Alberto Núñez Feijóo estuvo bien. De hecho, estuvo muy bien en su intervención inicial  como candidato a la investidura para ser presidente del gobierno. Abrió fuego enseguida una vez formulados los agradecimientos de rigor.  

Hizo primero una defensa de la Constitución y lanzó luego un ataque frontal contra la ley de amnistía por su falta total de moralidad por parte de Pedro Sánchez. 

No por parte de Carles Puigdemont y los de ERC porque piden lo que el presidente está dispuesto a ofrecerles sino por parte del presidente del Gobierno por ofrecer algo que arrasa con la Constitución, contra la división de poderes y contra todas las instituciones democráticas.

Dijo: "Todos nuestros predecesores habrían dicho lo mismo, porque lo que el independentismo plantea es una aberración jurídica y un ataque a los valores democráticos esenciales de nuestro país". 

Las exigencias del independentismo se resumen en esta frase que han pronunciado los independentistas y que repitió el candidato: “La amnistía o cualquier fórmula equivalente o análoga es un instrumento adecuado para superar el conflicto catalán. Igualmente, ese conflicto no se resolverá de manera definitiva si no contemplamos el derecho a decidir del pueblo de Cataluña, mediante un referéndum o cualquier fórmula equivalente o análoga". 

Para a continuación añadir que con él no se cuente para semejante ataque a la convivencia pacífica entre españoles: “Yo tengo principios, límites y palabra. Y sobre todo tengo un deber que no voy a eludir".  

Y en base a esos principios ha insistido en que no lo hará: "Tengo a mi alcance los votos para ser presidente del Gobierno. Pero no acepto pagar el precio que me piden para serlo. La honestidad con uno mismo y la responsabilidad con los demás son un valor, aunque haya muchos que lo subestimen. Agradezco que me vean incapaz de pactar lo que ustedes van a pactar".

“No paso por renunciar a la igualdad de los españoles y a todo lo que no compartimos, no paso por ningún aro que me impongan en contra del interés general y no paso por traicionar la confianza de los españoles que me votaron".

Así continuó un largo rato -su intervención duró 1,42´- en la que insistía una y otra vez en poner frente al espejo a Pedro Sánchez y sus cesiones vergonzosas a las exigencias de los separatistas. Pero cerró este capítulo para, como digo, poner frente al espejo al Partido Socialista. 

Esta sesión de investidura "trunca su relato, les recuerda el resultado del que han renegado y nos retrata a todos [...] Me retrata a mí y le retrata a usted señor Sánchez".

Luego enumeró una serie de pactos, tantos como seis, que debería cerrar el partido ahora en el Gobierno con el partido ahora en la oposición, que es el suyo, si las cosas fueran como deberían ser: un pacto Institucional, por la Economía, por las Familias, por el Estado de bienestar, un pacto del Agua y un Pacto Territorial. 

A continuación anunció que si es elegido presidente del gobierno, o mejor, cuando sea elegido presidente del gobierno introducirá en el Código Penal el delito de deslealtad constitucional para proteger la dignidad del Estado.

El resto fue ya un programa de gobierno desgranado con calma y rematado con una declaración de principios: "El momento en que volvamos a entendernos en lo mollar, como quieren la inmensísima mayoría de los españoles, llegará. Porque, señor Sánchez, su actitud nunca cambiará la mía. Ni sus desprecios. Ni los desprecios de los suyos. Jamás. Los españoles no esperan de nosotros enfrentamiento, insultos, egocentrismos. Esperan acuerdos y ejemplaridad, en lo que a mí respecta, lo tendrán".

La sorpresa de la tarde llegó con la aparición de Óscar Puente. Y entonces aquello se convirtió en un debate sucio, embarrado, sin ninguna altura, que era lo que pretendía el secretario general del PSOE

La sorpresa de la tarde llegó con la aparición en la tribuna de oradores de Óscar Puente, no Pedro Sánchez, para darle la réplica a Nuñez Feijóo. 

Y entonces aquello se convirtió en un debate sucio, embarrado, sin ninguna altura, que era lo que pretendía el secretario general del PSOE. Las señorías de la bancada del PP gritaron “cobarde, cobarde” dirigido a Sánchez. Pero no era una cuestión de cobardía sino un intento de ofender a Feijóo que ha sido designado por el Rey.

Y de ofender también al Congreso de los Diputados, sede de la soberanía nacional en la que, con su maniobra, se ha ciscado el presidente del Gobierno.

Porque Óscar Puente es un bárbaro que fue retirado de su función como portavoz de la Ejecutiva del PSOE porque tenía grescas a mansalva con los periodistas y porque nunca se caracterizó por la contención de sus declaraciones.

Pero eso, lejos de humillar a Alberto Nuñez Feijóo lo ensalzó mucho más que si la réplica la hubiera asumido el propio presidente del Gobierno en funciones. 

E hizo bien el candidato cuando declinó bajar al nivel, verdaderamente bajuno, en que se había movido el ex alcalde de Valladolid. Luego en la contrarréplica estuvo mejor pero ya era tarde para deshacer la pésima impresión que había dado en la réplica.

La intención de Pedro Sánchez era la de ningunear al candidato a base de rebajar el nivel de la respuesta pero lo que ha conseguido ha sido todo lo contrario: que Alberto Nuñez Feijóo brillara frente a un Óscar Puente ínfimo en su ataque al candidato. 

La sesión continuó con otros intervinientes pero el interés de esta sesión de investidura estaba en el nivel al que brillara Alberto Nuñez Feijóo en su defensa de la Constitución y de los intereses generales de los españoles. 

Y debo decir que estuvo a la altura.