Yo creo que Vox va a tener que invitar a Bolaños a algo, quiero decir no invitarlo, o desinvitarlo. Que Abascal le ponga un día, en algún sarao suyo patriótico o mariano, con galeón o Virgen de la lluvia, un cordoncillo de seguridad, incluso un cadenón de colegiata, que el ministro no podrá evitar saltarse. Bolaños a lo mejor es la esperanza de Vox, que se le aparezca como un San Esteban apedreado, porque eso de buscar al presidente de Colombia, Gustavo Petro, para el conflicto protocolario o diplomático, para el ataquito de dignidad, creo que no les funciona mucho. Aquí nadie conoce a Petro, toda Latinoamérica le parece aquí al personal una confusión de sombreros, capotes, chándales, nacionalismos y populismos, seguramente indistinguibles de los sombreros, capotes, chándales, nacionalismos y populismos del propio Vox. Petro fue guerrillero, pero eso por allí es como ser aquí punki, una etapa de la vida, de la historia o del armario. Parece poco Gustavo Petro como enemigo total, como fanfarrón de Dos de Mayo, y por supuesto como sustituto apresurado de Bolaños, que yo creo que es lo que quiere Vox.

Vox debería invitar a Bolaños, le gustaría invitar a Bolaños, o mejor no invitarlo, quiero decir. Pero Bolaños no hay más que uno, y ya estuvo haciendo como de Harold Lloyd para Ayuso, ahí colgado del reloj estilográfico de la Puerta del Sol por sus deditos blancos o sus patillas de gafa de alambre. O sea que Bolaños está pillado como personaje, enemigo, némesis, inspiración, cachondeíto; pertenece al conflicto entre Sánchez y Ayuso, entre el progreso y el fascismo, entre los ministros chupatintas y enclenques que da el Bien y las secretarias o azafatas forzudas que da el Mal, esas jefas de protocolo como entrenadoras de natación de la RDA. A Bolaños se lo rifan ahora, todos quieren al ministro pimpampún, todos quieren verlo rodar por las escaleras, resbalar con un plátano, chocar con una farola, con esa cosa de comedia melancólica de cine mudo que se le ha quedado y que le viene muy bien a Ayuso, que ya era la novia de Chaplin y ahora es la vecina de Lloyd o, mejor, de Buster Keaton. Con Bolaños estamos en unas alturas de popularidad y comedia física que, por supuesto, Petro no puede igualar, y por las que Vox no puede pujar.

Bolaños a lo mejor es la esperanza de Vox, que se le aparezca como un San Esteban apedreado, porque eso de buscar a Petro para el conflicto protocolario o diplomático, para el ataquito de dignidad, creo que no les funciona mucho"

A Gustavo Petro, con pinta de médico con pasado oscuro, como un dentista del cártel, el personal no termina de ubicarlo bien en los brumosos populismos americanos que están entre el evangelismo con soponcios, el revanchismo precolombino, el reparto de galletas patrióticas y la revolución desde el cafetal o desde el campo de amapolas. A Petro ya se le ve que viene con contradicciones, que se niega a ponerse el chaqué, que te convierte en opresor como las alas te convierten en ángel, pero no tiene problemas en colgarse el collarón de la Orden de Isabel la Católica, con medio Toledo engarzado. La extrema izquierda y la extrema derecha se suelen encontrar por los mismos balconcitos del pueblo, los mismos mendrugos justicieros y la misma pedrería heráldica, y la gente no está ahora para ponerse a estudiar la biografía, la hemeroteca ni el lenguaje sentimental y campanudo de Petro. O sea, que Vox se va cuando Petro saca el Quijote, o el guitarrón emotivo, o la flauta andina, pero eso no nos dice mucho, no sabemos si estamos ante un terrorista, como asegura Abascal, ante un crudívoro o ante otro padrecito del pueblo con aguinaldo para el pueblo.

Petro no es Bolaños, ni lo conocemos ni lo ubicamos, ni nos da sentimiento ni nos hace gracia, casi ni lo distinguimos de otros de por allí, que estos líderes con pistolón o con capacho hablan todos igual, como hablan los de Podemos, con deje de seminario, e incluso como hablan los de Vox, que también suenan parecido, ese estilo Arzalluz de homilía castrense y epiglotis escayolada. La mayoría de los mandatarios que vienen aquí a que les den un discurso con sopa y una llave de convento con cinta son ambiguos, dudosos o indeseables, pero eso es la diplomacia. Si vinieran Maduro o Mohamed VI, así los dos como en carrozas de Carmena, la protesta tendría más chicha. Incluso cuando viene un jeque con su papel del culo de oro y su harén envasado y tintineante, como una colección de botellitas de minibar, ya tenemos todos la crítica hecha sin más que mezclar joyerío y medievo, como si fueran visigodos. Ahora viene Petro y es un poco como si nos visitara un bolerista indistinguible, un poco como cuando nuestras folclóricas indistinguibles se van a hacer las Américas, pero al revés. No, Petro no cala como enemigo, ni como salvador, ni como escándalo, ni como bochorno, ni como rey de los tablaos, o al menos no como lo hace Bolaños. 

Vox yo creo que quería subirse a la tarima o a los titulares con otro Bolaños, con cualquiera un poco enredado, zancadilleado o puesto en evidencia entre ambigüedades, protocolos y cordoncillos. Pero Petro no es Bolaños, claro, que ni sabemos quién es ni si Sánchez le va a dar sólo un medallón de maestro mesonero o le va a dar Madrid como le dio el Sáhara al otro. Todos quieren un Bolaños, incluso el sanchismo está contento con Bolaños, que creen que da ternura ahí, enclenque y machacado en la lona, como si fuera aquel Roque III que hacía Pajares. Todos quieren a Bolaños, más versátil que brillante, más apañado que útil, con la misma pinta de velón en las fiestas y en los entierros. Todos quieren a Bolaños, con gran ego y frágil cascarón, alguien que te sirva a la vez de enemigo y de ayuda, de héroe y de gafe, de esperanza y de jolgorio. Pero Bolaños está pillado, venciendo al fascismo de torrezno de Madrid con sucesivos golpes de chichón contra el reloj de la Puerta del Sol y la hombrera o adarga goyesca de Ayuso.