La gloria y el infierno pueden caber en una misma persona. Hoy ambas caminan por la calle ocultas tras sus grandes gafas oscuras. Parece un anciano más con paso inseguro y rostro cansado. Las nuevas generaciones jamás imaginarían que aquel hombre a punto de cumplir 81 años un día lideró la lucha contra ETA y que habló de tu a tú con terroristas sanguinarios capaces de asesinar sin pestañear. Menos aún, que también fue capaz de lo peor. De torturar, de secuestrar y de idear sistemas de obtención de información en sesiones de interrogatorio inhumanas.
Un día fue guardia civil, como su padre. El no se conformó con ser suboficial y trabajó -y se saltó la ley- hasta lograr el catálogo casi completo de condecoraciones y reconocimientos. Su padre murió siendo miembro del Cuerpo, él terminó expulsado y repudiado. Lo perdió todo cuando la luz mostró lo que ocultaban los años de oscuridad en los que caminó como agente y alto oficial de la benemérita.
La turbulenta vida de Enrique Rodríguez Galindo (Granada, 1939) cierra estos días su última sorpresa. José Antonio López Ruiz, alias ‘Kubati’, el etarra que un día detuvo tras asesinar a su compañera de banda, Dolores Katarain, alias ‘Yoyes’, ha recurrido ahora a él. Busca en su memoria, en su historia, en su conocimiento -que plasmó en el libro ‘Mi vida contra ETA: la lucha antiterrorista desde el cuartel de Inchaurrondo’ (Editorial Planeta)- para intentar exculparse de la última acusación que pesa sobre él.
‘Kubati’ quiere que Rodríguez Galindo, el responsable del cuartel de la Guardia Civil que más comandos de ETA desarticuló en los 80, testifique. Figura su nombre en la lista de testigos que presentará la defensa de ‘Kubati’ durante la vista oral prevista para octubre por el asesinato de dos guardias civiles, Ignacio Mateu Isturiz y Adrián González Revilla, el 26 de julio de 1986 y de los que se acusa a López Ruiz y a José Miguel Latasa Getaria, ‘Fermin’.
278 comandos y 71 años de prisión
No será un testigo cualquiera. Tampoco su presencia en el proceso judicial pasará desapercibida. Rodríguez Galindo representa lo mejor y lo peor de la Guardia Civil. En el cuartel de Intxaurrondo que dirigió con mano de hierro en los años más duros de la lucha contra ETA, nada le recuerda. Mentar su nombre aún provoca incomodidad. Quienes pretenden que su historia sea sólo la exitosa, recuerdan que bajo su dirección la 513 comandancia de la Guardia Civil en Guipúzcoa logró detener 278 comandos y 1.700 miembros de ETA. Quienes en cambio sólo orienten el ángulo hacia su lado oscuro, recordarán que fue condenado por pertenecer a los Grupos Antiterroristas de Liberación, los GAL. Y el resto, la mayor parte, guardará silencio.
'Kubati' citará a Rodríguez Galindo como testigo en el juicio por asesinato al que se enfrenta en octubre
La organización que bajo la protección del Estado, financiada con fondos reservados y que implicó desde ministros del Interior y policías hasta secretarios de Estado y delegados de Gobierno en los 80, tenía su rama ‘militar’. La llamaban el ‘GAL verde’, en referencia a su integración por agentes de la Guardia Civil y cuyo cabeza visible fue Rodríguez Galindo.
La caída de Rodríguez Galindo a los infiernos fue dura. El 26 de abril de 2000 fue condenado a 71 años de cárcel por los asesinatos de Lasa y Zabala. Apenas cumplió cuatro años y cuatro meses entre rejas. La Justicia esgrimió razones de salud y mentales para decretar su puesta en libertad para que continuara cumpliendo la pena a domicilio. Con aquella sentencia, el condencorado General dejó de serlo, perdió su condición de militar al ser expulsado de la Guardia Civil y los honores que un día engalanaron su pecho. De nada sirvieron las 100.000 firmas que sus adeptos lograron recabar para pedir su indulto, denegado por los jueces.
