Feijóo no salió presidente, que nadie esperaba eso, pero sí salió presidenciable o presidencial, con terno de diputado antiguo, cadencia de reloj de cadenilla y librito constitucional como un catecismo laico, ahí entre macarras, colegiales y un Sánchez gamberroide y germanoide que sólo cuenta con esbirros, bulldozers y comprados. Yo diría que Feijóo, por fin, ha decidido lo qué quiere hacer con el partido, con España y hasta con su verbo, que se ha ido formando alrededor de unos cuantos ritornelos constitucionalistas, liberales y firmes, un algo de honor juramentado, de caballero con la mano en el pecho, entre cadete, naipe y fraile, y cierta revisión y actualización de la retranca rajoyista. La ironía de Feijóo tiene más puntos suspensivos, más intención y más munición que la de Rajoy, al que lo mismo le salía una ironía que un trabalenguas, un refrán de vieja con huevo de zurcir o un tiro por la culata. El galleguismo es una cosa que hay que ir atemperando, y durante los días de esta investidura yo creo que a Feijóo le ha ido pasando eso, se ha ido atemperando, acostumbrando a ese clima como de mansión entre cumbres borrascosas que tiene el Congreso.
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