en la persistencia en el error, admirable. Casi tres años después de aquel espectáculo bochornoso ha seguido con la misma cantinela que, antes como ahora, siempre ha puesto a Sánchez los pelos de punta con sólo pensarlo.

Lo reconoció este martes el propio presidente en funciones en la que fue al mismo tiempo su comparecencia para explicar las razones de esta nueva convocatoria electoral y su primer acto de campaña, en el que pidió directamente el voto a los españoles.

Dijo que él no quería hacer la propuesta que finalmente le hizo a Iglesias en el mes de julio -una vicepresidencia y tres carteras ministeriales- con lo cual hemos de concluir que el líder morado le hizo al presidente en aquella memorable ocasión el favor de su vida cuando se negó insensatamente a aceptar la mejor oferta que jamás iba a volver a recibir.

Por eso, porque nunca quiso meter a Podemos en el Gobierno, a Sanchez le faltó tiempo para retirar ese ofrecimiento de la mesa para nunca más volverlo a repetir, no fuera a ser que Iglesias se lo pensara mejor y acabara aceptando.

Pero el líder de Unidas Podemos le ha hecho otro favor muy grande al empecinarse en la exigencia de un gobierno de coalición, que Sánchez jamás habría aceptado. Con eso, Iglesias se cerraba a cal y canto la posibilidad de un acuerdo por ese lado del espectro político que hiciera posible la apertura de la legislatura y la constitución de un gobierno para los próximos cuatro años.

Si la de Pablo Iglesias ha sido la trayectoria más torpe, empecinada en el error, la del líder de Ciudadanos la supera con mucho en cortedad de vista política

Y ha sido al líder de Unidas Podemos a quien el presidente en funciones se ha dedicado a crucificar sin piedad durante los minutos que ha durado su intervención. Lo tenía fácil porque la torpeza de Iglesias y su asombrosa miopía política le ponía en bandeja dirigir contra él la responsabilidad del fracaso de las negociaciones. Pero en realidad debería estarle agradecido -y también a Rivera- porque sin la inestimable ayuda estratégica de ambos, él hubiera tenido imposible que su propósito de repetir las elecciones se cumpliera

Es verdad que después del fracaso de su primera investidura Sánchez ha hecho todo lo posible para hacer pasar el tiempo sin tomar la más mínima iniciativa destinada a desbloquear la situación o a producir un acercamiento de posturas. El mes de agosto se lo pasó entretenido en entrevistarse con distintos grupos sociales para hacer como que hacía, pero en realidad acercándose deliberadamente a las fechas límite dentro las cuales las posibilidades de una negociación seria, en profundidad, productiva, estaban próximas a cero.

Porque si la de Pablo Iglesias ha sido la trayectoria más torpe, empecinada en el error, la del líder de Ciudadanos la supera con mucho en cortedad de vista política, en irresponsabilidad y en desprecio absoluto hacia las necesidades perentorias y evidentes del país. Rivera ha perdido la brújula de la acción política y se ha enrocado durante demasiado tiempo antes y después de las elecciones de abril en una posición inexplicable, incomprensible hasta para muchos de los suyos y directamente inútil.

El líder de Ciudadanos ha tenido en su mano durante estos cinco meses la posibilidad de celebrar una negociación sosegada, todo lo larga que fuera menester, para llegar a una base de acuerdos con Pedro Sánchez -ya tenía experiencia en ese campo- de modo que podría haberse constituido un gobierno, esta vez sí, de coalición que hubiera gozado de una más que cómoda mayoría absoluta en el Congreso y que habría proporcionado a España cuatro años de estabilidad después de tantos otros pasados entre vaivenes e incertidumbres.

Si Rivera se hubiera movido en esa dirección inmediatamente después de las elecciones de abril, olvidando la estúpida cantinela de la "banda de Sánchez" y de los "pactos ya cerrados de antemano con independentistas y ultraizquierdistas" con la que nos ha estado machacando durante largos meses y que se ha demostrado profundamente errada, Sánchez no se habría negado a un pacto con él porque le habría permitido lograr la presidencia del Gobierno por la vía legal -pero también legítima- cumpliendo así el sueño que la moción de censura con la que accedió al poder nunca le garantizó.

Pero Rivera persistió durante todo este tiempo en el error y en él se ha mantenido obcecadamente hasta anteayer, cuando ha hecho por sorpresa un movimiento de emergencia, sin haber siquiera hablado antes con el propio Sánchez, que ha tenido muy fácil escurrir ese bulto inconsistente lanzado además cuando el Rey había iniciado ya la ronda de consultas a los líderes políticos para decidir si proponía un nuevo candidato a la investidura.

Y encima Rivera tiene ayer el atrevimiento de sostener que "todavía hay tiempo" cuando, si el presidente ha pasado el mes de agosto entero mareando la perdiz, él se lo ha pasado literalmente ausente, sin hacer el menor acto de presencia en la atribulada política española.

No, el tiempo político se había acabado porque a esas alturas el presidente del Gobierno en funciones ya se dirigía a toda máquina hacia la convocatoria de elecciones sin tener que sortear el menor obstáculo en su camino. Iglesias y Rivera, uno por la izquierda el otro por el centro, o por la derecha, no se sabe bien, se lo habían ya despejado.

Todos tienen la culpa de que tengamos que acudir otra vez a votar, el que menos Pablo Casado, que se ha mantenido prudentemente alejado de la vorágine de ofertas, negativas, contraofertas, más negativas, acusaciones, denuncias y reproches en que han estado enredados los otros líderes de los partidos más grandes. Por eso tiene muy poco sentido que el grueso de la campaña se vaya a destinar, como me temo, a intentar adjudicar al contrario el sambenito de la nueva convocatoria electoral. Todos ellos llevan, o deberían llevar simbólicamente, el escapulario y la coroza de los señalados como culpables.

Es obligado preguntarse ahora qué beneficios políticos y sociales tangibles han proporcionado al país quienes tan campanudamente se atribuyeron el título de representantes de la nueva política

A los electores no se les va a poder engañar fácilmente porque es evidente para la mayoría que la responsabilidad de este asalto político con el que nos acaban de atracar está en mucho más que un par de manos. Y es muy probable por eso que esos mismos electores estén añorando aquel bipartidismo imperfecto que, con todos sus múltiples fallos e inadmisibles abusos, al menos proporcionaba al país gobiernos fuertes y estables que permitían a los ciudadanos planificar sus vidas con cierta garantía de perdurabilidad.

Porque es obligado preguntarse ahora qué beneficios políticos y sociales tangibles han proporcionado al país quienes a su llegada a la vida pública española se atribuyeron tan campanudamente el título de representantes de la "nueva política".

Lástima no sea... que decía mi antigua suegra.