Como en la obra de Luigi Pirandello, Seis personajes en busca de un autor, los dirigentes que quedan todavía dentro de Ciudadanos están buscando una identidad que traduzca lo que ahora no son más que sus sombras, una realidad tangible que les insufle la vida que han perdido y ahora no tienen manera de recuperar.

Pero la simple descripción de lo que se proponen abordar mueve a la incredulidad  y de alguna manera a la lástima. Después de haber cosechado éxitos notabilísimos en los años precedentes, de haber firmado un acontecimiento histórico en diciembre de 2017 cuando la formación todavía de Albert Rivera y de Inés Arrimadas venció en las elecciones catalanas tanto en votos como en escaños y después de haber estado al borde de quedar como segunda fuerza en los comicios generales de abril de 2019, en estos momentos el partido está a punto de la extinción. Extinción formal se entiende, porque su extinción política es ya lamentablemente un hecho.

Pero Ciudadanos se resiste a morir y, como muchos moribundos, hace un esfuerzo ímprobo por levantarse del lecho de muerte para intentar escapar así de su destino inexorable. Ahora dicen los que aún permanecen dentro de las filas del partido que hay que escuchar a los militantes y las propuestas que éstos están ya haciendo. Pero, claro, todas ellas apuntan a la construcción de un partido nuevo levantado sobre las pavesas de lo que un día fue.

Ciudadanos se resiste a morir y, como muchos moribundos, hace un esfuerzo ímprobo por levantarse del lecho de muerte para intentar escapar así de su destino inexorable

Y ahora resulta que, después de haber hecho la campaña electoral de Madrid defendiendo la opción política de centro como espacio imprescindible e irrenunciable de la política española, eso ya no les vale porque, se asegura, la alternativa de centro está devaluada. Sobre ser una afirmación que se sustenta sobre bases falsas, sostener ahora que toda su estrategia se ha basado en un planteamiento inexistente da una idea de hasta qué punto los dirigentes del partido naranja no saben hoy por dónde les da el aire.

Dicen que el centro está devaluado porque todos los partidos que compiten por el poder se reclaman de ese espacio político. Naturalmente, porque es ahí donde reside la inmensa mayoría de los votos en este país. Que luego las formaciones políticas que ganan las elecciones sigan moviéndose o no en el espacio de la moderación y alejados del sectarismo es otra cuestión, pero que el centro como opción política está devaluado es algo que no se sostiene.

Esta consideración por parte de los dirigentes de Ciudadanos demuestra que han sido incapaces de identificar la raíz de su desastrosa caída en el apoyo electoral. Los madrileños, los gallegos, los vascos y los catalanes, en una palabra, los españoles, han dejado de votarles no porque ya no les interese el centro del que se reclamaban sus candidatos sino porque la trayectoria del partido ha seguido una ruta descabellada, contradictoria, carente de visión política y ayuna de justificaciones razonables.

Su calamitoso estado no se debe a razones ideológicas sino de eficacia política. Lo que les ha sucedido es que los electores han comprendido que este partido no ha servido para lo que ellos creyeron en su día que serviría. La marca Ciudadanos está efectivamente “quemada” y el partido está “hundido”, es verdad, pero por sus reiteradas equivocaciones, no por nada más. Han sido sus errores estratégicos y tácticos lo que les ha llevado al borde de la extinción, no su vocación centrista. Y mientras no miren a la realidad de frente y sin subterfugios no podrán hacer un diagnóstico acertado de lo que ha sucedido a su partido ni podrán siquiera intentar levantar un vuelo que se antoja ya imposible.

Ahora están pensando en ponerle la coletilla “Alternativa Liberal” y cambiar sus etiquetas como si se tratara de una cuestión de nombres, de logos o de colores. Lo que quieren, en definitiva, pero no sé si saben, es crear un partido nuevo sin asumirlo abiertamente.

Porque esto que apuntan en Ciudadanos no sería una refundación como en su día fue la de Alianza Popular cuando pasó de la presidencia de Manuel Fraga a la de José María Aznar y se le cambió el nombre por el de Partido Popular. Pero aquello tuvo sentido porque una nueva generación de políticos pasaba a tomar las riendas del partido que entraba en una fase más actualizada. Fue una manera de modernizar un partido en el que la vieja dirigencia daba unos cuantos pasos atrás y cedía el testigo a manos más jóvenes.  

Pero parece que lo que pretenden lo dirigentes del partido naranja -da igual si el color de ahora va a ser más o menos intenso en el futuro- es darle un lavado de cara y subrayar un aspecto que ya se daba por supuesto: que era un partido liberal. No nos descubrirían nada si le añaden la coletilla porque la cuestión medular es la que las fuentes de Ciudadanos que han hablado con Ana Belén Ramos han puesto sobre la mesa y sin la cual no se puede poner en pie ningún proyecto político: “Tenemos que corregir ese problema de identidad”.

Que eso se diga en el seno de un partido nacido oficialmente en julio de 2006, es decir, hace la friolera de 15 años, demuestra hasta qué punto esa formación está moviéndose ahora mismo como un pollo sin cabeza. Porque además comete otro error gravísimo para su más que improbable futuro: achacar a Albert Rivera el origen único de los males que acechan hoy a la formación política.

Es verdad que el anterior presidente de Ciudadanos cometió la grandísima equivocación tras las elecciones de abril de 2019 de no proponer a Pedro Sánchez un pacto de coalición que le hubiera situado a él en la vicepresidencia del gobierno y hubiera proporcionado al país la estabilidad de la que carece desde entonces porque la suma de los escaños de Cs y PSOE alcanzaba los 180 diputados, una más que holgada mayoría absoluta.

Rivera hirió de muerte a su partido en 2019 e Inés Arrimadas lo acabó de enterrar en 2021

Albert Rivera se equivocó pero también lo ha hecho repetidamente su sucesora, que no parece haber asumido ninguna de las consecuencias de sus sucesivos errores: ofrecerse de muleta a un Pedro Sánchez que ya había elegido socios para la legislatura y que ninguneó repetidamente a Inés Arrimadas quien, lejos de escarmentar con la experiencia, dobló su apuesta y se metió hasta el cuello en la operación más insensata, incomprensible y dañina para su partido de cuantas se han producido en la historia de la democracia: la moción de autocensura -puesto que Ciudadanos formaba parte de aquel gobierno- al equipo presidido por el PP que gobernaba Murcia, con las consecuencias políticas que todos conocemos.

No hay que buscarle cinco pies al gato porque no tiene más que cuatro. Rivera hirió de muerte a su partido en 2019 e Inés Arrimadas lo acabó de enterrar en 2021. Todo lo demás es literatura. Y por mucho que organicen una convención nacional con invitados “sorpresa”, como si eso cambiara un ápice su situación políticamente menesterosa y hagan todo un despliegue de mercadotecnia, el estado del partido no mejorará porque no puede hacerlo.

Están luchando para huir de la verdad y no mirarse en el espejo. Están buscando un autor que les devuelva su encarnadura como personajes reales y efectivos de la vida política española. Pero me temo que ese autor soñado no existe ya para Ciudadanos.

Cuanto antes lo asuman, mejor les irá a cada uno de sus integrantes porque es seguro que encontrarán huecos en los distintos partidos que hoy operan en nuestro país. Alea iacta est.