Puigdemont no ha designado sucesor, sino reencarnación. Quizá sea porque los suyos le han ido con el rollo indepe al Dalai Lama, un señor contemplativo y cóncavo como una campana o un cuenco tibetano, capaz de escuchar y hacer caso a estos políticos de tocomocho igual que escucha y hace caso a los saltamontes que se le acercan a la sandalia.

El soberanismo tenía la posibilidad y la oportunidad de moderarse, agazaparse, pujolizarse podríamos decir, con ese talento reptiliano o vegetal que tenía Pujol para el disimulo y la deglución lenta. Pero Puigdemont, al que han convertido no ya en una estrella del rock de lo suyo, sino en el propio Elvis, ese Elvis ya con gorduras y trono de obispo glam, ha absorbido el partido, ha deslumbrado o ensombrecido a los moderados y ya ha terminado nombrando no candidato, sino, como decía, reencarnación, carne de su carne, la carne merovingia catalana revivida en Quim Torra, con su algo de oso ruso autóctono, racial y heraldo.

El soberanismo tenía la posibilidad y la oportunidad de moderarse, agazaparse y pujolizarse

Torra no es del partido, así que parece aún más una encomienda personal, como todo parece personal desde que Puigdemont cogió su cayado mosaico y asumió ese sacrifico que alienta tanto el ego, el de liderar al pueblo elegido pasando la sed de los turistas más que la de los profetas. Puigdemont, pues, ha pasado el anillo y la cátedra con autoridad espiritual y aliento de reliquia. El Elvis de la república catalana envía a su hijo con pernil de campana y tupé étnico no para ser presidente ni gobernar, sino para continuar la performance en su nombre.

Torra, suplente o pasante, meritorio de vedete o drag queen de Puigdemont, tiene esa misión de que la gente siga echando fichas al procés y bebiendo copas de alcohol malo con sombrillas hawaianas que quizá son sólo japonesas. O sea, de entretener mientras se estafa, como hacen estos dioses no de la eternidad sino del espectáculo, con sus colores y música de autos de choque.

Torra no es un mero burócrata o espantapájaros puesto para guardar el sitio, sino un soldado de la fe con garrote

Si había pocas esperanzas de que Cataluña volviera a la normalidad democrática, legal, constitucional, a la cordura en fin, ha acabado con ellas este nombramiento de Torra, que no es un mero burócrata o espantapájaros puesto para guardar el sitio, sino un soldado de la fe con garrote. Torra es aún más fanático que Puigdemont, una especie de mayordomo cruzado que no tiene reparos en usar la lejía de la raza y pedir en Twitter que se eche de Cataluña a los españoles, que sólo saben expoliar, que son “pijos” e “inmundos”. Esto lo decía con purificadora devoción, como si los españoles fueran albigenses y él Amalarico.

Torra tiene esa pinta y ese discurso de cazador supremacista con tirantes y botas, y con él Puigdemont ha querido dejar claro que el procés no se ha acabado, ni mucho menos. Lo quiere dejar claro, además, de una manera icónica, imposible de malinterpretar, de confundir, como no se puede confundir a Elvis cuando viene hacia ti iluminado igual que un tren de feria. Por si acaso, en el discurso en el que nos presentaba a su mayoral igual que el que presenta a un nuevo comandante de campo, Puigdemont ya manifestó su intención de usar las instituciones catalanas para seguir construyendo su república, de garantizar el respeto al “mandato” del 1-O y de que la presidencia de Torra fuera provisional hasta su parusía milenarista.

Puigdemont aún cree en ese Reino suyo que parece una capilla de Las Vegas donde se unen románticos alucinados

Puigdemont se ha reencarnado como en un hermano sacristán de su propia Iglesia de Elvis, que sabrán ustedes que existe y afirma que el Rey del Rock no sólo es rey sino Dios. Puigdemont aún cree en ese Reino suyo que parece una capilla de Las Vegas donde se unen románticos alucinados y avaros lujuriosos. Pero, encima, sigue preparando y disponiendo sus ejércitos de dobles de Elvis, como Chiquilicuatres con guitarras o metralletas musicales, para hacerlo realidad.

No se puede decir que le frene demasiado Rajoy, que enseña el 155 igual que mi madre enseña el cupón que no le va a tocar. La avilantez de Puigdemont se entiende, pues, exactamente a la vez que el cabreo de Rivera. Ésa va a ser la gran revelación que nos trae este último milagro del procés.