El destino de Ángel Gabilondo iba a ser enterrarse en un despacho de almirante o de cura, entre cartas de madres y sentencias de corregidor, o sea el despacho del Defensor del Pueblo, que era donde lo iban a mandar. Un sitio donde no tendría que hablar con nadie, ni ver a nadie, sólo leer como el que teje y desplegar de vez en cuando papeles como sobre una mesa de mapas, con frufrú de sastre o de ratoncillo. Ahora, sin embargo, su destino podría ser gobernar en Madrid con Pablo Iglesias, que es lo contrario a cualquier discreción y a cualquier paz. Así se lo ofreció Gabilondo en el debate, como un caballero que ofrece su chaqueta, y hasta llamándolo “Pablo”, ya con intimidad de compartir la lana o la lluvia. A Iglesias no lo pudo contener Sánchez con todo su poderío aeronáutico, lo va a contener Gabilondo con su juego de escritorio.
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