La sentencia del Tribunal Supremo por la que se devuelve al coronel Pérez de los Cobos su situación de “generalable” es un triunfo del Derecho sobre la improvisación y sobre el sectarismo de quien, no teniendo poder para sancionar al coronel lo hizo con su dirección de la comandancia de Madrid y después lo volvió a hacer con su ascenso al empleo de general.

El Tribunal Supremo ya había determinado que el coronel debía ser restituido en su puesto al frente de la comandancia de Madrid y ahora determina que los tres ascensos a general que había decidido Marlaska saltándose los procedimientos y los requisitos marcados por las normas internas de la Guardia Civil estaban fuera de lo que correspondía en Derecho.

El ministro esgrimía en su defensa su poder discrecional para mejorar en el rango a quien considerara oportuno, pero el Alto Tribunal considera que a esa capacidad tiene que unírsele la igualdad en el trato de todos aquellos que estuvieran en parecida situación.

No era el caso. Los coroneles ascendidos por el ministro del Interior estaban en condiciones muy inferiores a las del coronel recurrente y por eso deja sin efecto los tres nombramientos de ascenso a los todavía hoy generales Francisco Javier Sánchez Gil, Arturo Prieto Bozec y Antonio José Rodríguez Medel Nieto, con la orden de retrotraerse al momento inicial.

La relación del coronel Pérez de los Cobos con todos ellos es de absoluta cordialidad, lo cual no obsta para que esos nombramientos se hicieran ignorando el mayor y mejor derecho del coronel recurrente al empleo de general.

El Derecho se ha impuesto en el caso sangrante del ya repuesto coronel al mando de la comandancia de Madrid. Ahora, si quiere, él puede ascender a general o quizá quiera seguir al frente de la comandancia de Madrid

Con todo esto el Derecho se ha impuesto en el caso sangrante del ya repuesto coronel al mando de la comandancia de Madrid. Ahora, si quiere, que no sabemos si querrá, él puede ascender a general o quizá quiera seguir al frente de la comandancia de Madrid, para lo cual no se necesita un general sino un coronel, que es lo que todavía sigue siendo Pérez de los Cobos. Eso dependerá de su voluntad estrictamente.

Pero el varapalo al ministro del Interior ha sido por partida doble: la primera porque nunca debió cesar al coronel por cumplir su obligación de no informar de un procedimiento en curso, sobre todo con las instrucciones precisas de la juez encargada del caso cosa que Marlaska debía saber de su anterior vida como juez y se lo debía haber transmitido a su directora general, María Gámez, lo cual no hizo.

Al contrario él permitió que ella pusiera por escrito que “el cese de Pérez de los Cobos se produjo por no informar del desarrollo de las investigaciones  y actuaciones de la Guardia Civil  en el marco operativo y de Policía Judicial con fines de conocimiento”. El propio Alto Tribunal reprendió al ministro por su “inadmisible interferencia” en una investigación judicial.

Y la segunda, conocida ayer, es una desautorización en toda la línea de la actitud del ministro Marlaska con el coronel Pérez de los Cobos, al desmontarle los tres nombramientos que había efectuado saltándose al coronel, que interpuso una recurso que, finalmente, el Alto Tribunal ha estimado en toda su extensión.

Pero hubo más. En una intervención en el Congreso de los Diputados, el señor Marlaska vinculó esa desconfianza al papel que el alto mando tuvo en el control de los fondos reservados durante la llamada Operación Kitchen. Llegó a decir que “en este tipo de personas  es, al menos, en las que este ministro del Interior no tiene, no ha tenido y no tendrá confianza”. Pérez de los Cobos nunca estuvo imputado en el caso Kitchen pero sí tuvo que declarar como testigo. El ministro o estuvo mal informado, o quiso estarlo. 

El coronel que siempre ha contado con el respaldo de la Guardia Civil al completo, deberá percibir ahora la diferencia de sueldo que durante estos años ha cobrado como responsable de Intervención de Armas y Explosivos y la que habría recibido como jefe de la Comandancia de Madrid.

Lo que es evidente es que después de este segundo varapalo, el ministro Marlaska no es que esté quemado. Es que está abrasado.