Allí quedó Marlaska, pequeño en el escaño como en una trona, con sus tarjetitas con el argumentario ya revueltas, como barreduras de una boda, y una cojera de sentado, cojera melancólica, cojera de cansado, de abatido, cojera de haber estado mucho tiempo cojeando. Le habían preguntado todos lo mismo y él había respondido lo mismo, de ahí la cojera, una cojera sonora, como de pirata, que ya se le quedó dolorosa en el gesto, en la postura o en la vergüenza. Allí quedó Marlaska, melancólico de cojera como un Byron silueteado, ante sus tarjetitas temblonas como un poema, sordo de los ecos de galería de las preguntas y de su pasado (él fue juez en otro mundo) y sordo del campanazo de una frase: “Es una investigación delicada para el Gobierno y tenemos que conocer lo que ocurre”.

La tarjetita siempre era la misma o también le cojeaba en las manos, con cojera de paloma. La remodelación, la simple remodelación. De repente, en medio de esta epidemia con contrabando de muertos y galeras de pobres, lo urgente era remodelar la Guardia Civil, desde sus mandos de vieja abotonadura a sus casas de vieja arboladura, grandes, aparatosas, semihuecas y sagradas como armaduras templarias. Eso y luego el orgullo, ese desplante de nada, como los desplantes de micrófono que se hacen ahora tanto en el Congreso y que recuerdan a aquellos cursis que arrojaban el guante a la cara. La cojera se hacía monumental y lírica con ese orgullo de soldado sin pierna. “Estoy orgulloso de pertenecer al gobierno de Pedro Sánchez”, decía sin venir a cuento, justamente como un soldado que se desangra. Pero el orgullo de una causa no dice nada de la causa. Y el orgullo de Marlaska tampoco decía nada, aparte de que había poco en esas tarjetas de verso pobre y zozobra adolescente.

Marlaska es un soldado con puñetas de mosquetero y se le nota en la obediencia

Marlaska, cojo de rima, decorador de cuarteles y de lutos con prisa, juez que se ha girado contra otro juez como contra el espejo, teatralmente, como aquel Calígula de Camus, en realidad no podía decir mucho, ni importa lo que diga, a la espera de que el relato periodístico sea relato judicial, que es lo que parece ya inevitable. El relato es pavoroso y de gran recorrido. No se limita a María Gámez, directorcilla correveidile, meritoria de esa escuela andaluza del socialismo acostumbrada a tener a su servicio desde los coros de amas de casa a los más altos funcionarios que no dejan de ser algo así como palafreneros emplumados. No se limita a Marlaska, que es un soldado con puñetas de mosquetero y se le nota en la obediencia, en el silencio y en cómo hacía ritornelos con las tarjetas del argumentario. Ese relato, por supuesto, llega a Sánchez como superior y hasta a Iglesias como usufructuario.

Marlaska supuraba por esa cicatriz suya, incurable y crística como la de Amfortas o la de Ahab. Uno le supone cierto tormento moral, pero Sánchez e Iglesias no se molestan en transmitir más que cinismo. Sánchez puede quedarse en la mentira, en la falacia o en la ridiculez todo lo que haga falta, como Marlaska en la melancolía. Al PP le afeó que criticara aquel “lapsus” de un guardia civil y ahora también les critique “por haber destituido a un guardia civil”. “Ustedes se oponen por cualquier cosa”, dijo el presidente. En este caso, la frase acertada hubiera sido “ustedes se oponen a la misma cosa”, porque es la misma cosa mantener al guardia civil que obedece y destituir al que no lo hace, sobre todo si se trata de obedecer en contra de la ley.

Sánchez apabullante de lógica, mientras los funcionarios que se niegan a desobedecer las leyes

Iglesias también tuvo un desplante muy simpático, que empezó con tipo de pistolero y terminó como con un pase de pecho al micrófono, aunque raro, como si no lo hubiera hecho un torero sino sólo uno de Los Manolos. Preguntó Iglesias a García Egea si “estaba llamando a la insubordinación de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado”. Sí, se puede preguntar esto después de que tu Gobierno destituya a un coronel de la Guardia Civil por obedecer a un juez antes que al Ejecutivo, y encima advertir que “nos estamos jugando la democracia” tirando luego el micrófono como un estoque.

Iglesias dolido de democracia y Sánchez apabullante de lógica, mientras los funcionarios que se niegan a desobedecer las leyes por imperativo del Gobierno son destituidos y un ministro nos dice, además, que lo que ocurre es que tocaba cambiar las cortinas. Así está el esperpento nacional. La riña política es sólo quevedesca pero, ya digo, lo determinante será la vía judicial. Sabíamos que Sánchez e Iglesias coinciden en el plan de provocar conflictos de legitimidades, de reunir todos los poderes del Estado en su bolsillo y de tener a todos los funcionarios de pistola o de tampón a la orden, como quintos. No son inventos de la caverna ni óleos de un infierno bolivariano, es lo que están haciendo, cada vez con menos pudor, mientras pensamos si moriremos en el siguiente estornudo o en la siguiente nómina.

Allí quedó Marlaska, como con jaquequita de escritor. Parecía una piedad desmontada, sólo con el yaciente. No quedará sólo en él la cosa, sin embargo. Eso sí, o llega pronto la juez o llegará el cambio de cortinas a toda nuestra democracia.