Pablo Iglesias está en horas bajas. Él lo sabe, su entorno lo sabe y, lo que es más importante, el presidente del Gobierno también lo sabe.

Ahora el que no duerme bien es el vicepresidente del Gobierno. Queda lejos la euforia que mostró tras el acuerdo con el PSOE para la formación del "primer Gobierno de coalición desde la II República". Aquel abrazo al que consintió forzado Pedro Sánchez era la viva imagen del pacto: el líder del PSOE había fracasado en su estrategia de doblegar a Podemos en la repetición electoral, mientras que Iglesias lograba entrar en Ejecutivo, pese a que su partido había perdido siete escaños en poco más de seis meses.

Iglesias es consciente de que, en estos momentos, la supervivencia de Podemos (en coalición con Izquierda Unida) depende casi exclusivamente de su permanencia en Gobierno. El vicepresidente sabe que Sánchez le necesita para mantenerse en el poder, pero que si pudiera prescindiría de él y de su partido.

El vicepresidente segundo ha intentado, con relativo éxito hasta ahora, apuntarse a su favor las "medidas más progresistas" que ha adoptado el Gobierno: primero fue la subida del salario mínimo interprofesional; luego la ley de Igualdad Sexual, y, por último, el Ingreso Mínimo Vital. Pero, a cambio, ha tenido que aceptar que la derogación de la reforma laboral del PP sea sólo parcial, o tragarse que no haya impuesto a los ricos, dos de las banderas más representativas de la formación morada.

La pandemia y sus consecuencias económicas han colocado a Iglesias en una posición de debilidad. Sánchez tiene que optar por políticas menos izquierdistas toda vez que la recuperación depende en gran medida de los fondos que lleguen de la Unión Europea. Como en el principio de Arquímedes, a medida que la vicepresidenta económica gana poder, el vicepresidente segundo lo pierde. Nadia Calviño se opuso frontal y públicamente al acuerdo para la abolición de la reforma laboral, firmado con nocturnidad y alevosía por PSOE, UP y Bildu. Y ganó la batalla.

La aproximación a Ciudadanos del presidente es otra de las cosas que molesta a Iglesias, partidario de mantener firme la alianza con los partidos de la moción de censura. La pena para Sánchez es que Ciudadanos sólo tiene 10 escaños, y eso es lo que le permite respirar a Iglesias. Pero sabe que, en ningún caso, los presupuestos de 2021 serán lo que él hubiera soñado.

El presidente mantiene, eso sí, una buena relación con Iglesias. Cuando este tiene algún problema, recurre a él de forma a veces atosigante. Por ejemplo, cuando reclamó especiales medidas de seguridad para su domicilio en Galapagar. No llamó al ministro del Interior, Grande-Marlaska, sino a Sánchez, al que quiere seguir tratando de tú a tú.

En apenas unos meses, Sánchez ha aprendido a manejarle. Sabe que le necesita, pero también que Iglesias nunca se atreverá a romper la baraja. No es que se fíe de él, es que le conoce mucho mejor que antes.

Pedro Sánchez le trata con deferencia, no quiere tenerle enfadado. Pero, poco a poco, le quita poder en asuntos que son cruciales para la supervivencia de Podemos

Pues bien, en ese contexto de pérdida progresiva de poder e influencia, a Iglesias le ha estallado en la cara el caso Dina. Un asunto por el que, como ya hemos explicado en este periódico, podría ser acusado de varios delitos: daños informáticos, obstrucción a la justicia o apoderamiento de datos reservados.

El vicepresidente mantuvo durante tres semanas un atronador silencio sobre un escabroso embrollo, en el que el juez de la Audiencia Nacional Manuel García Castellón le retiró su condición de perjudicado y, lo que es más grave, puso en duda su versión sobre los hechos.

Pero el viernes decidió romper su silencio en una entrevista con Íñigo Alfonso en Radio Nacional. Parece mentira que un hombre que da tanto valor a los medios hiciera una intervención tan lamentable. Desde luego, no se dejó asesorar por ningún abogado, o bien el que le asesoró quiere que le imputen.

