Ni se grita en la calle ni se le oye decir a ninguno de los mandatarios que hacen sus intentos por detener la lluvia de cohetes en una y otra dirección. Si la organización terrorista Hamás dice representar al pueblo palestino, lo que claramente rechazan las democracias occidentales porque se trata de un grupo criminal, bien podría entregarse unilateralmente, abandonar las armas, liberar a los rehenes secuestrados y hacer un llamamiento internacional en nombre de un alto al fuego. El planteamiento es absolutamente naif porque evidentemente no les importa lo más mínimo el sufrimiento del pueblo palestino.

Tampoco tienen como compromiso, tal y como reza en su acta de fundación, la creación de un estado de paz al lado de la frontera. Su meta es simplemente la destrucción de Israel, razón por la cual ciertos sectores políticos y mediáticos se suman sin escrúpulos a la protesta. La paz que reclama no es otra que la condena internacional de Israel como Estado opresor y el rechazo frontal a todo tipo de coexistencia. 

Toda esta catástrofe humana ha sido iniciada por Hamás, que ha hecho gala de su propia crueldad en los videos de los atentados del 7-O

Sin embargo, lo que sí es muy sobresaliente es el total silencio de la calle a la hora de rendirles cuentas. Toda esta catástrofe humana ha sido iniciada por Hamás, que ha hecho gala de su propia crueldad al difundir sus propios vídeos e imágenes de los atentados perpetrados el 7 de octubre. La opinión pública mundial y los dirigentes del planeta aún no se han recuperado de la crueldad y del ensañamiento de la tortura manifestada en las violaciones, decapitaciones, profanaciones de cuerpos, secuestros y ejecuciones a mujeres, niños, ancianos y jóvenes.

La gran paradoja además es que la gran mayoría de estas víctimas, como los jóvenes asesinados durante el festival o los residentes de los kibutzim, eran defensores de la paz, activistas comprometidos, activos o pasivos, por la causa de los dos Estados y la cooperación a un lado y al otro de la frontera. En otras palabras, los atentados tenían como objetivo cercenar todo elemento de reivindicación pacífica, motivo por el cual la izquierda social y política israelí contempla escandalizada las declaraciones y reacciones de elementos conocidos de la izquierda occidental por el odio a su país. Hoy sabemos además que el premio de la autoridad palestina gobernante en la Franja para los milicianos ascendía a 10.000 dólares y un piso por la caza de cada uno de ellos. 

La batalla por la paz pasa inexorablemente por la derrota de los grupos terroristas, lo que tiene muy claro la Unión Europea, la OTAN y el resto de las cancillerías, incluso muchos países árabes que nada quieren saber ni de Hamás ni de otros tantos grupos que son, de hecho, un problema grave para ellos también. Es escandaloso que encima se culpe a Israel de las acciones terroristas de Hamás y de la Yihad islámica. La complicidad de las pancartas con la falta de denuncia y exigencia de responsabilidades a los grupos terroristas no permite ver las razones humanitarias genuinas que dicen defender.

No se puede anhelar auténticamente la paz si no se condena a los verdugos que camuflan sus arsenales e instalaciones militares bajo el suelo de la población civil. Tampoco nadie, absolutamente nadie, se toma la molestia de proponer cómo realizar una operación militar para aniquilar al terror cuando este se esconde, intencionada y descaradamente, entre los residentes. 

La ausencia de análisis de rigor y de información veraz y contrastada está generando una polarización social que nada contribuye a los propósitos de la paz en la región. Lo que presenciamos es claramente una guerra de relatos, que lejos de informar posee como finalidad crear opinión.

La evidencia se tiene en que no existe conflicto en el mundo que acapare más curiosidad, lo que ha convertido este enfrentamiento en una causa de existencia de toda la paz mundial, aunque esta se encuentre mucho más amenazada en otros frentes, con otros actores y con muchas más víctimas inocentes a las que a nadie les parece importar a juzgar por el silencio abrumador. 

Que produce horror la destrucción de escuelas, hospitales, refugios y las víctimas civiles a uno y otro lado no cabe la menor duda: lo estamos contemplando en todos los conflictos mundiales y Naciones Unidas, a este respecto, nos recuerda insistentemente que la cruda realidad es que el mundo, el mundo entero, no cumple sus compromisos con el derecho internacional humanitario

Pero la privación intencionada de señalar claramente a los culpables y de presentar métodos de operación para la erradicación del terrorismo en un laberinto de túneles que enlazan la vida con la muerte, propósito inequívoco de sus autores, convierte en cómplices del terror a muchos que dicen clamar por la paz. 


Alfredo Hidalgo Lavié es profesor de la Universidad Nacional de Educación a Distancia.