Madrid ya no huele como en los 60, al cuerpo aldeano e incorrupto de San Isidro, que decía Umbral, sino a la flor de la canela de Ayuso, vestida de rosa para rematar la cosa jubilar del santo patatero. Yo creo que todos los políticos de campaña o de paseíllo por Madrid se van a la pradera no para hacerle la romería al santo, sino para hacerle la romería a Ayuso, la más chula del Portillo a la Arganzuela, que se va a provocar a los santos y a la oposición vestida de vigilanta de Madrid como una vigilanta de la playa, y termina en un póster contra las proas de las iglesias y de la ciudad como si fueran proas de velero. Lo de Ayuso no lo entiende la izquierda, con su ejército de mujeres desfilantes a las órdenes todavía de barbudos antiguos o actuales; ni lo entiende el PP, acostumbrado a empollones de económicas y sosos de notaría o de coro parroquial (no siempre en el mejor sitio); ni lo entiende la propia Ayuso, me parece. Yo creo que Madrid tiene una presidenta / patrona chulapa como una vez tuvo un santo haragán, que parece cosa de los ángeles o del Demonio, o sólo de la gente que elige sus santos y sus toreros.

A la pradera fue Almeida, con su autobús bajito, como si viniera en triciclo; y fue Yolanda Díaz, a la que abuchearon como a una infiel del santo o de Ayuso o incluso del obrerismo

En la Pradera de San Isidro, donde se hace un Madrid andaluz, valenciano, extremeño, aragonés y madrileñísimo (el chulapo y la chulapa son algo así como los majos de todas las Españas trasplantados a una sola maceta, de donde no salen ni para bailar —el chotis no se baila en una baldosa, sino en esa maceta); en la Pradera de San Isidro, en esos Carabancheles más míticos que castizos o históricos, como de unos personajes y toros más cretomicénicos que goyescos; allí, en fin, el santo se sigue apareciendo en las sombras sesteras de los árboles y los políticos se siguen apareciendo un poco como vendedores de barquillos, entre la tradición, el negocio y el disfraz. A la pradera fue Almeida, con su autobús bajito, como si viniera en triciclo; y fue Yolanda Díaz, a la que abuchearon como a una infiel del santo o de Ayuso o incluso del obrerismo; y fue Alejandra Jacinto, la candidata de Podemos, con su flor caída o a medio caerse, un poco como su candidatura, y asegurando que “este es el último San Isidro de Almeida y Ayuso”, que más parecía que los fuera a rajar en la verbena que a ganarles en las urnas.

La verdad es que el santo ocioso y meapilas siempre fue más que otra cosa una excusa para la fiesta, el aguardiente o el aguafuerte, y ahora, en la izquierda aguafiestas y puritana, es la excusa para hablar de Ayuso. Lo de Ayuso ya digo que no se lo cree nadie, un poco como lo de San Isidro, así que toda la oposición sigue ahí, mirándola y negándola, como si los ateazos viéramos ciertamente a los ángeles dirigir a aquellos bueyes, lentos y pasotas igual que el propio santo, mientras el patrón de Madrid reza o duerme o se va a los toros de Carabanchel. O a escuchar a Mecano o a Sole Giménez, que cantó el otro día quizá solamente para que viéramos mover los labios a Ayuso, para que ella cantara sin voz como si nos cantara la nana la niñera morena. Lo de Ayuso no lo entiende nadie, pero tiene enamorados a los ángeles, a los bueyes, a los niños de teta, a los camareros de teta, a la derechona, al pueblo goyesco y hasta a la izquierda, que no puede olvidarla. Y ella se deja querer, o desear con vicio, que su eslogan, eso de “ganas”, parece el título de su vídeo porno, que decían mucho en esa joya de la comedia que fue Brooklyn nine-nine. Mientras, a la oposición sólo se les ocurren eslóganes que parecen palos o emporramientos, como ese “Madrid es la hostia” de Más Madrid.

A lo mejor a Ayuso ya no le hace falta aparecer por la pradera, por los debates ni por las columnas, que sólo tiene que cuidar las flores de la ermit

San Isidro sigue echando sus raíces de patata en la pradera, en la política abarquillada alrededor de Ayuso, en las patillas de los organilleros de pega y en los pañuelos de las chulapas con flor frontal, como un faro de madrileñismo. En este día de patrón encamado y políticos de pícnic; día de roneo, chulería y gracia de la malaje (un andaluz diría eso de cierto madrileñismo, como de ciertos andalucismos), yo me he pasado media tarde y media columna esperando por si se aparecía Ayuso enchulapada o santificada de terrones del pueblo o de angelotes con sandalia romana. Pero a lo mejor la presidenta se ha quedado rezando, así para nada, como rezaba el santo, al que se lo hacían todo (a Ayuso se lo hacen todo sus ojos entreverdes, atareados, nerviosos e inquietantes, como umpalumpas, y Miguel Ángel Rodríguez). A lo mejor a Ayuso ya no le hace falta aparecer por la pradera, por los debates ni por las columnas, que sólo tiene que cuidar las flores de la ermita, el interfono de ángeles y una higuera que le dé sombra de pastorcilla inocente / perversa.

Madrid ya no huele a santo labriego incorrupto, que eso debe de ser como el olor a patata incorrupta, que sigue siendo olor a patata. Ahora huele a capital del negocio, a bandera entre fuentes, como una bandera de la selección de waterpolo, y a la caña de azúcar o la caña de barra que es la caña de Ayuso dando caña o moviéndose como una caña. Nadie lo entiende, que ni es tan brillante como Rivera ni tan guapa como Sánchez, ni las dos cosas a la vez, como Arrimadas. Pero ahí está, sacando mayorías que creíamos imposibles o abolidas, haciendo creyentes a los incrédulos, haciendo viruta de Sánchez y de la izquierda, haciendo un paje de Feijóo y hasta haciendo lascivos a los curas. Todos van a hacerle la romería, no al santo de bostezo con mosca sino a Ayuso. Incluso, o sobre todo, la izquierda, que va con la flor caída o con la faca de feriante o con carné del primo para colarse, como Bolaños, pero va por ella. Todos le tienen ganas, que es el verdadero título de su vídeo porno, si se me permite la blasfemia con nuestra presidenta y patrona.