José Luis Ábalos se ha especializado en oraciones repletas de vacío. Es quizá el mayor animal político del Gobierno socialista, pero se ha visto en la tesitura de ejercer de hombre fuerte en la negociación con ERC, que es clave para el PSOE, pero que supone el canto del cisne de la coherencia. La memoria política es corta y la mediática, más aún, pero todavía resuenan los ecos de la precampaña y la campaña, cuando las brasas de las barricadas de Barcelona todavía humeaban y Pedro Sánchez se movió hacia el centro para no perder el voto del socialista moderado, adquiriendo la pose de 'hombre de Estado' y alejándose del independentismo. A Quim Torra, ni le cogía el teléfono.

El terreno sobre el que se asienta España se ha vuelto tan lodoso que decir una evidencia como que “en Cataluña hay un conflicto político” puede provocar un derrumbe. Ábalos lo afirmó así el otro día a la salida de una estación, ante las cámaras y micrófonos de varios periodistas. Y la obviedad se convirtió en titular. Entre otras cosas, porque hay quienes niegan que este ingrediente esté presente en esa crisis territorial, dado que consideran que supondría conceder la razón a los separatistas.

En el PSOE, conceptos como la presunta 'plurinacionalidad' de España pueden convertir un programa electoral en un encaje de bolillos

Podría discutirse si está en el origen o si es una consecuencia de las acciones subversivas de quienes impulsaron el procés para tapar sus vergüenzas mientras las llamas de la 'Gran Recesión' y el líquido inflamable de la corrupción arrasaban todo a su alrededor. Sin embargo, la realidad es que el conflicto político existe y es evidente. De ahí que debería provocar una reflexión el hecho de que existan tantas dudas a llamar a las cosas por su nombre. También en el PSOE, por cierto, donde conceptos como la presunta “plurinacionalidad” de España son capaces de convertir la redacción de un programa electoral en un complejo encaje de bolillos.

Trampas lingüísticas

Los recelos terminológicos de la política vacua también se manifiestan cuando Ábalos recurre a la expresión “interlocutar”, que no está registrada en el diccionario de la RAE, pero que éste empleó para ocultar la palabra prohibida: dialogar. La actividad parlamentaria debería consistir exactamente en eso, pero la realidad está tan viciada por la confrontación partidista que se ha hecho necesario ocultar la gran materia prima de la política, como es el hecho de hablar las cosas para alcanzar consensos. A través de planteamientos y renuncias.

Ocurrió lo mismo cuando trató de maquillarse el acuerdo entre el Gobierno y la Generalitat para sentarse a dialogar con el vocablo “relator”. La prensa afín a Pedro Sánchez publicó entonces sesudos artículos sobre la importancia de esta figura en el terreno diplomático y en el terreno internacional. En realidad, se buscaba camuflar una evidencia, y es que los independentistas habían pedido un “mediador” para “dialogar” sobre las pretensiones de los secesionistas (más allá de cuáles fueran, aunque a sabiendas del objetivo final), en un momento en el que al Ejecutivo le urgía sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado. El resto, son eufemismos.

Llamar a las cosas por su nombre desmontaría la panoplia de victimismo de los tiromatos soldados por la causa

Tampoco se puede decir que los independentistas sean respetuosos con el significado de la palabra “diálogo” cuando la nombran, dado que en realidad lo que buscan es la aceptación por parte de la contraparte de su agenda política. Lo cual no es ni remotamente parecido a lo que el diccionario define como la "plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos". En realidad, buscan la “imposición” como vía para superar el conflicto político. Pero claro, llamar a las cosas por su nombre desmontaría, pieza a pieza, la panoplia de victimismo con la que han acudido a foros nacionales e internacionales los timoratos soldados por la causa.

El descrédito

La política española ha recurrido a la vieja técnica de emborrachar las palabras con cazalla para diluir su significado, algo que suele ser habitual cuando el discurso se desgasta como consecuencia de los constantes embustes y giros argumentales. Ábalos lo ha demostrado esta semana a la hora de referirse a la 'negociación con los independentistas', pero también lo hizo en esa gloriosa comparecencia en la que trató de negar al periodista Daniel Basteiro que los resultados de las elecciones del 10 de noviembre habían sido peores de lo esperado.

La realidad es que el PSOE se ha sentado a negociar con los independentistas porque los necesita. No hay más.

Quizá no haga falta mucho más para persuadir a la opinión pública -que, por cierto, en las urnas se ha expresado con una mayor coherencia que todos los que siguen, reproducen y compran en la prensa el lenguaje y los argumentos partidistas-, que suele ser víctima en muchas ocasiones del componente emocional.

A lo mejor la política debería renunciar a falsear y deformar la realidad a través de la violación de las palabras y sus significados, pues, ya lo dijo Stefan Zweig: las guerras surgen de juegos con palabras peligrosas. Y más allá de circunloquios y eufemismos, la realidad es que el PSOE se ha sentado a negociar con los independentistas porque los necesita para retener el Gobierno. No hay más.

José Luis Ábalos se ha especializado en oraciones repletas de vacío. Es quizá el mayor animal político del Gobierno socialista, pero se ha visto en la tesitura de ejercer de hombre fuerte en la negociación con ERC, que es clave para el PSOE, pero que supone el canto del cisne de la coherencia. La memoria política es corta y la mediática, más aún, pero todavía resuenan los ecos de la precampaña y la campaña, cuando las brasas de las barricadas de Barcelona todavía humeaban y Pedro Sánchez se movió hacia el centro para no perder el voto del socialista moderado, adquiriendo la pose de 'hombre de Estado' y alejándose del independentismo. A Quim Torra, ni le cogía el teléfono.

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