Detengámonos un momento en la jugosa entrevista. Para empezar, Iglesias reconoció que a principios de 2016 el presidente del Grupo Z , Antonio Asensio, le dio la tarjeta del móvil presuntamente robado a su ex asistente y ex alumna Dina Bousselham. También admitió que vio lo que contenía esa tarjeta ("imágenes degradantes", según expresión de García Castellón). Y, cuando el director de Las Mañanas, le preguntó por qué había tardado meses en entregarle la tarjeta a su dueña -que, por cierto, había denunciado su desaparición- Iglesias dijo que lo había hecho para no someter a "una joven de ventipocos años a más presión".

Se había hablado que entre los dos había una relación, lo que ya, dijo, la había sometido a "una gran presión". Cuando Alfonso le preguntó si él le había entregado la tarjeta dañada a Bousselham -una vez que OK Diario había ya publicado algunos de los mensajes que contenía- Iglesias lo negó en redondo. Y dio un argumento tramposo: "¿Para qué la iba a destruir si la tarjeta ya estaba en manos de OK Diario y de otros medios como El Mundo y El Confidencial?

Al margen del sustrato machista del comentario que hizo sobre su ex colaboradora (una mujer que necesita su protección y que por ello se ve privada de su teléfono móvil), Iglesias reveló un detalle muy significativo, que tal vez se le escapó: que cuando Asensio le da la tarjeta le dijo que era la única copia.

García Castellón cree que Iglesias le ha engañado. Si la comisión rogatoria a Reino Unido demuestra que la tarjeta de Dina Bousselham fue destruida, elevará la causa al Tribunal Supremo

Tiene por tanto todo el sentido que el líder de Podemos destruyera la tarjeta si es que en ella había imágenes que pudieran comprometerle. Ni Dina, ni nadie podría presionarle con el contenido de la tarjeta si la destruía. Esto recuerda a la destrucción de los discos duros del PP. Eso explicaría por qué tardó meses en devolvérsela a su dueña. Una vez que se publicaron los mensajes ya no tenía sentido guardarla. Y se la devolvió inservible, como dijo la propia Dina en su primera versión ante el juez sobre los hechos.

No sabemos si, finalmente, García Castellón se atreverá a elevar al Supremo el caso Dina, o bien lo archivará, con lo que se esfumarían las consecuencias penales del caso Dina para el vicepresidente. Pero lo que si ha sufrido ya es un enorme daño para su imagen. Su versión de los hechos no se sostiene. Acusar a las "cloacas del Estado" de un asunto más bien chusco no tiene un pase, aunque, de nuevo, él quiera convertirse en la víctima de una conspiración en la que pretende involucrar a Soraya Sáenz de Santamaría, a Fernández Díaz, por supuesto al ex comisario Villarejo e incluso a Mariano Rajoy.

La connivencia de su ex abogada, Marta Flor (a la que ahora acusa en privado de ser una pésima profesional) con el fiscal Ignacio Stampa tampoco dice mucho en favor de los métodos que utilizó Podemos para crear un caso político donde no lo había. La Fiscalía General del Estado ha abierto una investigación sobre este asunto.

Las relaciones de Iglesias con Irene Montero no atraviesan su mejor momento. Llegan separados al Consejo de Ministros, apenas se hablan y el vicepresidente no acude todos los días a su chalet de Galapagar

Ese golpe al crédito de Iglesias coincide con un momento personal complicado. Sus relaciones con Irene Montero, según fuentes de su partido, no atraviesan por su mejor momento. Reconocen que el vicepresidente se queda en Madrid a dormir con frecuencia. Por otra parte, fuentes próxima a Moncloa informan que, desde hace semanas, ambos llegan por separado al Consejo de Ministros y no se cruzan palabra. Iglesias parece deprimido, y participa cada vez menos de las discusiones del máximo órgano del Gobierno.

Las cuestiones personales pertenecen a la intimidad y cada uno es dueño de su vida y de sus decisiones. Pero, en este caso, una posible ruptura tendría consecuencias de calado no sólo para el Gobierno, sino, sobre todo, para Podemos, organización en la que la pareja Iglesias/Montero mantiene un férreo control sin resquicio a la discrepancia.

Mantengamos pues los ojos abiertos, porque el líder que vino a asaltar los cielos es probable que esté a punto de estrellarse contra el asfalto. Por eso enseña los dientes y brama contra la prensa libre.

Pablo Iglesias está en horas bajas. Él lo sabe, su entorno lo sabe y, lo que es más importante, el presidente del Gobierno también lo sabe.

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