El culillo, luna del amante, gracia del bailarín, esperanza del litronero, podría ser además la nueva unidad de volumen, de incompetencia, de lujuria o quizá de la misma vida. El consejero de Sanidad andaluz no nos ha descubierto que no tiene jeringuillas adecuadas, que se dejan vacunas sin aprovechar o sin rebañar, sino que todo lo que importa se mide en culillos. El culillo, la vida se te puede ir por un culillo, último respingo de la moza, último burbon de la amargura, última distancia del torero, última humillación del pagafantas, última vacuna que no salvará a nadie hoy. Se te pueden ir los ojos por un culillo y se te puede ir la salud por un culillo, un culillo que no es nada y lo es todo, la medida del fracaso y del triunfo es un culillo.

Al consejero no le parecía nada un culillo, es de pobres aprovechar el culillo y sorber toda la sopa y ponerse toda la vacuna sin que quede ahí el té aristocrático que no te bebes y el hielo dandi que sólo mueves. Pero el culillo, todo es un culillo, todo puede perderse y ganarse y recuperarse por un culillo. El culillo, aún nos queda un culillo de vida o de juventud o de locura o de noche. O, al contrario, nos falta un culillo de vida o de juventud o de locura o de noche y basta con eso para que no tengamos ni vida ni juventud ni locura ni noche. Lo que falta para el amor, lo que falta para el olvido, lo que falta para la borrachera, lo que falta para que salte ese botón y para que se hunda el reloj como un trasatlántico apenas caligráfico, eso puede ser un culillo.

Los políticos desprecian un culillo con sus discursos de gafas de culo de vaso, pero eso es porque han perdido ya la medida y la escala con sus grandes presupuestos y discursos que rebosan de todo y no cuantifican nada. Han perdido la medida exacta que es el culillo, porque no hay nada más exacto que un culillo. Un culillo es justo lo que falta, justo lo que se necesita, justo lo que esperabas, justo lo que te arregla o te fastidia todo. En este caso, el culillo es justo lo que convierte a este consejero y a otros en incompetentes, en descuidados o en tramposos. Si no fuera por ese culillo, este consejero sería otro consejero que anda con las vacunas y las jeringuillas y el virus, ahí entre la puntería y los malabares, como un lanzador de cuchillos.

El culillo es justo lo que convierte a este consejero y a otros en incompetentes, en descuidados o en tramposos

Un culillo, palmo del político a palmos, chupito de hilitos de chapapote, bamboleo de político con culo de panadero, banderín en el culo del que mete la pata. Un culillo, sorbo de gato, chocolate del loro, pico de pajarito, pero avidez del canalla, lascivia de oasis, beso de serpiente en los ojos. Un culillo, nada, y enseguida uno junta los dedos, apretando, como si ese culillo de lo que sea se hubiera condensado en pececillo, y afina la miopía con los ojos, como si ese culillo hubiera aún que ensartarlo para coser. No es nada, un culillo, dice el consejero, pero ah, un culillo es lo que lo separa de la fama, del ridículo, de la primera página, de no ser un consejero que parece el dueño de un ultramarinos y de no ser un médico que parece que ha salido de un tebeo de Rompetechos, sino aquel consejero que dijo lo del culillo. Un culillo, qué es un culillo, pero ese culillo lo ha traído aquí.

Un culillo, como traserillo o como espumilla. Abanico del cuerpo, centímetro infinito de carne, espalda fundente, sorbo alto y desesperado, dedal de sangre. Un culillo, una sombra japonesa pliega las paredes, una gitanilla se va para siempre de tu vida, el champán de toda ella llena sus zapatos, una gota se vierte en tu garganta como en tus ojos, el pozo de lo seco se abre una vez más para ti solo. Apuramos culillos, recogemos culillos, somos todos como colilleros de culillos de lo que nos va dejando la vida, de no otra cosa parece que vamos llenando ese lacrimatorio que somos por dentro y que no deja de moverse como un culillo en la copa naufragada.

Un culillo, último trago de una cantimplora de arena, última cucharada de azúcar, última posibilidad del último beso que a lo mejor también es el primero. Un culillo ha quedado tras la fiesta interminable, tras la noche inútil, un culillo cristalizado en la cerveza de ella, un ámbar comido por el carmín como la antigüedad come una columna griega. No es nada un culillo, nos dicen los que lo escupen o los que lo tiran. Pero sin ese culillo todo estaría ya terminado, cerrado, sin ese culillo ya no habría nada más que esperar. Un culillo, a punto de ser veneno o a punto de salvarte la vida.