La precariedad, la violencia y la discriminación propician situaciones de vulnerabilidad que amenazan la dignidad y el futuro de muchas personas. Los servicios sociales de las diversas administraciones no siempre pueden atender sus necesidades. Pero hay muchos profesionales y voluntarios de asociaciones y fundaciones dedicados en cuerpo y alma a ayudar a los demás. Su trabajo permite que las personas en riesgo de exclusión puedan rehacer sus vidas y aspirar a un futuro mejor.

Como parte de su compromiso con el bienestar de las personas, Clece colabora con muchas de estas asociaciones para facilitar el acceso al mundo laboral de inmigrantes, víctimas de violencia de género y miembros de colectivos vulnerables. Estas son tres historias de superación que han sido posibles gracias a esa colaboración.

Una salida para Rosi

Rosi Cardona llegó a España desde Honduras tras los pasos de su madre. Superviviente de la violencia de género y de una problemática situación familiar, se encontró en Barcelona sin papeles, sin trabajo y sin vivienda. Los servicios sociales se hicieron cargo de su hijo de 4 años.

Rosi halló una salida gracias al vínculo de Clece con la Fundación Ana Bella. Esta «red de mujeres supervivientes» creada en 2002 es una entidad de referencia mundial en la prevención y lucha contra la violencia machista. A través de una de sus iniciativas, el Programa Amiga, complementan la acción de las administraciones acompañando a las mujeres desde la empatía y la sororidad, reconstruyendo su confianza y apoyando su proceso de empoderamiento personal a través del trabajo. La Fundación recibe en torno a 400 peticiones de ayuda cada mes.

Empatía y abnegación

Chus Ezquerra es responsable de Ana Bella en Cataluña. Hace ya más de quince años, esta profesional del marketing lo dejó todo para formarse en acción social y problemática de género, y ayudar a mujeres que como ella han padecido la violencia machista. «Si yo, con mi soporte y ayuda, consigo sacar a una mujer de la violencia, mi vida habrá merecido la pena», escribió entonces en su trabajo de final de máster. Hoy, después de casi diez años trabajando directamente con víctimas de violencia de género para la Fundación Ana Bella, ha atendido a cerca de 1.500 mujeres.

De manera abnegada, Chus hace lo imposible para sacarlas de su situación, ayudándolas a buscar trabajo y hasta vivienda, gracias a la red de apoyo mutuo de la que forma parte. Se reúne con ellas, las acompaña, está a su disposición las 24 horas. El objetivo es que se sacudan la condición de víctima, que pierdan el miedo que las paraliza y tomen las riendas de su vida. Actualmente supervisa a unas 20 mujeres en Cataluña, aunque ha llegado a atender simultáneamente a más de 50.

Una red de ayuda mutua

La relación de Fundación Ana Bella y Clece es intensa, estrecha y en ambas direcciones. Cuando la empresa detecta que una empleada puede estar sufriendo una situación de violencia, además de apoyarla directamente desde el departamento de acción social, la ponen en contacto con Ana Bella. Y Chus puede contar con Clece para buscar trabajo a las mujeres que forman parte de la red de ayuda de Ana Bella.

«Trabajamos de maravilla conjuntamente», explica Ezquerra a El Independiente. «Una empresa puede tener valores, pero la empresa la hacen las personas. Y si las personas no hacen las cosas con el corazón, no funcionan. Es un trabajo que requiere mucha empatía y calidad humana, y el de Clece es un equipo con una calidad humana increíble. Siento que ellos son parte de mi fundación y que yo soy parte de su empresa».

Lograr lo imposible

Gracias a esa relación especial, Chus pensó en Clece cuando le llegó el caso de Rosi. «La historia de ella me impactó mucho. No tenía los papeles, no tenía nada. Nos ayudaron a encontrar a alguien que pudiera asesorarla en materia de extranjería y se comprometieron a intentar por todos los medios conseguirle una propuesta de trabajo», recuerda.

«Chus se mostró muy interesada en ayudarme y me dijo que encontraríamos una solución a mi caso», añade Rosi. «Y yo sabía que lo decía de verdad, aunque no sabía cómo podría lograr algo así».

Hace un par de meses, Rosi entró a trabajar en el servicio de limpieza del Ayuntamiento de Sant Cugat. «Está encantada. Esta chica tan joven, que nos vino con tanta tristeza en los ojos, ahora parece un jilguero de lo contenta que está». Su hijo sigue al cuidado de una familia de acogida, pero ya la dejan verle y salir con él a pasear. «La animo a tener un objetivo, a aspirar a tener un sitio bonito en el que vivir con su niño. Hemos hecho un plan de ahorro para que pueda conseguirlo», concluye Chus, que sigue muy pendiente de la evolución de Rosi, que de momento vive en casa de una de las mujeres que forman parte de la red de apoyo de la Fundación Ana Bella.

El caso de Harouna

Harouna Doumbia llegó a España desde Mali como menor no acompañado. Pidió asilo y estuvo en un centro de menores hasta que cumplió los 18 años, momento en el cual comenzó a ganarse la vida con pequeños trabajos eventuales. Pero su situación legal se complicó. Tuvo dificultades para renovar sus papeles y, por ello, para encontrar un empleo y un lugar donde vivir.

Fue entonces cuando, derivado por los servicios sociales, entra en la órbita de la Asociación Dual. Esta organización comenzó su andadura enfocada a mejorar la calidad de vida de los pacientes con patología dual y sus familias, pero hoy atiende a todo tipo de personas en situación de vulnerabilidad y riesgo de exclusión social.

En enero de 2020, Dual estableció en Málaga un piso de acogida con capacidad para seis inmigrantes ex tutelados derivados desde centros de menores. El objetivo de este tipo de pisos es favorecer la inserción socio laboral de los jóvenes acogidos una vez que han cumplido la mayoría de edad, cuando ya no son susceptibles de protección directa por parte de los servicios de menores.

Enseñar a vivir y a convivir

«Trabajamos con ellos para que puedan ser autónomos», explica a El independiente Patricia Contreras, trabajadora de Dual y supervisora del piso de Málaga. «Ellos hacen la compra, se ocupan de la limpieza. Y nosotros supervisamos que todo va bien. Hacemos visitas semanales, hablamos diariamente por teléfono con ellos. Les proporcionamos techo y vestimenta, les ayudamos a tramitar la renovación de la residencia, les facilitamos formación, aprendizaje del idioma, orientación profesional, e intermediamos en prácticas a través de otras asociaciones. Se trata de enseñarles a vivir y a convivir, de prepararles para el futuro».

Harouna fue uno de sus primeros residentes del piso de Dual en Málaga. «Cuando llegó se mostraba bastante independiente. Venía de buscarse la vida, así que iba al polígono, al mercadillo, se ofrecía a descargar camiones, a montar los puestos. Era su forma de vida. Le explicamos que había que hacerlo de otra manera, que teníamos que buscar un contrato de trabajo. Hizo un curso de logística, pero llegó la pandemia y las prácticas se redujeron. Lo pasó mal, porque él quería trabajar a toda costa. Pero después de unos meses por fin salió un puesto de mozo de almacén».

Allí Harouna, pese a sus dificultades con el idioma, pudo demostrar su valía. El feedback de la empresa fue muy bueno, hasta el punto de que, una vez finalizadas las prácticas, le ofrecieron un puesto de carretillista. Hoy, Harouna tiene trabajo y ya ha salido del piso de acogida de Dual.