En las imágenes oficiales prima su imagen en formación luciendo la solapa repleta de condecoraciones. Pero en el álbum de fotos del ex guardia civil Rodríguez Galindo aparecen escenas muy oscuras. Algunas le llevaron a la cárcel. Así ocurrió con el que es considerado uno de los primeros atentados de los GAL, en 1983, el secuestro y posterior asesinato de Joxean Lasa y Joxi Zabala, dos jóvenes detenidos en Bayona y que la Guardia Civil trasladó a San Sebastián. Allí, según quedó acreditado en la sentencia, fueron trasladados al Palacio ‘La Cumbre’ de San Sebastián, donde tuvieron lugar los episodios más duros de torturas cometidas por una parte de la Guardia Civil. Lasa y Zabala fueron torturados casi hasta la muerte. Sus cuerpos fueron localizados dos años después en Busot (Alicante), enterrados en cal viva y sin poder ser identificados hasta 1995.
Legado caído en desgracia
Ese periodo de la historia de Intxaurrondo se completa con otros episodios aún no esclarecidos como la aparición ahogado en el río Bidasoa del conductor, Mikel Zabalza. Junto a Rodriguez Galindo, la historia de los GAL e Intxaurrondo no se entendería sin condenas como las dictadas por el secuestro de Segundo Marey, por el que ingresaron en prisión el ministro José Barrionuevo y el Secretario de Estado, Rafael Vera.
Siendo casi un adolescente, Enrique Rodríguez Galindo decidió seguir los pasos de su padre, un suboficial de la Guardia Civil. Se graduó en la Academia de Zaragoza y su primer destino fue Huesca, lejos de su Granada natal. Antes de ser destinado por primera vez a San Sebastián, Rodríguez Galindo tuvo una breve etapa en Guinea. Con trece años de carrera militar ya era capitán. Su primera etapa en Donostia fue asignado a unidades de armas y tráfico. No duró mucho. Su periplo le tenía reservada otra etapa en Cádiz, donde podría haberse instalado definitivamente. Pero lo vivido en ‘el norte’ le motivaba y en aquellos años 80, una vacante en el cuartel de Intxaurrondo, en plena expansión, fue el motivo para regresar a la Euskadi oscura de aquellos años, a la zona cero de la lucha contra el terrorismo etarra.
El coronel fue expulsado de la Guardia Civil tras la condena a 71 años de cárcel por el secuestro y asesinato de Lasa y Zabala
La labor de información fue su acierto, el que le permitió ascender en el escalafón y propinar golpes certeros a la estructura de ETA, en el cruel juego del perro y el ratón al que la Guardia Civil y la banda jugaron durante décadas en Euskadi. Aún hoy el acceso a la comandancia de Intxaurrondo da fe de ello, un panel recuerda a los 100 agentes muertos en la guerra contra ETA.
El buen nombre de Rodríguez Galindo ya no deambula por sus pasillos, no al menos públicamente. Los jóvenes agentes que residen en este inmenso complejo de 35.000 metros cuadrados, 7 bloques de viviendas y una completa ‘ciudad’ blindada de servicios, sólo han oído hablar de él en boca de sus mayores. Ellos no vivieron los episodios duros, ni escucharon los gritos de los interrogatorios, ni las historias menos laudatorias que protagonizaron algunos de sus veteranos. Tampoco los episodios padecidos durante los muchos ataques sufridos, el aislamiento al que eran sometidos y la amenaza permanente en la que tuvieron que aprender a vivir. Hoy los nuevos agentes no tienen que ‘filtrarse’ en la llamada ‘ikastola’ de la Guardia Civil, un viejo convento de Fuenterrabia reconvertido en centro de adaptación para guardias civiles que funcionó en los años más difíciles. Las asignaturas: hábitos sociales vascos, mecanismos para pasar desapercibidos o incluso trucos para disimular un acento ‘foráneo’ delator.
Quizá también habrán escuchado historias como las reflejadas en el ‘Informe Navajas’, elaborado por el fiscal Luis Navajas a finales de los años 80 y en el que se apuntaba la connivencia del cuartel de Intxaurrondo con el contrabando, el tráfico de drogas, sospechas que nunca llegaron a convertirse en condenas ni acusaciones formales.
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