Con estas elecciones de Castilla y León, convertidas en ensayo o capea, yo creo que el votante de izquierda termina su ciclo de desengaños y lo empieza el de la derecha. El populismo de derechas, cojonciano e hipertrofiado como una chaqueta de Abascal, en realidad aún no se ha estrenado en nada, sólo en paseíllos de jaca o de violetera. El votante de Vox está ahora como aquel votante de Podemos que se entusiasmaba en los círculos locales, sometiendo a votación la monarquía o los viernes sin carne como los del señor cura, y de repente se vio en las instituciones. Ahí estaba por fin la utopía, el cielo asaltado, la revolución arropada por las banderas numismáticas de las administraciones y por el tono esportivo del telediario... Ahora llegan los de Vox, con su nacionalismo de toro de felpa y su esencialismo joseantoniano, creyendo que han vuelto a revivir al Vigía de Occidente. Quizá el PP debería formar gobierno pronto con ellos, la mejor forma de que el personal se desengañe, como con Podemos.

El PP aún tiene que decidir cómo va a convivir con Vox, visto que Casado no sabe derrotarlos como Ayuso. Quizá el PP haga como Sánchez con Podemos, y eso significa torear a Vox con sus propios capotes hechos de trocitos de relicario y vinillo de Rioja de la Banderita de Marujita Díaz. A los de Podemos los hemos visto sudar las contradicciones, enfundarse y desenfundar el puñito revolucionario, levantar ministerios enteros sobre peinadoras y chorradas, atacar la Constitución bajo el sello constitucional, pactar con los empresarios por una guirnalda para el pelo de Yolanda Díaz, prohibir los filetes por imperativo moral, o rendirse como se rindió Iglesias, echándole la culpa a Florentino, especie de malvado del capitalismo acompañado de las Mamachicho. Exhibiciones de incompetencia, frustración o chifladura que han ido desengañando al personal, no tanto a la izquierda eternal, que aquí son los mismos de siempre como los cantautores, sino al votante moderado que al final decanta las elecciones.

El PP aún tiene que decidir si ignora a Vox, permitiéndole seguir al margen de la realidad, o sea de la política, o lo acerca para desenmascararlo

Vox aún tiene que demostrar que puede gobernar desde su estanco o desde su capilla de la Pantoja, o mejor dicho, que no puede. Quizá haya que verlos intentar desmontar las autonomías desde los propios gobiernos autonómicos, o pretender implantar la discriminación de los ciudadanos según origen o creencias, o exhibirse vestidos de hermanos Pinzón como todo programa... El personal se daría cuenta de que casi todo lo que dicen va contra la realidad, la lógica, el propio Estado de derecho y hasta la estética y el decoro del españolito básico. Vox aún tiene que pasar por eso de quedarse en unas Fallas ideológicas como Podemos se ha quedado en un botellón ideológico, y eso quizá sólo es posible viendo con responsabilidades de gobierno al que antes sólo tenía responsabilidades de banda de gaitas.

El Casado que no ha sabido ganar como quería se parece al Sánchez que no pudo ganar como quería, el que pasó del insomnio podemita a dormir con Iglesias como con Rapunzel. Lo que no sé es si Casado sabría manejar la situación con el temple o el cinismo de Sánchez. Un vicepresidente de Vox en Castilla y León, más este Juan García-Gallardo que uno cree que está deseando explotar en la moqueta como ya explotó en Twitter, no tiene por qué ser el adelanto de un Abascal vicepresidente; al revés, puede ser un antídoto. Ver a esta gente despechugada intentando gobernar con el cornetín como los otros querían gobernar con el puñito con terrón en alto, a lo Escarlata O’Hara, o fiarlo todo a desfilar con cabras o señalar conspiraciones o montar las rotondas desmontadas por los otros, provocará sin duda en el votante una especie de efecto Iglesias-Montero-Garzón, esa cosa entre la decepción y la vergüenza ajena.

El PP aún tiene que decidir si ignora a Vox, permitiéndole seguir al margen de la realidad, o sea de la política, o lo acerca para desenmascararlo, para quemarlo, para absorberlo. Es posible que sea así, aunque el proceso es arriesgado, como se ha visto con Podemos, que no por ser folclórico dejaba de resultar dañino. El populismo siempre termina en desengaño, como todos los infantilismos, y cierta derecha aún está por desengañar. Ahora el votante de Vox es como aquel chaval de los círculos podemitas arreglando por fin el mundo entre cajas de cartón y tapetes de indio, sin saber el chasco que le espera. Aunque tampoco está uno seguro de que el desengaño no vuelva más veces. Ahí está Iglesias, haciendo desde la radio una especie de política con escafandra y pidiendo el “frente amplio” como otra remesa de cajas de cartón para ingenuos.

Hay gente que no ceja nunca, pero que los gurús de la izquierda estén en el segundo ciclo de desengaño no significa que los votantes lo estén también. Podemos se va despidiendo de la historia con su cosa de zares de la greña, Sánchez se va hundiendo montado en su cisne, que ya no aguanta más, y Yolanda Díaz nos va a pillar ya muy resabiados de salvadores guerrilleros y de bordadoras de mariposas. Pero el cambio de ciclo no es el fin del sanchismo ni la vuelta de ese PP con manguito de Casado o de Rajoy. El fin de ciclo sería el fin del populismo, aunque para eso todavía falta el desengaño de Vox, o su derrota. Todo esto no hubiera pasado si Casado hubiera ganado como él creía (como nadie más que él creía, en realidad). Ahora, mientras unos se desengañan y otros se consuelan, vuelve a tocar insomnio. Al menos, hasta que Vox se corte la coleta de torero o de mogol. O se la corte el votante, que últimamente hace una justicia siempre irónica y pilosa.