El año en que nació Antonio Cañizares, la tasa de mortalidad infantil en España era de 90 por cada 1.000 niños. El cardenal de la Iglesia Católica nació en 1945, apenas 17 años antes de que Leonard Hayflick cultivara en su laboratorio células procedentes de un feto abortado en Suecia y que se convertirían en las WI-38, una línea celular que aún se utiliza en laboratorios de todo el mundo. Gracias a las vacunas elaboradas con ellas se han salvado más de 10 millones de vidas y evitado 4.500 millones de casos de enfermedades infecciosas, según un estudio publicado en 2017.

La polémica suscitada por Cañizares surgió el pasado domingo, cuando durante su homilía en la Catedral de Valencia dijo a los asistentes que el "el demonio existe en plena pandemia, intentando llevar a cabo investigaciones para vacunas y para curaciones". Sus declaraciones contra la investigación de vacunas contra el COVID-19 "que se fabrican a base de células de fetos abortados" se hicieron virales rápidamente y el tema se trató como un bulo, aunque no lo es específicamente.

"Es una fake news porque tal como lo expone, parece que la vacuna se consiga metiendo un feto en una licuadora y que salga por el otro lado la vacuna, pero el origen sí es cierto", explica Manuel Collado, director del Laboratorio de Células Madre en Cáncer y Envejecimiento del Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago de Compostela (IDIS).

Como explica Collado, es fácil olvidar cómo millones de niños morían en todo el mundo a mediados del siglo pasado de enfermedades infecciosas. Tan solo 25 años después del nacimiento de Cañizares, en 1970, la tasa de mortalidad infantil había caído de 90 a 28 (se había reducido a menos de la tercera parte). El papel de las vacunas fue fundamental. "Este tipo de células procedentes de fetos se han usado y sigue haciéndose en vacunas de rubeola, sarampión, polio o rabia", afirma Collado, en cuyo laboratorio los tanques de nitrógeno siguen albergando células WI-38 procedentes del aborto practicado en Suecia en 1962 y cuyas células viajaron al laboratorio de Filadelfia en el que trabajaba Hayflick. "Parece sorprendente, a mí también me choca, pero aún seguimos trabajando con viales de las células que cultivó este científico en 1962".

¿Por qué células con fetos abortados?

Las vacunas tienen su origen en el siglo XVIII pero fue en el siglo XX cuando se extendió su desarrollo. "Aunque ahora hay otras formas de desarrollar vacunas, a mitad del siglo pasado había básicamente dos maneras: se infectaban cultivos de células para tener gran cantidad de virus que después se inactivaban por procedimientos químicos y con ese virus muerto se inoculaba a la persona, o infectando cultivos celulares en condiciones no óptimas para que perdiese vuirulencia y se atenuase", explica Collado.

Para ambas opciones se necesitaba cultivos celulares que, en principio, se obtenían de simios o de células tumorales. "Y generó muchos problemas, en el caso de los animales porque podían contener virus de los que no se conocía su patogenicidad, como ocurrió con una vacuna de polio. En el caso de las células tumorales también había muchas dudas, porque se desconocía si se podía transmitir el cáncer como si fuera una infección", recuerda Collado.

Para extraer esas células - llamadas fibroblastos - tampoco valían las de un tejido adulto o extraído de cualquier humano ya nacido. "Hayflick razonó que con una célula fetal habría más seguridad, porque no había estado expuesta a infecciones y porque su capacidad de proliferación, aunque limitada, es mucho mayor que la de los ya nacidos", explica Collado, que cuenta cómo al principio el científico del Wistar Institute hizo pruebas con fetos abortados de una clínica cercana al laboratorio. "Pero el aborto allí no era legal y procedían de interrupciones de embarazo médicas, motivadas por alguna malformación o problema fetal que hacía que hubiese riesgo en esas células. Por eso Hayflick recurrió a Suecia, donde el aborto era legal, para obtenerlas de un embrión sano".

Hayflick cultivó células del pulmón de aquel feto y consiguió congelar cientos de viales y distribuirlos en todo el mundo para defender su método de trabajo, que luego ha sido replicado y, como publicaba Science en un artículo esta semana, está presente en al menos cinco de las vacunas candidatas para el COVID-19. En los cinco proyectos a los que se refiere el artículo se cultiva alguna de las dos líneas de células fetales humanas: HEK-293, procedentes de células del riñón un aborto en 1972 y PER.C6, cuyo origen está en células de la retina de otro feto de 1985.

El artículo de Science hace referencia a las críticas recibidas por los grupos antiabortistas y la Iglesia Católica estadounidense con las vacunas y sobre las que a posteriori, el Arzobispado de Valencia ha dicho que se basaba Cañizares para suavizar sus iniciales declaraciones.

Sin embargo, lo que el religioso no dijo en su homilía es que hasta el Vaticano ha aceptado - con sus reticencias - las vacunas desarrolladas con células procedentes de abortos. Ya en 2005 y tras un debate en el seno de la alta jerarquía del la Iglesia Católica, la revista Inmunize publicó un documento del Vaticano en el que aceptaba las vacunas realizadas con fetos siempre que no hubiese alternativa y apostando por fomentar otras investigaciones y entendiendo su aceptación "moralmente justificada en la necesidad de proveer el bien de los hijos y las mujeres embarazadas".

En cualquier caso y como subraya Collado, que se usen células primarias procedentes de fetos abortados (hace décadas) "no significa que las vacunas contengan fetos ni que se produzcan abortos para fabricar vacunas. Son líneas de células primarias que no sólo sirven para investigar y desarrollar vacunas sino para conocer muchísimos aspectos fundamentales de la biología humana".