La nobel bielorrusa Svetlana Alexievich señalaba en su libro Voces de Chernóbil que cuando la fe en la razón abandona al hombre, en su alma se instala el miedo, como ocurre con los salvajes. Y ahí es donde aparecen los monstruos. 

El miedo de Putin a que una invasión encontrara más resistencias de las esperadas está provocando una huida hacia adelante y una escalada sin precedentes en la historia reciente de Europa. Ninguna de sus expectativas iniciales se ha cumplido: pese a su superioridad militar, no ha habido una invasión ni una toma rápida de Kyiv gracias a la resistencia ucraniana y al liderazgo de Zelensky. Pese a la voluntad del Kremlin de atacar y profundizar en sus divisiones y debilidades, la UE y la OTAN han sido un ejemplo de coordinación, unidad y actuación rápida. Pese a la represión y las detenciones para acallar a la población, la población rusa ha seguido saliendo a las calles. El bombardeo de las fuerzas rusas en la central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa, es el ejemplo más crudo de esa huida adelante que constituye una amenaza real para Europa y para el mundo. 

En muy poco tiempo la UE ha conseguido movilizar una respuesta sin precedentes en su política exterior a través de sanciones financieras, congelación de fondos, coordinación de apoyo armamentístico y financiero y acogida. 

Tras la visita del presidente Zelenksy al Parlamento Europeo el pasado martes, hoy Ucrania está más cerca de la UE, y la UE seguirá cerca de Ucrania. La valentía y el coraje con los que el pueblo ucraniano se enfrenta hoy a la invasión son una muestra también de la defensa de unos valores que son indudablemente europeos y que insisten en el derecho internacional, en los derechos humanos y en un mundo basado en reglas en el que una agresión tal no puede tener cabida sin consecuencias.

Estos valores, valores universales que nos mantienen unidos, son hoy minoría en el mundo. Lo hemos señalado en otras ocasiones. Desde 2020, las dictaduras y regímenes autocráticos superan en número a las democracias liberales.

En este contexto, la votación que se produjo en la Asamblea General de Naciones Unidas el pasado miércoles para aprobar una resolución que pide el cese inmediato de las hostilidades por parte de Rusia es un acontecimiento histórico, y una ofensiva diplomática europea que coloca a la UE como un verdadero actor geopolítico.

La resolución, aprobada con 141 votos a favor, cinco en contra y 35 abstenciones, se adoptó en el marco de un bloqueo de las capacidades del Consejo de Seguridad de la ONU, organismo encargado del mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. Rusia, uno de los miembros con derecho a veto, dio un ejemplo de lo que significa el desprecio al multilateralismo -que evidencia también la urgencia de reformar nuestras instituciones internacionales- al anunciar durante su ejercicio de la presidencia la invasión de Ucrania ante un atónito embajador ucraniano. 

En este contexto, Francia -en nombre de la UE y como miembro permanente del Consejo de Seguridad- solicitó una resolución sobre la base de un procedimiento nacido en el contexto de la guerra de Corea y conocido como "Unidos por la Paz", que sólo se ha activado 10 veces en la historia y que busca activar las competencias subsidiarias de la Asamblea General.

La lectura del voto final muestra el estado del multilateralismo global, y deberá ser un toque de atención para un futuro en el que la UE asuma el papel central en la defensa del orden liberal que había perdido en parte debido a las lagunas para la consecución de una verdadera política exterior común. 

El Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad, Josep Borrell, fue muy claro al respecto durante el pasado pleno del Parlamento Europeo: "Nos acordaremos de aquellos que, en este momento solemne, no estén a nuestro lado".

Estos regímenes que basan su fuerza y su poder en la represión constante de su población y en el desmantelamiento del estado de Derecho son dañinos para el orden multilateral en su conjunto

Los votos en contra y las abstenciones en esta resolución muestran también la fuerza -relativa, pero presente- de una coalición global autoritaria que avanza en el mundo. Vemos de este lado a países como Cuba, Irán, Nicaragua y Venezuela (que no ejerció su voto por haber perdido el derecho debido a impagos a la organización, pero que no ha dudado en mostrar su apoyo público a Putin ante la supuesta desestabilización de Ucrania y la OTAN). Estos regímenes, que basan su fuerza y su poder en la represión constante de su población y en el desmantelamiento de la justicia y del estado de derecho, no son sólo profundamente dañinos para sus ciudadanos: lo son para el orden multilateral en su conjunto.

La solidaridad que millones de ciudadanos -también y especialmente rusos- muestran hoy con Ucrania es también una oportunidad para revitalizar la concepción de una ciudadanía global que asuma que nuestras libertades y nuestros derechos humanos son profundamente interdependientes. 

Nada será igual en el orden de seguridad europeo ni en el orden internacional cuando pase esta guerra. Pero después, tendremos también que recordar las lecciones que el lastre de esta agresión deja para nuestra política exterior. Esta UE geopolítica ha sabido hacer realidad su ambición de hablar el lenguaje del poder. Tras la guerra, deberemos recordar a los que tuvimos enfrente para actuar con determinación. Después de la guerra será el momento para que la Unión Europea reivindique su liderazgo en una verdadera coalición global por la democracia.  


Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento europeo en la delegación de Ciudadanos