Tengo delante la cara de Pedro Sánchez, siempre orwelliana o quizá sólo discográfica. Un perfil duro y en flecha, de pez cazador, de pez abisal en ese fondo negro de la foto, alumbrado por su propia bioluminiscencia. Un predador solo, un cazador en lo negro, con la mirada fija en su camino o en su presa. No es uno de sus carteles electorales, esos carteles de grandes almacenes en los que parece un italiano falso vendiendo un traje italiano falso (puede que él sea exactamente eso). No es uno de esos carteles en los que nos mira y nos seduce regalándonos el ramo de rosas que es él mismo. En esas fotos finge un diálogo, un interés, finge un comercio, finge una mirada que en realidad pasa a través de nosotros para estrellarse al final contra el tráfico y los escaparates como un repartidor, ese repartidor de flores que es él. Pero en la foto que tengo delante Sánchez está verdaderamente solo. Ya nos ha dejado de lado y únicamente mira, serio y tenso, como un ciclista aerodinámico, su camino, su presa, su destino. Alrededor, nada, lo negro.
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